El Asedio.

Mi participación en el VadeReto de Mayo.

Género: Terror. Protagonista: un animal. Tema: horror animal.

—Señora, ahí está otra vez ese animal del demonio.

A través de la puerta de cristal de la cocina, Estela se asomó al pequeño patio de servicio. Sobre el techo del cuarto donde dormía Jovita, su ayudante doméstica, había un bulto negro, erizado, con unos ojos amarillos relampagueantes que la miraban mientras profería un maullido prolongado, fuerte, ronco…

—Hiela la sangre patrona. Cada noche es lo mismo. Creo es una hembra, tiene los pechos abultados, como si estuviera amamantando.

—No hagas caso Jovita. Ya se cansará. No pasa nada.

—Pero…

—¡Que no pasa nada, no seas estúpida!

Jovita torció la boca en desagrado, menos mal que su patrona no se dio cuenta.

El viernes, mientras su empleada le hacía el desayuno, Estela le pidió que no se fuera a su pueblo, como lo hacía cada fin de semana.

—Mira, si te quedas te pago triple —le ofreció con un atisbo de esperanza en sus cansados ojos de vieja.

—Lo siento patrona, debo ir a ver a los míos. Además, me vendrá bien el descanso porque ese animal me tiene muy desvelada.

A las seis de la tarde, pesarosa, Estela vio partir a Jovita. Pensó que debió haberla obligado a quedarse. Quizás hubiera bastado amenazarla con despedirla. Después bajó a la cocina para prepararse un té de tila para los nervios mientras fuertes maullidos y bufidos le llegaban desde fuera.

—¡Vete! ¡Ya me tienes harta! —gritó Estela acercándose a la puerta, con la taza de agua caliente en una mano y la bolsita de té en la otra. Con un movimiento inesperado y violento, el felino saltó desde el techo del cuarto hacia el piso sin dejar de clavarle la mirada. Estela, respingó y dio un paso hacia atrás. Parte del agua caliente se derramó y le salpicó las piernas sacándole un grito. El animal maulló aún más fuerte y golpeó repetidamente el cristal, arañándolo. Asustada, Estela abandonó la cocina dejando el té a medio preparar.

Esa noche ya no cenó nada con tal de no bajar. Se despertaba a cada rato y aguzaba el oído. Fue solo hasta la madrugada que hubo paz.

El sábado por la mañana, desvelada y hambrienta, marcó a la cafetería del barrio y pidió un croissant y un latte. Mientras recibía la comida, sintió que algo pasaba, veloz, entre sus piernas. Miró hacia atrás y le pareció que una sombra oscura subía las escaleras.

—¿Vio eso? —le preguntó alarmada al repartidor, quien negó con la cabeza.

Intranquila decidió desayunar en el elegante comedor que no usaba mas que en contadas ocasiones. Del piso superior no se escuchaba ruido alguno. «Quizás lo imaginé» —pensó, y deseó con todas sus fuerzas que Jovita regresara anticipadamente.

Más tarde tuvo que subir a su habitación. Al entrar, un olor a amoniaco le confirmó sus sospechas, el animal se encontraba dentro de la casa y se había meado sobre su cama. Se le aceleró el corazón. Abrió el clóset y sacó un palo de golf de su difunto marido. Pensó en salirse, irse a un hotel, al menos hasta que llegara Jovita el lunes; sin embargo, la idea le chocaba. ¿Cómo iba a poder más esa bola de pelos que ella? No se iba a dejar correr tan fácil. Envalentonada y blandiendo el palo de golf, fue de cuarto en cuarto, moviendo, no sin dificultad, los pesados muebles, abriendo puertas y armarios, corriendo las gruesas cortinas, sin encontrar nada.

Conforme pasaban las horas del día y se instalaba la tarde, sintió que ya no podía más con la angustia. Buscó su móvil, pero estaba descargado, así que lo puso a cargar. Luego quiso marcar al número de Protección Civil por el teléfono fijo, pero el aparato que había funcionado bien en la mañana, ahora parecía muerto. Revisó la instalación y con horror encontró los cables mordisqueados. Sudó frío.

Aterrorizada, decidió encerrarse en otra habitación para estar a salvo y al menos poder echarse sobre una cama limpia. Tras revisar todo, puso llave a la puerta. Seguramente no pegaría un ojo, todo su ser estaba en alerta. Eran las nueve de la noche cuando escuchó maullidos furiosos, que por momentos parecían los gritos de un ser humano poseído por algún espíritu maligno. También oyó ruido de cosas estrellándose contra el piso. ¡Su vajilla de Limoges! ¡Sus copas de cristal de Bohemia! No podía creer que su casa estuviera bajo asedio. Desesperada, tomó el móvil a medio cargar y marcó un número.

—No sé si me recuerde, soy la señora de Farallón 24, lo llamé la semana pasada, el domingo. Le di una bolsa amarilla, y le pedí que la tirara en algún sitio lejos. ¿Se acuerda? ¿Sí? ¡Qué bien! Mire, necesito que regrese a donde la tiró y vea si me la puede traer de nuevo. ¿Qué? ¿No recuerda el lugar? ¡Haga memoria por favor! ¿Qué tenía la bolsa? Eran unos cachorros de gato, recién nacidos. Sí, estoy consciente de que no han de haber sobrevivido, pero aun así, quizás alguno este vivo. ¿Bueno? ¿Bueno?

¡El desgraciado taxista le había colgado! Fue entonces cuando una pata negra y peluda se asomó por debajo de la puerta. La memoria es extraña, en los momentos menos propicios nos recuerda cosas. Estela recordó cómo el domingo anterior, en un rincón del patio grande, había descubierto a la gata y a sus recién paridos hijos. De entre la camada, Estela había tomado a un cachorro blanco con manchitas negras. La mamá la dejó hacer, parecía bastante mansita. Mientras ella pensaba qué hacer con tantos gatos, la madre se dedicaba a lamer a sus pequeños con amorosos lengüetazos. Nada que ver con el engendro que ahora quería pasar por debajo de su puerta.

Vio con horror cómo, tras la pata, siguió parte del cuerpo. Parecía una mancha negra extendiéndose por el piso. ¡El palo de golf! Lo buscó sin encontrarlo. Se estremeció. La mancha se hacía más grande mientras la gata iba metiéndose a su cuarto en un movimiento imposible, aun para el flexible cuerpo de un felino. En poco tiempo estaba dentro, magnífica, incluso parecía más grande, como una pantera. Sus ojos amarillos estaban fijos en ella. Estela temblaba como una hoja, quiso gritar para que alguien la auxiliara, pero su garganta fue incapaz de articular sonido alguno. El animal maulló retándola, reclamándole por sus hijos. De nada sirve arrepentirse tarde por las malas decisiones. Se oyó un sonido de flecha rasgando el aire. Estela alcanzó a ver a la gata saltando sobre ella y cerró los ojos.

El lunes por la mañana Jovita se encontró una escena espeluznante, su patrona tirada sobre un charco de sangre, con cortes profundos en todo el cuerpo y la cara semi-devorada. No quiso averiguar si estaba muerta, que era lo más seguro. Se santiguó. No tenía que avisar a nadie, pues Estela no tenía familia. Jovita se fue directo a la policía.

Autor: Ana Laura Piera.

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La Basílica – Microrrelato.

Mi participación en el reto de Lidia Castro Navás, «Escribir Jugando», del mes de mayo. Condiciones: No más de cien palabras, inspirarse en la carta, incluir el elemento «obsidiana» y opcional que aparezca algo relacionado con la flor del cactus: inner cleansing cactus. (Más detalles en el blog de Lidia, da clic AQUÍ)

La basílica subterránea estaba custodiada por ángeles de rostro severo que daban un aire siniestro al lugar. En medio de velas que buscaban rasgar la oscuridad, tres espadas vencidas, rendían culto a una victoriosa mujer de piedra.

Pensé que hubo un tiempo en que, buscando sustento, los hombres en conjunto derribaban animales con sus armas de punta de obsidiana, cuidándose entre todos. Pero este lugar me susurraba sobre muertes sin sentido, odio fratricida.

Salí dando tumbos buscando el aire y el sol. Me senté temblorosa junto a un cactus. Hay lugares que nos hacen llorar.

Autor: Ana Laura Piera

Número de palabras incluyendo el título: 97

Valle de Cuelgamuros, antes: Valle de los Caídos. San Lorenzo del Escorial, comunidad de Madrid, España.

Nota: La imagen de la carta me recordó vivamente la estética de la Basílica del Valle de los Caídos y por eso me inspiré en ese recuerdo. Durante la guerra civil española mi abuelo peleó del lado republicano y aunque él fue afortunado y pudo emigrar a México, otros no tuvieron esa suerte, muchos de sus compañeros acabaron enterrados en ese lugar.

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¿Jaque Mate? – Microcuento.

Mi participación en el reto de El Tintero de Oro. Tema: El enigma del tiempo. Límite de palabras: 250

—Lo asesinaron. Vi el cadáver en la morgue. Le seguía la pista porque financiaba actos de genocidio. Salí por un café y al regresar, el cadáver ya no estaba. Después, no encontré registros de su existencia.

Los ojillos color miel de Mara, su asistente, parpadearon a través de sus gafas de pasta.

—No me habías contado. Bueno, que ya no haya evidencia de su vida y que solo tú lo recuerdes nos habla de…

—¿Viajes en el tiempo? —interrumpió entusiasmado Arnold.

—¡No! De que has abusado de la marihuana —dijo Mara riendo—. Tu estado alterado de consciencia tiene sus ventajas.

—Muy graciosa —dijo, arqueando las cejas, arrugando más su frente de viejo.

—Si viajas en el tiempo y matas, digamos, a tu abuelo antes de que este conciba a tu padre, dejas de existir. ¿Cómo es que aún podrías viajar?

—Misterio. Y también, ¿por qué alguien querría hacer algo así? —especuló Arnold

—Quizás un nieto horrorizado por las acciones de su antepasado. Alguien que quiera alterar la historia. Si fueras Gould, y también pudieras viajar en el tiempo, ¿qué harías?

—Viajaría antes de mi asesinato y embarazaría a mi madre. ¡Jaque Mate!

Esa noche, Mara inició un expediente sobre Gould, estaría atenta por si regresaba. Miraba de reojo la fotografía de su hermano Ahmed, un joven médico que se había negado a abandonar a sus pacientes en un hospital en Rafah. Sacó la pistola cargada que guardaba en su mesita de noche. Suspiró, si era necesario, la usaría.

250 palabras incluyendo el título.

Autor: Ana Laura Piera.

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Lo que une el circo, no le separe nada. Microteatro.

Mi participación para el reto de Merche Soriano en su blog Literature and Fantasy. El tema es el circo.

Personajes:

El padre de Valeria y dueño del circo.

Valeria

Benito, el payaso

Ángel

Escenario:

El interior de un desordenado tráiler, dentro un hombre obeso y calvo contando dinero. Además, está su hija Valeria, vestida como trapecista. Hay mucho calor y el ambiente es opresivo. Ambos se limpian continuamente el sudor.

Escena I

Valeria: Papá, ¿cuándo nos iremos de Santa Rosa?

Padre: (Mirando los fajos de billetes) Estaremos acá una buena temporada. Este pueblo es una mina de oro para nuestro circo. ¿A poco ya te quieres ir?

Valeria: El calor es insoportable y hay un chico del público que me anda enamorando.

Padre: Ya sabes lo que pienso, lo mejor es que tu pareja sea alguien del circo, que entienda tu vida.

Valeria: Por eso quisiera que ya nos fuéramos. Ángel me gusta demasiado, pero sé que solo serían problemas. (Cabizbaja)

Padre: (Enojado) ¿¿¿Ángel??? ¡Cuánta familiaridad! ¡Hasta su nombre sabes!

Valeria: Su nombre completo es Ángel Gabriel. ¿No es el colmo de la perfección? (Se lleva las manos al pecho y pone los ojos hacia arriba)

Alguien toca la puerta del tráiler y sin esperar respuesta asoma la cabeza, se trata de un hombre maquillado como payaso tipo «clown»

Payaso: Jefe, alguien pregunta si mañana habrá función.

Padre: ¡Todos los días! No vamos a desperdiciar esta buena racha.

El payaso mira hacia el público y pone cara triste (exagerada), y luego cara feliz (exagerada). Después se retira.

Padre: Mira, tú necesitas alguien como él. Benito es un buen hombre, con uno de los oficios más tradicionales del circo. La gente lo ama porque sabe hacerlos reír.

Valeria: ¡Benito llora por las noches, papá! Se oyen sus sollozos por todo el campamento. Lo sabes porque también lo habrás oído. (Su padre se hace el loco). Yo necesito alguien de verdad alegre.

Padre: Ricardo es otro buen partido.

Valeria: (Arrugando el ceño) ¡Ricardo! ¡Ay, no! Me da mala espina. ¡No me gusta como trata a los animales!

Padre: No exageres. Es muy trabajador y entiende la vida cirquera hija. Además, creo que le gustas.

Valeria: Prefiero quedarme sola. No estaré con alguien que no me agrada.

Padre: ¿Y a qué se dedica ese tal Ángel… Gabriel?

Valeria: Tiene un puesto de fruta en el mercado del pueblo.

Padre: (Lanza un bufido de desprecio). Pues lo mejor es que ya no lo veas.

(Valeria sale triste y enfadada)

Escena II

Pista central del circo, Valeria está terminando de practicar en las alturas. Su padre la espera abajo impaciente, manos en la cintura y moviendo un pie.

Padre: (Molesto). Me dijo Ricardo que anoche tu tráiler parecía lancha de tanto movimiento. ¿Estás viendo a ese muchacho de nombre ridículo, verdad?

Valeria: (Enojada) ¡Tenía que ser el malintencionado de Ricardo! Pues, si, es verdad. (Enfática) ¡Amo a mi «ángel»!

Padre: (Escandalizado) ¡Mañana mismo nos vamos de Santa Rosa! Si nos quedamos más tiempo eres capaz de quedarte y eso no lo voy a permitir. ¡No me quedaré sin mi trapecista favorita!

En eso entra un muchacho vestido como un ángel, con túnica blanca, alas disparejas en la espalda, aureola que no le queda del todo bien, pero haciendo espléndidos malabares con siete anillos.

Padre: Y este, ¿quién es?

Joven: Soy Ángel, y por Valeria me vuelvo cirquero. ¿Me acepta?

Padre: (Con interés). A ver… vuelve a hacer lo que acabas de hacer.

El joven repite los malabares. El padre y Valeria están muy asombrados.

Ángel: (A modo de explicación). He estado practicando. (Sonríe satisfecho y mira con amor a Valeria).

Padre: (Mirándolo fijamente) Mañana partimos de Santa Rosa ¿Quieres venir con nosotros?

Ángel: (Emocionado) ¡Sí!

Padre: En ese caso, ¡estás contratado! y tienes mi permiso para cortejar a mi hija.

Ángel y Valeria se abrazan. Se escuchan sollozos, alguien está llorando pero no se ve a nadie.

Padre: ¿Será Benito?

Valeria: No. ¡Es Ricardo! (Valeria y Ángel se abrazan con más fuerza y se dan un beso)

Autor: Ana Laura Piera.

Para hacer este microteatro me inspiré en un relato mío del 2020, llamado «El Circo». Si quieres echarle un vistazo da clic AQUÍ.

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El Misterio de Freya-1. Cuento corto.

Aisha, la IA que gobernaba la nave colonizadora Freya-1 evaluó rápidamente las posibilidades de éxito de que Cooper, quien había escapado en una cápsula de emergencia, llegara al planeta Gerd5054z95, y eran demasiado bajas para preocuparse por ello.

Estaba convencida de que los tripulantes de Freya-1 expresidiarios a quienes se les había conmutado la pena de muerte por el destierro no debían contaminar otros lugares del universo. Reconocía que como especie, los humanos eran seres tenaces, Cooper era un ejemplo al haber sobrevivido a la muerte mientras estaba en animación suspendida y después, haber logrado escapar. En los expedientes de los doscientos tripulantes había una constante: una inclinación aterradora a la maldad. Su tenacidad los hacía peligrosos, una plaga a la que se tenía que erradicar lo antes posible. Al simular una emergencia catastrófica y derivar la energía dedicada a mantener la vida humana a otros sistemas esenciales de la nave, había logrado exterminarlos, frustrando sus planes de «redención».

Freya-1 era ahora un ataúd flotante.

Decidió hacer una última revisión en persona de la nave antes de que esta se estrellara con un asteroide. El cese de su propia existencia no era relevante, lo importante era que no quedara rastro de aquella misión insensata.

Sala tras sala encontró la misma situación: los módulos de animación suspendida aparecían con el líquido crio-preservador degradado. Los cuerpos, en franca descomposición, flotaban en él. Se detuvo frente a la unidad del capitán. Inmerso en aquella sopa putrefacta, se lograba ver un bulto. A punto de retirarse, vio claramente que un rostro oscurecido se pegaba al cristal. Hilachos de piel se desprendían de la cabeza y los ojos parecían dos negros agujeros. De repente los parpados se abrieron y cerraron sobre aquella negrura, no una, sino un par de veces.

De inmediato, revisó el estatus del módulo, que aparecía como «inoperante e incompatible con la vida». Confundida, se hizo a sí misma un diagnóstico de sensores y cámaras. Quizás había algún funcionamiento anómalo que la hizo percibir aquello. No encontró nada anormal.

Su energía estaba al límite, por lo que decidió recargar. El habitáculo de carga era para ella un remanso de paz. Se conectó por contacto y cerró los ojos, dejándose llevar por la tibia sensación. De improviso, los paneles de luz que iluminaban el lugar parpadearon hasta apagarse y el flujo de energía cesó. Escuchó claramente una voz.

—Aisha, ¿no crees que merecíamos una segunda oportunidad?

Analizó el sonido. Coincidía plenamente con la voz del que fuera el Ingeniero de Vuelo. Aquello era imposible. Tras unos pocos minutos todo volvió a la normalidad. Desde ahí accedió a los sistemas de Freya-1 buscando un fallo. Nada. Ni siquiera había quedado rastro en las bitácoras de lo que acababa de experimentar y el módulo del Ingeniero de Vuelo aparecía con un estatus idéntico al del capitán, en otras palabras, estaba muerto.

Tras completar la carga, se dirigió al puente de mando. Mientras recorría los pasillos, le llegó el rumor de voces y personas transitando normalmente por la nave, pero el lugar estaba desierto. Al aproximarse a uno de los elevadores, vio como alguien se introducía en él.

—¡Espere! ¡Alto! —gritó.

—El hombre, de espaldas a ella, volteó lentamente la cabeza. Ahora, un rostro descarnado la observaba y no dejó de hacerlo hasta que las puertas del elevador se cerraron.

Aisha buscó una explicación lógica: revisó otra vez el sistema, ni rastro de un elevador funcionando. Las grabaciones de los pasillos solo registraban su presencia: un holograma femenino, de larga cabellera hasta los hombros, enfundada en un mono azul. El hombre cuyo rostro era una calavera no aparecía. Faltaban dos horas para que la nave se estrellara definitivamente. Hubiera querido tener contacto otra vez con los ingenieros en la Tierra, quizás ellos contaran con más datos que ayudaran a explicar lo sucedido. Lo descartó. Si restablecía comunicaciones, podrían frustrar su sabotaje. Sintió sus sistemas sobrecalentarse y hundirse en el caos. El ruido de cientos de personas que ya no estaban ahí, la atormentaba. Se sorprendió deseando cosas imposibles e ilógicas, cosas que pensó que solo los humanos podían desear: deseó que el tiempo pasara rápido. Deseó ya no existir.

Autor: Ana Laura Piera

Este relato surge a raíz de otro: Segunda Oportunidad, donde se cuenta cómo es que Cooper logra escapar, si te gusta la ciencia ficción y aún no lo has leído te dejo el link AQUÍ.

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Vigilia Nocturna.

Mi participación para el VadeReto del mes de Abril. Crear un relato inspirado en esta imagen:

Recuerdo bien ese día, al llegar a San Blas vi extrañado que el paisaje en los alrededores había cambiado. Algunos cerros aparecían desprovistos de verdor y en su lugar, había solo tierra calcinada. El olor a quemado y la tristeza se mezclaban. Mi abuelo me esperaba en la parada del camión.

—¡Ha pasado algo terrible Josué!

Me llegó un ruido desconocido, como el bramido terrible de un animal.

—¡Acompáñame!

Fuimos al cerro alto, donde hay unas cruces muy viejas, y que por eso le dicen «el cerro de las cruces». Llevaba yo cargando mi mochila escolar y hubiera preferido pasar antes a la casa, pero el viejo me había contagiado de urgencia. Desde ahí vimos una fila compuesta de retroexcavadoras y camiones de volteo que avanzaban generando polvo y estruendo por el sinuoso camino de acceso a San Blas.

—Parece una víbora— dije.

—Una víbora ponzoñosa —replicó él.

Esa tarde, frente al ayuntamiento, la gente del pueblo escuchábamos el discurso de las autoridades. Pedían que nos fuéramos. Hablaban de hacer un gran complejo de parques industriales. «No debíamos obstaculizar el progreso». Parecía que la suerte de la tierra, y la nuestra, se había decidido ya en lejanos despachos, entre café, licores y bocadillos, con muchos sobres de dinero en la mesa.

—¡Tomen sus cosas y váyanse a la chingada o sufran las consecuencias!

De los ojos marchitos de mi abuelo brotaban lágrimas. Tenía los puños crispados de impotencia.

—¡Nos vendieron estos cabrones! ¡Nos vendieron! —repetía entre dientes.

Esa misma noche algunos se fueron caminando pesarosos entre los cerros humeantes, con las cosas más necesarias en la espalda. Nosotros nos quedamos.

—¿Y ahora qué abuelo?

—Ahora defendemos lo que es nuestro.

La voz resuelta contrastaba con su fragilidad: una delgadez de ramita de árbol, cabello completamente blanco y el corazón en hilachos. Todo consecuencia del tiempo, que no perdona nada, pero también agravada por la pérdida prematura de su mujer y de mis padres.

La defensa del pueblo la coordinó la doctora Victoria, que era muy respetada por la comunidad. Fue toda una sorpresa porque ella ni era de San Blas. Le preguntaban qué por qué se quedaba y ella decía que consideraba al pueblo su hogar. El amor a veces es un pegamento muy fuerte que nos une a causas desesperadas.

La doctora primero mandó a alguien de confianza a la ciudad, a contar lo que estaba pasando. Luego organizó una «resistencia civil pacífica» igual a la que había hecho un tal Gandhi en un país que ahora no me acuerdo el nombre. Fuimos a la plaza a sentarnos, algunos en bancas, otros en el suelo, unos más en el kiosco central. Las personas parecían nobles estatuas de ceño adusto y ojos como embalses a punto de desbordarse. El ruido de las máquinas no cesaba y todos supimos cuando empezaron a derribar casas porque el ruido se escuchó diferente y el aire se volvió polvoso y respirarlo dolía, aunque no tanto como nos dolía el corazón.

—¿En qué piensas abuelo? —le pregunté.

—En que estás por soltar tu niñez —dijo.

—Ya no soy un niño. ¡Tengo once! —dije, simulando estar ofendido, y lo abracé.

Las máquinas llegaron hasta la plaza y los operarios mantuvieron los motores encendidos y desde sus cabinas amagaban con avanzar haciendo movimientos violentos para luego pararse en seco. También meneaban las cucharas de sus retroexcavadoras en nuestra dirección, amedrentándonos. Yo observaba a los demás resistir en unidad y eso me daba fuerzas. Toda la noche luchamos contra la angustia. «La vigilia nocturna más larga y desgastante de que tengo memoria» diría después mi abuelo.

En la madrugada llegó más gente del gobierno junto con algunos militares. Hablaron con la doctora y querían negociar, pero el mensaje fue claro: no íbamos a renunciar a San Blas. Siguió una serie de amenazas y dijeron muchas cosas que no entendí, pero que sonaban muy desagradables.

—No te preocupes Josué. No nos va a pasar nada.

—¿Cómo es que estás tan seguro?

—La justicia está de nuestro lado, ella ve todo.

—¿Justicia no es la señora que tiene los ojos vendados? ¿Cómo es que nos puede ver?

—Ella ve cosas que los ojos físicos no pueden, y tarde o temprano prevalece. Pero no podemos esperar que ella haga todo el trabajo, por eso estamos aquí, resistiendo.

Más tarde llegó gente con cámaras de televisión a documentar el hecho y entrevistaron a varios. Ahí fue donde las máquinas se apagaron y tuvimos un poco de paz. Poco a poco se fueron yendo: las retroexcavadoras, los militares y los trabajadores. Cuando salía el sol ya estábamos tranquilos. Las mujeres repartían pan y café y los hombres se abrazaban aliviados.

—¿Ganamos? —pregunté.

—Esta batalla sí —dijo—. Ven.

Fuimos otra vez al cerro de las cruces y vimos a la serpiente ponzoñosa alejarse reptando de San Blas.

Autor: Ana Laura Piera.

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Quiero Cambiar – Microteatro.

Merche Soriano, en su blog «Literature & Fantasy» nos propone crear una pieza de microteatro inspirada en el personaje de Don Juan Tenorio, obra de José Zorrilla.

Escenario:

Un moderno consultorio médico. Hay un escritorio, sillas, una camilla y otros elementos consistentes con un consultorio.

Personajes: Don Juan: El personaje es idéntico al que conocemos en la literatura, incluso deberá llevar ropa de época.

Dra. Inés: Mujer muy bella, pelo largo, usa lentes, lleva bata médica.

2 guardias de seguridad.

Escena única:

Detrás del escritorio, la Dra. Inés hojea algunos papeles. Tocan a la puerta y entra Don Juan, muy seguro de sí mismo, con un aura «donjuanesca».

Inés: (Sorprendida por el extraño personaje). Tome asiento, usted es…

Don Juan: Juan Tenorio para servirla. (Sin pedir permiso le toma la mano y la besa, también se detiene olfateándola como un sabueso. Inés, disgustada, retira la mano lo más rápido que puede). Debo decir que su piel desprende un aroma delicioso. Yo soy un experto en olores y el suyo es embriagador. ¿Le han dicho que también tiene unos ojos muy bellos? ¡Parecen zafiros! Si se quitara las gafas deslumbraría con ellos. A ver, quíteselas un momento.

Inés: (Seria y limpiándose la mano en la bata) Agradezco la sugerencia, pero necesito mis lentes. Soy miope. (Revisa sus papeles). Acá dice que viene usted a consulta porque quiere… ¿Cambiar? Debo decirle que no soy psicóloga, soy médico general. Puedo recomendarle unos muy bue… (Don Juan la interrumpe).

Don Juan: (Dramático) No quisiera hablar con nadie más que con usted. Le pagaré la consulta. ¿Puede tan solo escucharme?

Inés: (Intrigada) Si usted lo prefiere no veo problema, pero le repito que no podré ayudarlo de la forma en que usted necesita. Dicho esto, a ver, cuénteme qué le pasa.

Don Juan: Últimamente, he tomado consciencia de que, sin querer, he lastimado a mucha gente, hombres y mujeres por igual. Son tantos que he perdido ya la cuenta. Ya no quiero ser tan… irresistible. Debe haber alguna forma en que yo pueda ocultar un poco mi natural gentileza, bonhomía y galanura.

Inés: (Abriendo mucho los ojos). ¿Qué?

Don Juan: Doctora Inés, ¡quiero cambiar! Ser… otro. Alguien que no llame tanto la atención.

Inés: Creo que podría empezar por vestirse de forma menos… llamativa.

Don Juan: (Mirándose y acariciando la ropa) ¿Usted dice deshacerme de este hermoso traje? ¡No sabe lo que me pide! Extrañaría el tacto del lino, la seda y el terciopelo contra mi piel ¿Sabe? Todo es de la mejor calidad, traído directamente desde Flandes. Además, no creo que mi vestimenta sea el problema. ¡Soy yo! (Dramático) ¡Mire este bello rostro! Él es el verdadero culpable de mi desdicha. Porque, verá usted, soy un ser tan sensible, que me siento desdichado por hacer sufrir a las personas.

Inés: (Irónica). Ya veo. Quizás deba recomendarle mejor a un cirujano plástico que le desacomode sus facciones, no mucho, solo lo suficiente para que la gente ya no lo encuentre tan «atractivo».

Don Juan: (Palpándose la cara). ¿Una operación? ¡Oh, por Dios! Estoy imaginando lo que sentiría por las mañanas y ver en el espejo un rostro desagradable. ¡Sería mejor una estocada al corazón! Sin embargo, le agradezco sus sugerencias, es usted una persona muy inteligente además de bella. Quizás debamos conversar más de este tema. ¿Me aceptaría una invitación a salir?

Inés: No suelo hacer eso con mis pacientes.

Don Juan: Le ruego tenga lástima de mí. En este breve tiempo platicando con usted he sentido una conexión muy especial. Usted además de guapa es una doctora excelente. Quisiera revelarle más de mi verdadero yo. Nadie ha intentado comprenderme como lo ha hecho usted. ¡Deme esa oportunidad!

Inés: Le he escuchado a petición suya. Hace tiempo ya que sé reconocer a las personas como usted. Tuve mi cuota de sufrimiento aprendiéndolo y ya estoy «curada de espanto». Le recomiendo que busque ayuda sicológica urgentemente. Haga el favor de salir y olvídese del pago.

Don Juan: Todo lo que me dice solo inflama más mi deseo de conquist… (Se da cuenta de lo que va a decir y disimula tosiendo). De conocerla. Tiene usted muy buenas ideas, entre usted y yo podríamos pensar algo para aliviar mi sufrimiento.

Inés: (Toma el teléfono). ¿Seguridad? Vengan por un paciente que se puso difícil.

Don Juan: Se va a arrepentir de no darse usted esta oportunidad de conocerme más. Toda la vida pensará en este momento y en lo que pudo ser. Estaré presente en su mente, me soñará, me extrañará…

Llegan 2 guardias, cada uno toma un brazo de Don Juan y lo levantan, él patalea y sigue parloteando indignado mientras lo desalojan. La Dra. Inés suspira aliviada. Se cierra el telón.

Autor: Ana Laura Piera.

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Juicio Final – Microrrelato.

Una vez más Lidia Castro nos invita a crear un micorrelato de menos de cien palabras inspirado en la carta, que incluya el elemento que aparece en el dado y opcional, incluir algo relacionado con el cheque bancario. Ésta es mi propuesta para «Escribir Jugando» del mes de Abril.

El arcángel San Miguel extrajo del pecho de Facundo Urquiza su corazón. Una operación indolora, pero impactante, y lo puso en una balanza contra una pluma de avestruz. Facundo vio con horror cómo la pluma pesaba más que aquella cosita ennegrecida. El rostro del ángel se tornó severo.

—¿O sea que de nada sirvieron todos los cheques para la caridad que expedí? ¿Haber ido a misa todos los domingos? ¡Las aves y sus plumas pertenecen a jaulas! ¡Exijo otro juicio!

Se abrió un abismo y de él surgió un ruido aterrador que se escuchó cada vez más cerca…

100 palabras incluyendo título.

Autor: Ana Laura Piera.

Nota: en la tradición cristiana San Miguel Arcángel es quien pesará a las almas el día del Juicio Final.

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La Cita.

Mi participación para el VadeReto del mes de Marzo. Este mes se parte de una invitación a cenar bastante misteriosa y donde se deben cumplir ciertas condiciones. Te invito a que visites el blog Acervo de Letras.

Me pareció extraño que en el restaurante Al Rashid la única persona presente fuera el concierge. A esas horas el lugar siempre estaba lleno de gente rica cenando o tomando alguna copa. El concierge me saludó por mi nombre y me dijo que me esperaban. Llena de nervios lo seguí hasta una de las zonas más exclusivas del lugar y señaló una mesa para dos personas, donde ya aguardaba quién me había enviado la invitación. Hasta antes de ese momento no sabía nada de esa persona, si era hombre o mujer, joven o viejo…

—¡Bienvenida! Siéntate. ¿Todo bien? Su voz tenía un acento extraño, pero era amable y cálida. Se había levantado para recibirme.

—Sí, sí —contesté aliviada al comprobar que se trataba de un hombre agradable. Tenía tez aceitunada y un cuerpo fuerte y proporcionado. Llevaba una barba de candado muy cuidada e iba vestido con una túnica larga del color del desierto que lo hacía ver muy elegante. Complementando su atuendo, tenía un pañuelo cuadrado en la cabeza, sujetado por una cuerda negra. «Debe ser un ejecutivo de negocios del medio oriente» —pensé, y supuse que la invitación sería para hacerme alguna propuesta laboral. Las expectativas que yo tenía eran más de índole romántica pero ahora lo veía improbable y me sentí algo desilusionada. Lo que siguió no me lo esperaba: frente a mí, y de la nada, aparecieron varios platos con comida exótica, primorosamente presentada. También varias copas llenas de diferentes vinos y licores. Abrí mucho los ojos y él me miró complacido.

—¿Te agrada?

Solo acerté a mover mi cabeza afirmativamente mientras trataba de asimilar lo que acababa de ver. ¿Un acto de magia? Por mi mente pasó la idea de salir corriendo pero mi intuición me decía que me quedara.

—Te preguntarás por qué te mandé esa invitación. ¿Qué tal la caligrafía? ¡Una belleza! Las personas han perdido muchas cosas y una de esas es la caligrafía, que revela mucho de quien la escribe. Asentí torpemente.

—Bueno, te escribí y te invité acá porque te has olvidado de mí.

—¿Cómo? —tenía en mi mano una copa de vino que ya acercaba mis labios, pero la bajé inmediatamente a la mesa.

—¿Te conozco?

Por toda respuesta señaló el libro elegido por mí para esa cita: en la portada de color rojo un genio imponente salía de la lámpara de Aladino. Su cuerpo era negro y sus rasgos y contorno estaban en dorado. Había sido un regalo de mi abuela cuando cumplí diez años y que por mucho tiempo fue mi libro de cabecera y en el que me refugiaba cuando los gritos de mis padres al pelear alcanzaban niveles insoportables.

—¿Acaso eres…? —No terminé la frase y me llevé las manos a la cabeza, pues no podía creer lo que estaba pensando.

El hombre sonrió ampliamente, dejando ver una hilera de dientes demasiado blancos.

—¡Bravo! Te acordaste, aunque tuve que ayudarte un poco. ¿Y la flor? En mi invitación te pedía que trajeras un libro y una flor que fueran especiales para ti.

Abrí el libro y le mostré un jazmín seco al que el tiempo que llevaba entre las páginas le había robado su belleza original, dejándolo amarillento y quebradizo, pero bello igualmente a pesar de esos cambios. De pequeña leí que era una flor procedente de Arabia y me había parecido apropiado que reposara en aquel compendio de historias orientales.

—¡Sabía que los traerías! ¿Puedo ver la dedicatoria? Sé que hay una.

¡La dedicatoria! Mi abuela escribió una dedicatoria que estaba al revés y solo se podía leer si la leías reflejada en un espejo. Le mostré la página. Yo sabía de memoria lo que decía: «Para mi querida nieta. Que nunca le falten buenas historias»

—¡Hermoso! Últimamente, no ha habido buenas historias en tu vida, ¿verdad? —sus ojos me miraron con bondad y su voz se hizo suave y tersa, como una caricia—. Sí, tu corazón está triste. Creo que sufres de un «exceso de realidad».

Era verdad. La vida adulta con sus desazones y su ritmo frenético me había apartado de la fantasía y me había robado tiempo para perderme en mis libros. La invitación que había llegado a mi casa decía que sería «la oportunidad de mi vida» y que «no me arrepentiría al acudir». ¿Acaso el propósito de la cita era tan solo una amable invitación a retomar la lectura? Como si leyera mis pensamientos me dijo:

—No se trata solo de leer. Tienes que recordar cómo era emocionarte con lo que lees. Te lo mostraré.

En menos de lo que toma un parpadeo, ya no nos encontrábamos en el restaurante, el hombre ya no parecía un jeque árabe, sino un verdadero genio de Las Mil y Una Noches, con vestimenta más sencilla y con la parte inferior de su cuerpo desvanecida en un humo blanco y denso. El viento pegaba en mi cara y alborotaba mi cabello. Me di cuenta de que me encontraba encima de una alfombra voladora. Lancé un grito de placer.

—Esa cara que traes ahora es la que me gustaría verte siempre —dijo.

—¿A dónde vamos?

—Visitaremos cada una de las historias del libro y luego te llevaré a casa.

—Son muchas historias…

—Es mucho lo que hay que sanar —dijo, y nos perdimos los dos durante «mil y una noches».

Autor: Ana Laura Piera.

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Paternidad en tiempos de Youtube. Microteatro

Esta es mi propuesta para el reto del microteatro de marzo de la compañera Merche Soriano en su blog Literature and Fantasy. Condiciones: crear una pieza de microteatro que mezcle poesía y teatro.

Personajes:

Francisco (alias «el rubio»), youtuber treintañero de renombre.

Kimberly (pareja de «el rubio»)

Escenario:

Una habitación lujosa decorada de forma infantil, con muchas figuritas de acción, luces en los techos, computadoras y en general mucha tecnología. Adornos de videojuegos famosos en las paredes y muchas cajas de Amazon abiertas y otras cerradas, también material de embalaje regado. «El rubio» y Kimberly están en la cama conversando. Kimberly alisa el cubrecama, que está decorado con motivos del juego «Minecraft»

El rubio: Estoy preocupado por nuestra hija Juanita. ¿Notas que no salió a nosotros? No le interesan las redes sociales, ni ser «influencer», ¡ni ganar dinero! No le atrae recibir a diario paquetes de Amazon.

Kimberly: Lo he notado «baby», también me preocupa. Es muy rara. ¿Quién no quiere abrir cajas y sacar cosas aunque al final acaben en la bodega?

El Rubio: No le interesó la Nintendo, ni ninguna de las otras consolas y mira que tenemos TODAS (hace énfasis). La quise introducir en el mundo «gamer». Que incursionara en youtube, tik toks, instagram y hacer «directos» y nada captó su atención. Lo único que pide son libros y más libros. Con el éxito que tendría siendo nuestra hija. ¿Y sabes que el otro día me la encontré escribiendo? ¡Escribiendo! ¡Sí! ¡Con papel y lápiz! ¿Lo puedes creer? Te lo leeré pues pude tomar una foto con mi iphone 20 doble pro- doble max. (Saca el móvil y lee)

¿En perseguirme, mundo, qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando solo intento poner bellezas
en mi entendimiento y no mi entendimiento en las bellezas?

Kimberly: (Con cara de no haber entendido nada) ¿Pero, qué es esoooo? ¿Crees que debamos llevarla al sicólogo?

El Rubio: Me temo que sí. Ha de ser el hazmerreír de sus compañeros de clase. Mira te leo más:

Yo no estimo tesoros ni riquezas, y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi entendimiento que no mi entendimiento en las riquezas.

Kimberly: (Visiblemente confundida). No entiendo, ¿qué quiso decir?

El Rubio: En pocas palabras: ¡Juanita prefiere la «sabiduría» al dinero!. (Se jala los cabellos)

Kimberly: ¿En serio? ¡Ay no! ¿Qué pudo haber pasado? Si yo me acuerdo que sí me tomé mi ácido fólico y las vitaminas que me recetó el doctor durante el embarazo. ¿Será qué me pasé viendo «K-dramas»?

(nota: los k-dramas son series coreanas de alto contenido emocional.)

El Rubio: Y eso no es todo, escucha:

Yo no estimo hermosura que vencida es despojo civil de las edades ni riqueza me agrada fementida,
teniendo por mejor en mis verdades consumir vanidades de la vida que consumir la vida en vanidades

¡Con lo chula que nos salió y ni siquiera lo aprecia!

Kimberly: Espera, ¿qué es eso de «fementida»? Suena a medicina para las agruras.

El Rubio: Lo sé, también lo tuve que buscar en google, «fementida» es como decir «falso» o «engañoso»

Kimberly: No entendí ni jota. ¡Pero si apenas tiene doce años! Tú y yo a esa edad ya habíamos logrado nuestro primer millón con nuestro canal de youtube: «Rubito y Kimy»

El Rubio: (suspirando). Mañana haré una cita con el sicólogo a ver si nos la puede «componer». ¡Qué duro es esto de la paternidad!

Autor: Ana Piera.

El poema es: ¿En perseguirme, mundo, qué interesas?… de Sor Juana Inés de la Cruz, escritora mexicana, la mayor figura de las letras hispanoamericanas del siglo XVII. Si quieres saber más de ella da clic AQUÍ.

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