CUENTOS INFANTILES

Combo de mis dos únicos cuentos infantiles, completamente originales.

CALIXTO EL DRAGON

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“No es fácil ser dragón”, pensaba Calixto mientras su mamá lo alistaba para la escuela.

—Mamá, ¿por qué somos dragones?, ¿no podíamos haber sido conejos o caballos?

—Pero Calixto ¿a qué viene todo eso? —dijo la señora Dragón sorprendida—. Ser dragón es lo mejor que te pudo haber pasado en la vida, ahora déjate de tonterías y ve a la escuela.

—Pero no quiero ir mama. La señora hizo como que no había escuchado nada y tomando al pequeño dragoncito suavemente de la garra, lo acompañó a la puerta de la casa.

—Que tengas un buen día, ¡ah!, se me olvidaba, ayer la señora Pato me dijo que te vio volar muy rápido, no andes haciendo locuras pues te puedes lastimar ¿está bien?

Calixto asintió con la cabeza y se preparó para volar a su escuela, no estaba muy lejos y podía ir caminando, pero él prefería volar y ver todo pequeñito desde arriba, era muy agradable sentir el viento rozar su regordete cuerpo, además, cuando tenía muchas ganas, podía hacer algo típicamente dragonil: dejar salir fuego por su boca, algo que solo tenía permitido hacer asegurándose de no lastimar a nadie pues en una ocasión casi achicharra a una familia de gansos en migración.

Cuando Calixto divisó la escuela comenzó a planear cuidadosamente con sus enormes y poderosas alas para lograr un aterrizaje perfecto, pero un viento inesperado lo sacó de balance y toda la escuela lo vio dando maromas por el aire hasta que fue a estrellarse contra la barda del colegio. “Odio ser un dragón” pensó mientras se sobaba todo el cuerpo, al mismo tiempo que pretendía no escuchar las risas y burlas de los demás alumnos.

Calixto era el único dragón en la escuela y eso sí que era algo grave pues casi todos los demás lo miraban como un bicho raro y le decían cosas desagradables, por si eso fuera poco sus papás le habían puesto ese nombre raro: “Calixto”, lo cual era causa de muchas más burlas. Pero lo peor de todo era que el dicho ese de que: “tienes aliento de dragón”, no era un simple decir y toda la escuela había sentido en carne propia el desagradable aliento de Calixto, y no me refiero al fuego que los dragones pueden sacar por sus bocas sino a un terrible olor a podrido que hacía que todos le huyeran y que nadie le dirigiera la palabra. Calixto se sentía muy desdichado y solo pensaba en lo horroroso que era ser un dragón.

El día transcurrió como todos: una rápida sucesión de maestros y materias, algunas interesantes, otras aburridas y otras difíciles. Calixto sin embargo disfrutaba el tiempo que pasaba en el laboratorio de su escuela, donde él y su maestra se habían dado a la tarea de buscar un antídoto contra su mal aliento. La Srita. Ardilla, era muy inteligente aunque algo nerviosa. Se veía muy chistosa con su bata de laboratorio que por cierto le quedaba algo grande y unos enormes lentes de aumento pues era medio miope.

—Maestra ¿cómo vamos? —preguntó muy ansioso el dragoncito

—¡Bien Calixto!, a ver, háblame desde la puerta y no te acerques mucho… Así está mejor. Veamos… He mezclado varias hierbas como menta, hierbabuena y algo de perejil, tal vez agregaré un poco de cáscara de limón y semillas de anís… En fin, tal vez pronto tengamos algo para tu problema.

—Gracias, maestra, no sabe cuánto me urge.

—No te preocupes mi niño, yo te aviso cuando esté listo.

Calixto salió del laboratorio algo más animado, pero como seguía la hora del recreo fue a encerrarse a su salón donde se comió lo que su mamá le había preparado: sándwich de caracoles de río y de postre huevos fosilizados de tortuga. Calixto siempre estaba solo y un par de lágrimas color verde rodaron por sus escamosas mejillas, a veces se asomaba por la ventana de su salón a ver a los demás niños y sentía una envidia terrible cuando observaba a los conejitos jugar con los zorritos y a los venaditos jugar con las ovejitas, ¡hasta los puerquitos tenían con quién jugar! ¡Cómo deseaba dejar de ser un dragón y ser como todos los demás! A menudo la tristeza lo vencía y se quedaba dormido.

De estar despierto se hubiera dado cuenta de que un grupo de niños se acercaba y lo observaba desde el jardín. Los oiría hablar cosas tales como: “¡Mira que cola tan padre!, me gustaría tener una”, “lo que más me gusta es que puede volar, ¡uy, me encantaría poder volar!”, “lo máximo es cuando echa fuego por la boca, ¡es grandioso!” “me gustaría ser un dragón, los dragones son lo máximo” “ojalá pudiéramos jugar con él, tal vez nos dejaría subirnos a él mientras vuela, ¿te imaginas ver todo desde arriba?”

El resto del día transcurrió tranquilo y muy pronto todos estaban a punto de irse a sus casas, entonces, por los altoparlantes se dejó oír un anuncio del director, el Sr. Oso, convocando a todos los alumnos a un concurso de cultivo de hortalizas por salón, el premio consistiría en un viaje del salón ganador a Animalandia, el mejor parque de diversiones de la región. En seguida todos los salones comenzaron a hacer planes para la competencia, y el salón de Calixto no fue la excepción.

—Me propongo como jefe de este proyecto —dijo Dientes, el conejo —todos saben que los conejos sabemos mucho de verduras, propongo que sembremos zanahorias.

Todos estuvieron de acuerdo, pero Plumas, el pato, advirtió:

—Todo esta muy bien, pero quisiera que excluyamos a Calixto, es obvio que los dragones no saben nada de hortalizas.

Calixto se sintió muy, pero muy mal y peor cuando casi todo el salón estuvo de acuerdo, Rosa, la oveja más presumida del salón dijo:

—Además, sería horrible trabajar con Calixto por su mal aliento.

De esa forma Calixto quedó fuera del proyecto, de sobra está decir que aquella tarde se la pasó llorando, encerrado en su habitación, ni siquiera quiso probar la sopa de uñas de rana moteada que su mamá había preparado.

Todos los días, después de la escuela, cada salón se iba a trabajar en sus respectivos huertos y como no dejaban que Calixto les ayudase, pues este se dedicaba a lo que más le gustaba que era volar. Una tarde voló tan alto, que alcanzó a ver una rara flor de color blanco en la cima de una montaña, le llamó la atención por el delicioso aroma que despedía, en seguida pensó que quizá la flor podría formar parte del antídoto contra su mal aliento, con delicadeza la arrancó y volando regresó a su escuela donde entregó su flor a la Srita. Ardilla.

—¡Oh, Calixto, pero qué bien huele!, mmm, creo que se trata de la Flor de Invierno, pero no puede ser, esta flor solo aparece en los inviernos que llegan antes de tiempo, tal vez este año el invierno empiece antes. Bueno, creo que podré sacar la esencia de la flor y usarla en nuestro remedio, ¡bien hecho mi niño!

El entusiasmo por el concurso estaba en su apogeo, pero tal y como la Srita. Ardilla había adivinado, el invierno se dejó sentir apenas unos cuantos días después que se habían sembrado las semillas. Todos estaban muy preocupados pues el frío excesivo podría matar a las plantitas que apenas estaban creciendo. A Calixto no le importaba nada el concurso y el invierno era una época agradable para los dragones quienes no pasaban frío gracias a que sus cuerpos podían generar muchísimo calor.

Una noche sin embargo, mientras dormía, escuchó que alguien le gritaba desde afuera: “¡Calixto, Calixto!” ¡Cuál no sería su sorpresa de ver a todos sus compañeros de clase al pie de su ventana!, se veía que casi todos estaban en piyama aunque eso sí, se habían cuidado muy bien de ponerse abrigos encima pues el frío estaba muy duro.

—Ayúdanos Calixto —dijo Dientes desesperado—, nuestro huerto se ha helado, unas horas más con este frío y nuestras zanahorias se morirán.

Lo primero que pensó Calixto fue que se fueran al cuerno, pero luego recordó lo que sus papás siempre le decían: que no debía pagar mal con mal, sino siempre tratar de perdonar y ayudar. Así que en medio de la noche y después de pedir permiso, se salió volando hacia el huerto. Arriba de él iban Dientes y otros compañeros y por tierra los seguían corriendo los demás.

Fue una noche muy movida, Calixto hizo que todos se alejaran lo suficiente para no salir lastimados y desde el aire y controlando muy bien la cantidad de calor que sacaba por su boca pudo hacer que el huerto se descongelara. Toda la noche estuvo soplando Calixto hasta que el frío menguó y todos pudieron irse a sus casas.

El otro día fue uno de los más felices para Calixto pues todos le agradecieron y le pidieron disculpas por portarse con él como unos tontos. Dientes le dijo que sin su ayuda el huerto hubiera muerto y lo invitó a unírseles. Ese mismo día la Srita. Ardilla le dio a Calixto una botella con unas capsulitas azules, ¡era el remedio para su problema!, en cuanto se tomó una, el mal olor de la boca de Calixto desapareció por el resto del día.

—Debes tomar una diario, y no te preocupes, no afectará tu capacidad para lanzar fuego. También le dijo que de no haber sido por la Flor de Invierno que Calixto había encontrado, no hubieran podido tener el remedio tan rápido.

Gracias a que el problema de mal aliento de Calixto se arregló, todos los niños que querían conocerlo se animaron a hablarle y al final del día había hecho muchísimos amigos. Se sorprendió mucho cuando se dio cuenta de que había algunos niños que lo admiraban. Aquella noche, estando en su cama, Calixto no pensó en lo horrible que era ser un dragón sino en lo fantástico que era ser uno. De sobra está decir que las zanahorias del huerto del salón de Calixto fueron las ganadoras y todos los alumnos se fueron de paseo a Animalandia, y esta vez, Calixto no se quedó atrás.

Autor: Ana Laura Pierra / Tigrilla

BUSCANDO UN NUEVO HOGAR

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Aquel día, “Sugar” una gata siamesa y “Chocolate”, un gato común y corriente, se sentían de lo más felices, ¡por fin habían nacido sus hijos! Para Sugar esta era su primera camada y aunque se sentía algo inexperta, el instinto maternal vino en su ayuda para poder cuidar de aquellos cuatro preciosos gatitos. Ambos miraban admirados a sus pequeños quienes aún no abrían los ojos.

—Estoy seguro de que serán unos gatos preciosos —dijo Chocolate mientras los gatitos se acomodaban para alimentarse con leche de su mamá.

Conforme pasaban los días los gatitos se volvían cada vez más traviesos. El barullo que armaban se escuchaba en toda la casa. Se mordían de mentiritas, se echaban maromas y maullaban de gusto cuando era la hora de la comida. Sugar y Chocolate no tuvieron problema en escoger los nombres de sus hijos: “Rayo” era el más travieso y veloz de todos. Él siempre acaparaba el mejor lugar para alimentarse y manoteaba y empujaba a los demás hasta quedar bien instalado en su lugar predilecto. “Luna” era tranquila y amable, aunque cuando se trataba de jugar rudo con sus hermanos no podía resistir la tentación y entonces dejaba salir su lado travieso; tenía unos hermosos ojos azules iguales a los de su mamá. “Botitas” era el más cariñoso y el más pequeñín. Le habían puesto así porque el pelaje de sus patitas era blanco, a diferencia del resto de su cuerpo que era negro, y por último estaba “Orange”, un gatito tan anaranjado que sus papás estaban sorprendidos pues nunca nadie había salido de ese color en la familia.

Un día, poco después de que los gatitos comenzaron a comer por ellos mismos, sucedió algo muy malo: un joven desconocido llegó y observó a los pequeños con mucho detenimiento, jugó con ellos un buen rato y aunque estos estaban de lo más contentos jugando con el extraño, sus papás presentían que algo andaba mal. Después de un rato, el desconocido tomó a Botitas y se lo llevó. Ninguno comprendía qué había pasado, primero pensaron que Botitas regresaría, pero cuando llegó la noche y no fue devuelto, se dieron cuenta de que se había ido para siempre.

¡Qué dolor sintieron Sugar y Chocolate! ¡Cómo lloraron Rayo, Luna y Orange al extrañar a su hermanito! Sugar no pudo dormir aquella noche pensando en qué había sido de su pequeño, si los gatos pudieran derramar lágrimas ella hubiera llenado una cubeta con ellas.

Pasaron un par de días y nuevamente unos extraños llegaron al hogar de los gatitos, en esta ocasión se trataba de una señora con sus dos hijos, una niña gordita y un niño flaco como un palillo. Estos estaban muy emocionados alzando y cargando a los chiquitines: los apretujaban, les jalaban la colita y las orejas, Rayo, Luna y Orange maullaban de incomodidad. Al final escogieron a Rayo y nuevamente la tristeza invadió el corazón de la familia.

Aquella noche Sugar le dijo a Chocolate que no podría soportar que se llevaran también a Orange o a Luna.

—¿Qué sugieres que hagamos? —preguntó Chocolate.

—Huyamos, es la única manera de salvarlos.

La gente suele pensar que todos los gatos son autosuficientes y esto es cierto de los gatos que toda su vida han vivido en la calle o en estado salvaje. Sin embargo, aquellos a quienes se les ha proporcionado alojamiento, comida y amor, al ser abandonados o perderse, sufren mucho, pues no han adquirido las destrezas necesarias para sobrevivir por su cuenta. Sugar y Chocolate estaban muy conscientes del peligro que correrían si abandonaban su hogar, pero Sugar estaba convencida y entre ambos planearon huír con sus hijos al día siguiente.

En realidad no fue difícil salir de la casa, Sugar tomó suavemente a Luna por el cuello y Chocolate hizo igual con Orange. Esta forma de cargar a sus hijos es muy común entre los felinos y no lástima para nada a los bebés. Cuando se vieron en la calle empezaron los problemas: dos niños que jugaban canicas vieron a los dos gatos y enseguida comenzaron a armar alboroto “¡Miren, unos gatos! ¡Hay que atraparlos!”, otros niños se acercaron y estuvieron a punto de derribar a Sugar con una pelota, la pobre de Luna estaba de lo más asustada por el barullo y los movimientos tan bruscos que su mamá tuvo que hacer para poder escapar. Después de correr un rato encontraron refugio en un terreno baldío, donde se escondieron entre la maleza.

Chocolate estaba preocupado.

—¿Qué pasará si nos encontramos un perro?

Sugar no quería ni imaginarse esa posibilidad, la mayoría de las veces los perros y los gatos no se llevan bien, hay algo en su misma naturaleza que los hace repelerse entre sí y a veces las peleas acaban en heridas serias o en la muerte. Chocolate hizo que Sugar y los gatitos lo esperaran un buen rato en el terreno baldío, su idea era ir y encontrar un lugar donde pudieran esconderse y que fuera más seguro. Las horas fueron pasando y Sugar ya se estaba imaginando que algo horrible le había pasado a Chocolate, pero afortunadamente no fue así y este regresó sano y salvo.

—Ya encontré algo, es una casa abandonada, vamos.

La casa resultó ser un buen escondite, no se veían humanos ni perros a la vista, lo malo era que aquí no habría nadie que les pusiera comida y agua de manera tan cómoda como en su antigua casa. Aquello significaba que Chocolate tendría que salir a cazar, algo que jamás había hecho seriamente. La primera noche, después de mucho esfuerzo, regresó con un ratoncito en la boca, era tan pequeño que apenas si alcanzó para darles de comer a Luna y a Orange, a quienes no les gustó nada la forma y el sabor de su nueva comida.

—¡Guácala!, prefiero las croquetas! —dijo Orange enfurruñado.

Llevaban ya tres días en aquella casa abandonada, mal comiendo y con toda clase de peligros acechándolos. Ese día Sugar le dijo a Chocolate que si querían sobrevivir tendrían que ir a cazar los dos juntos y dejar a los pequeños. Aquella era una dura decisión, pero no tenían alternativa, si no traían más alimento Luna y Orange morirían.

—Tendremos más éxito si cazamos los dos juntos —había dicho Sugar con un nudo en la garganta. Para ella no era fácil dejar a sus hijos solos.

Aquella noche Sugar y Chocolate salieron por comida y Luna y Orange se quedaron atrás. Primero estaban aterrados, pero después se dieron cuenta de que podrían hacer lo que quisieran y el terror cambió rápidamente a emoción. A pesar de las recomendaciones de sus papás de no hacer ruido, los pequeños gatitos se pusieron a jugar a las escondidas y cada vez que uno encontraba al otro armaban una gritería formidable. El ruido no pasó desapercibido para un viejo perro pastor alemán que pasaba en ese momento por la calle.

“Veamos qué sucede aquí” se dijo el viejo perro y cuando asomó su enorme cabeza por el espacio donde alguna vez había estado una puerta, no pudo menos que sonreír ante la vista de aquellos dos preciosos chiquitines que se divertían de lo lindo.

—¿Pero qué hacen ustedes aquí solos pequeños? —preguntó gentil.

Orange y Luna se sobresaltaron, pero las maneras del perro eran tan amables que dejaron de lado todo recelo.

—Nuestros padres salieron a cazar —dijo Luna.

—Están ustedes haciendo demasiado alboroto, niños, traten de no hacer tanto ruido o tendrán problemas. Dicho esto, el viejo perro se dio la vuelta y tomó de nuevo su camino, pero a media calle volvió a escuchar a los gatitos gritando a todo pulmón. «¡Vaya!, parece que mi consejo les entró por una oreja y les salió por la otra! Si la pandilla de los perros malos los llega a oír no vivirán para contarlo, mejor voy y los entretengo en lo que llegan sus padres». De esta manera el viejo perro, que por cierto se llamaba Timoteo, entró a la casa abandonada y se puso a contarles cuentos a los gatitos y con esto los tuvo calmados y en silencio un buen rato.

Cuando Sugar y Chocolate regresaron, casi se mueren del susto al ver a un enorme perro tumbado a la puerta de la casa donde estaban sus dos hijos. Ambos se erizaron y se miraron nerviosos.

—Debemos entrar a como dé lugar, alístate para pelear —dijo Chocolate.

Ambos dejaron en el suelo las presas que llevaban para la cena y se fueron acercando muy sigilosamente. De repente vieron que Luna se asomaba por la puerta y cuál no fue su sorpresa al ver a la pequeña treparse en el lomo del enorme perro.

—¡Arre, arre perrito! —decía Luna feliz de la vida.

Timoteo, quien había estado echándose una pestañita, abrió un ojo y luego dijo amablemente:

—Creí que ya estabas dormida, ¿a qué hora llegan tus padres?

—No sé —dijo la gatita de manera despreocupada y luego se puso a lamerle las orejas al perro. Como los gatos tienen la lengua rasposa, Timoteo sintió cosquillas y se puso a reír ruidosamente:

—¡Ja, ja, ja! ¡Ay no, ya no!

Sugar y Chocolate estaban asombrados, no podían creer que aquel enorme perrazo estuviera jugando con su pequeña. En eso vieron a Orange que también se trepaba al lomo del animal y trataba de derribar a su hermana diciendo:

—¡Es mi turno, es mi turno!

Aunque tenían sus dudas acerca de las intenciones del perro, esta vez se acercaron un poco más tranquilos. Timoteo los vio de lejos y adivinó que aquellos eran los padres de los gatitos. Continuó acostado para no sobresaltarlos.

—Ya era hora de que llegaran amigos, sus hijos me han hecho envejecer diez años en unas cuántas horas.

—¡Mamá, papá! Don Timoteo nos ha cuidado y nos ha contado cuentos —dijo Orange muy excitado.

—Es que sus hijos estaban haciendo un escándalo como para despertar a toda la ciudad. Ustedes deben ser nuevos en el vecindario y no saben que a pocas cuadras de aquí hay una pandilla de perros quienes odian a los gatos, pensé que sería más seguro para estos chicos si me quedaba un rato con ellos.

Todo quedo muy claro para Sugar y Chocolate quienes respiraron aliviados al tiempo que agradecían el favor.

—Si andan buscando un lugar seguro para que crezcan sus hijos, deberían venir conmigo —dijo Timoteo—, la Sra. Muñoz ama a todos los animales, me recogió a mí de la calle cuando apenas era un bebé y estoy seguro de que los adoptaría sin dudar. Yo estaría feliz de que vivieran conmigo.

—No queremos que nos separen de nuestros hijos —dijo Sugar.

—Entiendo, y no tienen de qué preocuparse, ella jamás haría eso.

Sugar y Chocolate se miraron como preguntándose qué debían hacer mientras que Orange y Luna decían suplicantes “¡Vamos, vamos a vivir con Don Timoteo! ¡Por favor! ¿Siiiiii?”

Aquella noche Sugar y Chocolate miraban cómo la Sra. Muñoz ponía amorosamente alimento y agua en unos platitos y al viejo Timoteo que jugaba con Luna y Orange. Los chiquitines estaban de lo más contentos con esa especie de abuelo perruno que habían encontrado, entonces los dos gatos adultos se miraron complacidos y comprendieron que por fin habían encontrado un nuevo hogar.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla