La Llorona.

Mi participación en el reto del blog El Tintero de Oro, hay que escribir un micro de hasta 250 palabras inspirado en algún mito. Yo me he basado en el mito prehispánico de La Llorona.

Foto de Mukul Kumar en Unsplash

La Llorona vio acabarse noviembre, su mes favorito, y tembló ante la perspectiva del festivo diciembre.

Ella no estaba para villancicos. Recordó con nostalgia cómo había inspirado terror en las noches previas a la conquista de la gran capital de los mexicas: Tenochtitlán. Conociendo lo que se avecinaba, no había podido más que llorar por la suerte de «sus hijos»: la gente de la ciudad. Sus aullidos de dolor se habían reflejado en las pirámides, circulado por las calzadas, y se habían colado en las casas y los palacios provocando temor. Después de la derrota, había llorado todavía con más ganas, hasta el presente.

Ana Paula, de seis años, la encontró en un rincón del patio.

—¿Qué haces?— La avejentada mujer alzó la mirada llena de lágrimas:

—Lloro por mis hijos —La pequeña salió corriendo—. ¡Vaya! ¡La he asustado! —pensó satisfecha, pero la niña regresó con un pañuelo para que se limpiara los mocos.

—Ten. Entonces, ¿perdiste a tus hijitos?

—Sí.

—Te puedes quedar aquí conmigo, no llores.

—Niña, yo no puedo dejar de llorar. Es mi naturaleza.

—Bien, entonces lloremos juntas. La próxima vez que me regañen o que mis padres peleen, podemos ponernos a llorar muy fuerte.

La Llorona aceptó, aunque pidió que no contara con ella en noviembre, pues era el único mes donde podía explayarse a gusto, y tampoco quería participar de las fiestas decembrinas. Ana Paula sonrió y le guiñó un ojo. Se pusieron a practicar su plañir juntas.

246 palabras.

Autor: Ana Laura Piera

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El Gran Viaje. Microrrelato.

Desde su blog, Lidia Castro Navás nos invita a crear un microrrelato a partir de la siguiente imagen, donde deberá estar incluído el elemento del dado (bastón) y opcional que aparezca en la historia algo relacionado con el cheque: el año de su invención, su inventor o el propio cheque. Todo en cien palabras o menos. Dado que inicia un mes de lo más amable, dejamos atrás los temas sombríos.

Para ir al reto de Lidia, da clic AQUÍ

Había llegado diciembre, pero el cheque de su exmarido, no. «Sinvergüenza»—pensó. Entonces se montó en el vehículo y decidió irle a reclamar la pensión. Fue por aire y por tierra hasta llegar al Polo Norte, donde se encontró al Sr. Claus muy ocupado preparando su Gran Viaje. Se bajó y alistó el bastón para darle unos buenos bastonazos al viejo gordo. —¡Sabía que vendrías! —dijo él y, esquivando los golpes, le plantó un sonoro beso. —Ven, ¡Ayúdame como antes! ¡Te extraño!

Esa Navidad todo estuvo más organizado y nadie en el mundo se quedó sin regalo.

100 palabras incluyendo el título.

Autor: Ana Laura Piera.

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Deseo – Microrrelato

En Twitter un ratón llamado Ratonet y una maga llamada Qamar, convocan, desde un #BosqueImaginado, a un #BiblioReto semanal que consiste en hacer un microrrelato inspirándote en la imagen:

—¿Qué es? —Peguntó el gnomo

—Un frasco de deseo— contestó el hada.

—Para qué sirve? —preguntó, extendiendo la mano.

—Solo una pizca logra un incendio, pero su llama es efímera.

El gnomo miró el minúsculo montoncito de polvo depositado en su mano, luego entusiasta exclamó:

—No importa que no dure. ¡Vamos a poner fuego a algo!

Autor: Ana Laura Piera

¿Qué es un gnomo? Ser fantástico, reputado por los cabalistas como espíritu o genio de la tierra, y que después se ha imaginado en forma de enano que guardaba o trabajaba los veneros de las minas.

Búscalos en twitter:

@MagadeQamar o en su blog: http://caracolasenlasnubes.blogspot.com/

@Ratonet3 o en su blog https://alos4v.wordpress.com/

y de paso, a mí: @anapiera6

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El Viaje de Nochipa – Cuento Corto

Nochipa: en náhuatl significa «Eterna»

Mi participación en el VadeReto del mes de Noviembre, con la muerte como tema. Tiene algunas condiciones: el escenario deberá ser bastante tétrico y segundo, dentro de la trama debe de haber algún elemento mágico o fantástico. Como buena mexicana y a petición de JascNet, el dueño del blog Acervo de Letras, quien convoca a este reto, traté de explicar un poco de las celebraciones en mi país. Si hay alguna duda no dudes en dejármela en los comentarios y con mucho gusto responderé.

Lo último que recordaba Nochipa, era estar en cuclillas, empapada en sudor. El humo de la resina aromática de copal era tan denso, que ni siquiera podía ya distinguir su vientre embarazado. Algo estaba mal, pues ya no sentía dolor y las desesperadas voces de la comadrona y sus ayudantas le llegaban de muy lejos. Aguzó el oído, pero tampoco escuchó el llanto de su bebé. La envolvió la oscuridad y pensó con resignación que habían muerto en el parto.

Siempre estuvo consciente de que la existencia humana incluía la vida y la muerte. Así como en tiempo de secas todo moría para renacer con la lluvia, la muerte no era absoluta, simplemente se seguía existiendo de otra forma. Por todo lo anterior, se sentía tranquila. Si el fruto de su vientre había fallecido, a él le esperaba un tiempo en el Chichihuacuauhco, donde un árbol nodriza acabaría por amamantarlo y después los dioses lo enviarían de nuevo al mundo de los vivos para que tuviera una segunda oportunidad; y en caso de haber sobrevivido, su padre, Mázatl, le cuidaría con esmero.

En cuanto a ella, dar a luz se consideraba un combate, si perecía en el trance, se volvía una guerrera, y su destino no podía ser más glorioso: acompañar al dios Sol, desde el mediodía hasta que este desaparecía en el horizonte. Antes de eso, correspondía a los guerreros muertos en la guerra o sacrificados ritualmente, escoltar al astro.

Pensó en Mázatl. Su esposo estaría supervisando muy serio que los ritos funerarios se cumplieran a cabalidad. Organizaría a la familia, a las parteras y a las ancianas para resguardar con fiereza sus restos, pues se consideraba que incluso un dedo suyo podía conferir gran poder en la batalla y no faltaría quien quisiera hacerse con una parte de ella para obtener protección y victoria. Lavarían su cuerpo con agua de flores aromáticas y lo depositarían en un templo, junto a ofrendas que le asegurarían su paso y subsistencia en el más allá. La cremación, que era la norma, no aplicaría para ella. Conociendo a Mazatl, estaba segura de que este sentiría un poquito de envidia de su destino junto al Sol.

Nochipa reflexionó que ya era hora de que vinieran a buscarla las Cihuateteo, otras mujeres muertas en la labor de parto, y que serían sus compañeras. Deseaba salir ya de aquella negrura y silencio. La inquietaba no saber dónde se encontraba.

¿Se habrán equivocado los dioses?—se preguntó—. Quizás creían que había muerto ahogada, en cuyo caso iría al Tlallocan, reino de Tláloc, dios del agua. O quizás pensaban que había muerto de cualquier otra cosa y entonces tendría que hacer el temido viaje al Mictlán, donde viajaría por cuatro años, pasando retos y dificultades hasta alcanzar por fin la residencia de la pareja creadora de todos los dioses: Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl quienes liberarían finalmente su alma. Esperaba de corazón que los dioses no fueran tan atolondrados y que no la mandaran donde no era.

Estaba atenta por si sentía llegar al perro que acompañaba a los muertos en su viaje al Mictlán y que solo aparecía si en vida, la persona había sido buena con los canes. De repente, como si alguien prendiera una lámpara, apareció una diminuta luz en medio de aquellas tinieblas y hacia allá se dirigió. Conforme se acercaba, aquel resplandor iba en aumento. Se encontró de frente con una ofrenda fuera de lo común: Estaba compuesta por flores amarillas, que reconoció como la tradicional flor de Cempasúchil. La luz provenía de unas «antorchas» muy pequeñitas de color blanco y con una llama insignificante, pero que en conjunto alumbraban bastante. Había también «estandartes» de vivos colores, alusivos a la muerte, hechos de un finísimo papel picado, desconocido para ella. Vió símbolos extraños: unos maderos cruzados, parecidos al nahui ollin, que representaba el eje del cual partían los rumbos del universo. Abundaba la comida y la bebida, algunas servidas en las familiares jícaras, pero otras estaban presentadas en formas tan raras que su idioma no tenía las palabras para describirlas.

¿Se encontraba acaso en su propia tumba? ¿Rodeada de sus ofrendas fúnebres? Parecía improbable dada la cantidad de cosas que no reconocía, además, no veía su cuerpo extendido, o un fardo funerario. Su corazón conoció un nuevo nivel de angustia cuando se dio cuenta de que todo a su alrededor le era ajeno: ni el mobiliario, ni el tipo de construcción, ni los adornos. ¿Y qué clase de magia era esa, que se veían imágenes de personas, como si estuvieran vivas? ¿Dónde se encontraba?

De repente escuchó pisadas suaves y el jadeo de un perro. Se alegró de ver por fin a un Xoloitzcuintle, un perro pelón con tan solo una mecha rebelde de pelo en la coronilla. Soltó un suspiro de alivio: prefería ir al Mictlán y pasar los cuatro años de penurias que asustada en un lugar tan extraño. El «Xolo» se le quedó mirando atenta e inteligentemente y comenzó a caminar hacia las oscuridad, por donde Nochipa había llegado. Daba unos cuantos pasos y luego se volvía hacia ella, parecía querer asegurarse de que lo seguía. «Me está guiando hacia el Mictlán» —pensó, pero estaba equivocada.

Ya no podía distinguir nada, solo escuchaba al perro, pero ese ruido reconfortante, combinación de pisadas y respiración, cesó de repente. Sintió pánico de haberse quedado sin su guía. «Estoy igual que al principio» —supuso desconsolada—.Luego, escuchó música: sonidos de flauta, tambores, y dulces cánticos de mujeres. El corazón se le llenó de regocijo al sentirse rodeada de muchos brazos femeninos que la elevaron y comenzó a vislumbrar finalmente la cálida luz del Sol del atardecer dándole la bienvenida.

Lejos de ahí un par de dioses discutían:

—¡Fue tu culpa!

—Me distraje un poco, pero ya pasó.

—¡Nochipo tuvo un atisbo del futuro!

—No lo entendió, no te preocupes.

—Ya no queda mucho futuro, ¿lo sabes, verdad?

—Claro que lo sé. Pero algo de nosotros, permanecerá por siempre…

Autor: Ana Laura Piera

Nota:

Antes de la conquista española, los mexicas y su imperio, que dominaba en gran parte de Mesoamérica, dedicaba todo un mes de celebraciones funerarias dedicadas a los muertos adultos y otro mes dedicado a los niños de tierna edad o no nacidos. Con la conquista, se da un sincretismo: se juntan las celebraciones prehispánicas con la celebración europea de «Todos los Santos» y se «acortan» las fechas, quedando el 1 y el 2 de noviembre, para celebrar a los que ya partieron.

Gran parte de las celebraciones que vemos hoy, tienen un trasfondo europeo: por ejemplo, el pan de muerto: en la época prehispánica no se conocía el trigo, sino el maíz. También las velas, las cruces cristianas, y otros elementos religiosos que trajeron los españoles. Lo que sí tiene un eco prehispánico son las ofrendas a los muertos, inspiradas en las ofrendas funerarias indígenas que se hacían posterior a la muerte y se repetían anualmente por cuatro años.

Por último, ese concepto de que el mexicano se «ríe» de la muerte, es erróneo. Cualquier mexicano al que se le muere su madre o algún familiar llorará y se sentirá triste. No nos reímos de la muerte, pero la incorporamos a la vida, y le hacemos sus fiestas y bromeamos con ella. Durante las celebraciones de difuntos, se cree que ellos «bajan» y conviven con nosotros. Se «alimentan» de las ofrendas que dejamos. No es tanto que «coman», sino que disfrutan de los olores de las viandas, (esencias volátiles, un poco como ellos) y de los colores vivos (elemento prehispánico) que los guía hacia los hogares de sus descendientes. Reflexión: Con cada persona que fallece, muchas otras quedan en el olvido, aquellas que eran recordadas por el fallecido, quizás ya no quede nadie más que las tenga en la memoria. Mientras recordemos a nuestros muertos, ellos seguirán viviendo.

Autor: Ana Laura Piera

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El Agradador – Microrrelato de cien palabras.

Mi participación en el reto de Lidia Castro «Escribir Jugando» correspondiente al mes de Septiembre. Se trata de hacer un microrrelato de máximo cien palabras, inspirados en la imagen de la carta, donde debe aparecer el mineral «howlita» o turquesa blanca. Opcional: que aparezca algo relacionado con la flor de Bach: Centaury. (Esta esencia ayuda a las personas que quieren complacer a todo el mundo y ello les conlleva una gran carga, pues ceden antes los deseos de los demás, olvidando incluso sus propios sueños).

Tras el dolor, sobrevino el frío y la negrura. No alcanzó a percibir ya el aroma sanador de Centaury. Atravesó el Valle de las Sombras y llegó a la Sala del Juicio. Envuelta en un fulgor cegador le esperaba Justicia, quien con voz pavorosa anunció:

—Tú eres el «agradador», y por olvidarte de ti mismo, te condeno.

Silencio…

Apareció un gran bloque de turquesa blanca surcada de vetas, como venas azuladas. Si alguien hubiera podido acercarse, vería sangre circular por esas «venas» y si ese alguien pudiera poner su mano encima, sentiría el palpitar desbocado de un corazón.

100 palabras incluyendo el título.

Autor: Ana Laura Piera.

Te invito a visitar el blog de Lidia donde hay un montón de cosas interesantes para ver y también podrás participar en sus retos. Da clic AQUÍ.

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EL DILEMA DE ROBBY

Photo by PIOTR BENE on Unsplash

Sus pequeños ojos, dos luces azuladas, subían y bajaban de intensidad sobre mí, escudriñándome.

Saqué mi tableta para escribir el diagnóstico final sobre Robby.

Se incorporó. Había estado acostado sobre el diván diciéndome todos los detalles de su existencia. Estaba acostumbrada a escuchar la retahíla: «Mis humanos esto, mis humanos lo otro…» Robby era un robot doméstico y le empezaban a molestar cosas como el tono de voz de sus jefes, la naturaleza de sus labores y palabras como «injusticia», «enojo» o «abuso», empezaban a salpicar su vocabulario, lo cual era algo inusual y preocupante.

Después de tres sesiones de lo mismo, mi consejo como experta en robo-psicología era que fuera destruido. Claramente su cerebro estaba dañado. Durante mi práctica profesional pocas veces me había encontrado frente a robots «rebeldes», era un fenómeno que aún no se explicaba muy bien.

Robby pareció percibir su inminente destino.

—Dra. Morante, ¿puedo saber lo que va a recomendar?

Siempre me maravilló la naturalidad ya alcanzada en las voces robóticas, la suya era suave y agradable.

—No. Lo siento, Robby.

—Perdone, pero no quisiera que me considerara un caso perdido.

—¿Por qué crees que puedo pensar eso, Robby?

El robot dirigió su mirada azul a sus pies y luego a mí antes de contestar.

—Estoy consciente de que quejarme tres veces seguidas es una irregularidad.

—Así es, Robby. Tu cerebro debe estar funcionando mal. Lo siento.

—¡Es que son tan molestos! —dijo, refiriéndose a sus dueños.

Tuve un momento empático. Quizás fue su actitud, su tono de voz que reflejaba tanto sinceridad como desesperación. Me recordó a mí misma en la casa de mis padres.

—Mira, Robby. Los humanos somos seres de emociones complejas y ustedes fueron creados para no tenerlas. En tí empiezo a ver un patrón problemático. ¿Entiendes?

—Sí

—Recomendaré un «reinicio» completo de tu cerebro robótico, pero si eso no ayuda tendrás que ir a reciclaje.

El robot volvió a fijar sus ojos azules en mí.

—Entiendo.

—Perfecto.

Me vio escribir el mensaje y me observó atento mientras le daba «enviar».

—Espero que pase mucho tiempo antes de verte de nuevo por aquí —le dije.

Robby se incorporó. Su cuerpo de fibra de carbono color metálico de dos metros de altura apenas hizo algún ruido. Hizo una ligera inclinación de cabeza. Alcancé a ver su avanzado cerebro a través del armazón transparente que lo cubría. Era como asomarse a un rincón del universo, con una miríada de estrellas titilando. Una pieza excepcional de ingeniería, y sin embargo, estaba fallando.

—Dra. ¿Me permite decir algo más antes de irme? —asentí—. Me parece injusto que por un error humano deba yo ser destruído. En todo caso también se debería sancionar de alguna manera al ingeniero que se equivocó en mi programación o al que diseñó mal mi cerebro. —Calló abruptamente al darse cuenta de que había cometido un grave error—. Bueno, no me haga caso, ya sabemos que mi unidad cerebral está defectuosa. Seguramente después del «reinicio» estaré de lo más normal.

Una vez que Robbie abandonó el consultorio, regresé a mi tableta y escribí de nuevo:

«Desechar mensaje anterior. Recomiendo destruir a la unidad 4876bc3 modelo Rby2. Además de presentar indicios de malestar ante órdenes humanas, pareciera también estar en desacuerdo con la primera Ley Robótica de no hacer daño a los seres humanos.» Adela Morante, Lic. en Psicología Robótica.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

Nota:

Las tres leyes de la robótica de Asimov son un conjunto de normas elaboradas por el escritor de ciencia ficción Issac Asimov que se aplican a la mayoría de los robots de sus obras y que están diseñados para cumplir órdenes.

Primera Ley: Un robot no hará daño a un ser humano ni, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño.

Segunda Ley: Un robot debe cumplir las órdenes dadas por los seres humanos, a excepción de aquellas que entren en conflicto con la primera ley.

Tercera Ley: Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la primera o con la segunda ley.​

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Día de Muertos en México

Otra colaboración mía para Masticadores México, en esta ocasión un relato ligero con motivo de las celebraciones del Día de Muertos. Muchas gracias por sus comentarios y apoyo ya sea aquí o en la página de Masticadores (el link aparece abajo), ya que ahí es donde se puede leer completo.

El alegre grupo llegó a México, estaban muy entusiasmados, ya que lo hacían justo a tiempo para las fiestas de muertos. Se trataba de varios espíritus de diferentes partes del mundo. Alguien con gran visión comercial había estado organizando tours para ellos y ahora les tocaba visitar un país con una gran tradición en el […]

Día de Muertos en México por Ana Laura Piera — MasticadoresMéxico // Editor: Edgardo Villarreal

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LA CASA DEL POZO

Mi participación en el concurso de relatos de «El Tintero de Oro«.

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LO ÚLTIMO QUE ANA RECORDABA era haber hecho el amor con Adolfo y después ambos se habían quedado dormidos. Ella había caído en un sueño intranquilo que mutó a pesadilla: Se sintió arrastrada violentamente por el piso de la habitación y luego por las escaleras hacia la planta baja. Al terminarse las baldosas frías de la estancia, percibió, debajo de ella, el frescor del césped. Se le reveló el cielo nocturno y notó que solo con un ojo podía ver, el otro estaba cerrado y le dolía. “¡Que alguien me despierte ya!”. Tierra y piedras punzantes empezaron a desgarrarle la espalda, ya de por sí lastimada. Ahora iban sobre el sendero. Se estremeció al pensar en lo que había al final. Mientras era arrastrada, figuras etéreas se asomaban curiosas: un hombre y una mujer fumaban, y sus cuerpos se confundían con el humo de sus cigarrillos. Un perro hecho de niebla ladraba sin producir sonido. Pasó junto a una niña pálida, transparente, que mordisqueaba sin ganas una galleta borrosa. La niña volteó a mirarla. Se acordó de su Ceci, tendrían la misma edad: 4 años. Se sintió levantada en el aire y cesó un poco el sufrimiento. Su cuerpo herido estaba apoyado en el borde del pozo. Entonces lo vio: “¡Adolfo! ¡Amor, despiértame!” Sus miradas se cruzaron y él pareció titubear, pero MI voz en su cabeza insistía “¡Tírala! ¡Hazlo ya!”. Terminó empujándola. Ella se sintió caer al vacío y el agua la envolvió.

LA TARDE EN QUE LLEGARON, el cielo se vistió de luto y lloró presagiando desastres. Los tres jóvenes traspasaron mis rejas exteriores cubiertas de herrumbre y sofocadas por el abrazo apretado de la maleza. Cuando abrieron las puertas de la residencia principal, sentí dolor de entrañas, de buena gana los hubiera vomitado en ese mismo instante. Su presencia solo significaba una cosa: El viejo Adolfo Santillán estaba muerto, y sus hijos Jaime, Juan José y su media hermana —más joven que ellos— Cecilia, habían venido a mirar la herencia.

Las abominables voces llenaban el aire: “¡Pero qué descuidado está todo!”, “¡Claro, el viejo lo tenía abandonado desde hace quince años!”. Entre aquellas voces calculadoras y frías escuché un sollozo disfrazado:

—No me gusta estar aquí, este lugar me da escalofríos —dijo Cecilia.

—¿De qué hablas? —le preguntó Juan José en su característico tono burlón.

—¡Esta es la casa de mis pesadillas! —contestó sobrecogida, recordando las veces que se había despertado envuelta en un sudor frío después de haber soñado conmigo.

Avanzó la tarde y el tiempo empeoró. La lluvia golpeaba mis techos con fuerza y latigazos de luz iluminaban brevemente mi interior a través de los enormes ventanales. Se hizo evidente que no podrían regresar y decidieron pasar la noche entre mis paredes manchadas y apestosas a humedad. Jaime fue a traer del carro un par de linternas y algunas otras prendas de ropa que llevaban. Se acomodaron en una de las habitaciones, extendieron parte de su ropa en el piso y ahí se echaron. No era fácil conciliar el sueño en medio de telarañas, goteras y polvo acumulado de tres lustros.

De improviso, escucharon golpes, primero pensaron que era el edificio que crujía por los cambios de temperatura, pero luego se repitieron, cada vez más fuertes y violentos. Alumbraron con las linternas y Jaime quiso levantarse, pero sintió una embestida en el estómago que le sacó el aire y lo hizo caer: de los viejos estantes, libros y adornos comenzaron a lanzarse con violencia hacia ellos. Entre gritos de terror, se cubrieron la cara con los brazos. Mis paredes crujieron con sonidos de pesadilla y un frío glacial hizo que entrechocaran los dientes. Los tres hermanos se abrazaban entre sí con ojos desorbitados. Las linternas murieron y reinó la oscuridad. Las cosas dejaron de volar, cesaron los golpes y un silencio ominoso les erizó la piel y fue interrumpido por un grito:

—¡Me habla! ¡Me está hablando! —gritó Cecilia.

—¿Quién te habla? —preguntó Juan José con un hilo de voz.

—¡¡La casa!! ¡¡La maldita casa!!

Cecilia lloraba. Insistía en que se fueran y estuvieron a punto de salir corriendo, pero una sucesión de estruendosos relámpagos y el recrudecimiento de la tormenta les disuadieron. Al menos en la habitación ahora todo parecía más tranquilo.

“Cecilia, ven…” MI voz antigua la despertó. “Ven…” Se levantó como autómata y recorrió la casa y luego el sendero sin sentir las piedras y guijarros en sus pies desnudos. Pronto llegó a la orilla del pozo. De la negra boca surgía mi voz que retumbaba en su cabeza. «Ven…» Ella se asomó y su cuerpo se fue doblando peligrosamente… “¡¡Cecilia!! ¡¡Despierta!!” Como una exhalación los brazos y la voz de Jaime, que la había seguido, la rescataron de encontrar la muerte en el regazo del agua.

Una inspección posterior del lugar reveló los huesos de Ana Cárdenas. Una antigua empleada que había desaparecido bajo circunstancias sospechosas. Hoy la osamenta de Ana reposa en el cementerio, no así su espíritu, que al igual que muchos otros, impregnan mis muros y rincones. Ellos y yo somos uno y permaneceremos unidos hasta que yo sea quemada hasta los cimientos. Cuando eso pase, morirá conmigo el misterio de su vida y de su muerte. En cuanto a Cecilia, la pequeña que tuvo que abrigar su orfandad en una casa extraña, ella aún sueña conmigo pues hay pesadillas que duran para siempre.

900 palabras

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

Este relato participa en el concurso convocado por El Tintero de Oro. Si quieres saber más, te invito a que pases por su blog, y además te enterarás de un montón de cosas interesantes sobre Shirley Jackson autora de «La Maldición de Hill House» ¿Qué esperas? https://concursoeltinterodeoro.blogspot.com/2021/04/concurso-de-relatos-xxvi-edicion-la.html#comments

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SER PARTE DE UN CUENTO

«Meta-cuento»

Photo by Krizjohn Rosales on Pexels.com

Llegando a casa vio con desmayo una fila inquieta de seres fantásticos que querían entrar y hablar con ella. En cuanto la vieron se armó un barullo, y la ya de por sí desordenada fila comenzó a perder aún más la compostura: hubo codazos, mordiscos, arañazos y gritos. Todos querían entrar y ser atendidos. Ella los calmó con palabras suaves y prometió que hablaría con todos. Entró y cerró la puerta. Corrió a servirse un tequila que se tomó de un jalón y luego se dirigió al despacho, donde se dejó caer pesadamente en su sillón. Pidió a su ayudante que fuera dejando entrar, uno por uno, a los que esperaban afuera.


Un enorme perro de ojos rojos fue el primero. Era enorme y más que perro parecía un lobo. Se quedó un rato en el dintel de la puerta, con el negrísimo pelo erizado y enseñando sus temibles colmillosTenía una mirada aguda que revelaba una inteligencia superior. Se acercó cauteloso a una de las sillas y entonces sufrió una dramática transformación: en un parpadeo el perrazo se había convertido en un hombre de rasgos indígenas, tez del color del cobre y la misma mirada aguda y penetrante. 


—Estoy muy molesto —dijo en voz baja, pero firme mientras tomaba asiento.  
La aprendiz de escritora pensó en lo bien que le vendría otro tequila, pero mejor comenzó a prestar atención a lo que decía el hombre.
—Estoy frustrado con mi vida y tú eres la causante, me siento enfermo de no poder cumplir mi deseo y hacer mía a esa mujer.
Ana recordaba el relato surgido de su pluma: el «nahual»(*) se transformaba todas las noches en un perro y escabulléndose entre las sombras, entraba en la habitación de la joven que él deseaba.
—Sí, recuerdo tu cuento.
—Podías haber omitido el detalle del romero y las tijeras que la madre de esa chica deja todas las noches bajo su lecho; de esa forma yo ya la hubiera hecho mía. Ahora estoy condenado por siempre a llegar tan cerca sin poder hacer nada. Te viste muy cruel.
Ella recordaba aquel detalle: el romero y las tijeras en cruz impedían al «nahual» acercarse al objeto de su deseo.
—Te prometo pensar en eso. Si lo reescribo, te dejaré el camino libre.
—Espero que no me estés dando falsas esperanzas —dijo el «nahual», levantándose de la silla y regresando en un parpadeo a su forma perruna. Antes de irse le dirigió un gruñido amenazador.


Suspiró aliviada. ¿Quién seguiría ahora? 
Entró un hombre bien parecido, pero con mirada de loco —¿Los has visto? —Preguntó. Ella le miró con extrañeza —Si, mis dedos… No los encuentro… Estaban conmigo allá afuera y de repente se soltaron de mí. Los vi entrar a tu casa.
Ana recordó al hombre: era el protagonista de un relato extraño, en donde el pobre se desarmaba a diario como un rompecabezas, y tenía que estar buscando sus partes perdidas. Sintió pena por él, en verdad lo había condenado a un destino demasiado triste.
El hombre le enseñó las manos.  En cada una había cinco huecos rosados en el lugar donde debían estar los dedos.
—Mi asistente te ayudará a encontrarlos.
—Es terrible ¿Por qué me obligaste a vivir en un relato donde a diario amanezco roto? Me siento muy desdichado.
—Te entiendo, de verdad… —Ana sentía mucha pena por él y no sabía ni qué decir para consolarlo.
—No lo creo —continuó el hombre—, no sabes lo que es amanecer sin oídos, o sin piernas, tener que andar buscando en la basura tus dedos o correr por toda la casa tratando de alcanzar un brazo o un ojo. Para colmo, escribiste que mi novia me dejaba.
—Escucha, no prometo nada, pero veré que puedo hacer por ti —dijo su creadora.
—Iré ahora a buscar mis dedos —dijo él, enfadado, y
frente a la puerta usó uno de sus codos para abrirla, y para cerrarla usó sus pies cerrándola con violencia y haciendo un ruido tan fuerte que Ana saltó en su silla.


El asistente ya estaba haciendo pasar al siguiente de la fila, pero Ana le hizo ademán de que esperara un poco. Se sentía abrumada, era como una madre oyendo los reclamos de sus hijos ¿No habría nadie afuera que estuviera un poquito agradecido con ella? Después de todo, les había dado la vida. Los había parido uno por uno y en cada parto había dejado un trozo de ella misma. Se asomó por la ventana y dio instrucciones a su asistente, este hizo pasar a una mujer de aspecto frágil aunque aún no era su turno. El descontento en la fila se hizo sentir y el pobre ayudante tuvo que salir a calmarlos como pudo.


Esta vez la aprendiz de escritora tomó la iniciativa: —¿Eres la Mujer Pájaro verdad? Ella asintió y al mismo tiempo se volteó para mostrarle la espalda, de donde se asomaban, por unas aberturas de su blusa, un par de alas blancas, pequeñas, pero muy hermosas.
—¡Qué lindas! —dijo Ana—, cualquiera desearía tener unas alas así y volar por los cielos; debes de haber visto cosas increíbles.
La Mujer Pájaro esbozó una media sonrisa y luego preguntó —¿Recuerdas el final del relato?
Ana recordaba no solo el final, sino todo el relato, pues era uno de sus favoritos: La mujer era un ama de casa común y corriente y un día perdía su voz humana y empezaba a piar como los pájaros. Le daban ganas de comer comida de aves y le crecían alas. Su familia no la pudo comprender y la hizo a un lado. Una noche, la mujer salió de casa y se fue a un cerro muy alto que miraba hacia el océano. Sus alas parecían estar ansiosas por volar y tras desnudarse se colocó a la orilla del precipicio. Al recordar el final, Ana se estremeció —¿Saltaste? La Mujer Pájaro la miró molesta —No escribiste si salté o no, simplemente me dejaste ahí a la orilla del abismo. Y ahí sigo, me quedé como en suspenso.
—Yo siempre imaginé que habías saltado y volado.
—Pero no lo escribiste, y si no está escrito, no pasó —dijo la mujer alada mirando a Ana con intensidad.
—Lo haré, escribiré que tuviste el vuelo más glorioso de todos.
—Una cosa más ¿Podrías escribir acerca de un hombre pájaro bien parecido? Me hace falta compañía.
—Claro, lo que tú digas.


La mujer se fue bastante satisfecha, pero Ana se sentía desgraciada. De repente sintió deseos de no ver a nadie más: Aún faltaban varios fantasmas, un mago, una puta y su asesino, unos hermanos incestuosos etc. No, en verdad que no tenía ánimo para más reclamos. “Soy una aprendiz de escritora muy mediocre”, pensó. De repente escuchó una voz omnipresente que dijo: —Lo siento, estoy trabajando en otro final para tu historia, no te desanimes. Ahí supo que ella era también, el personaje de algún cuento.


Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

Puedes leer los relatos mencionados en este cuento, te dejo los links:

NAHUAL ENAMORADO

https://anapieraescritora.wordpress.com/2021/01/07/rompecabezas/

LA MUJER PÁJARO

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(*) Nahual, (en náhuatl: nahualli, ‘oculto, escondido, disfraz’dentro de las creencias mesoamericanas, es una especie de brujo o ser sobrenatural que tiene la capacidad de tomar forma animal. El término refiere tanto a la persona que tiene esa capacidad como al animal mismo que hace las veces de su alter ego o animal tutelar.

EL ENCANTADOR DE AUTOS

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Aquel era mi primer día de trabajo en el estacionamiento del centro comercial. Llegué cuando el sol caía a plomo, pero el viento insistente, cual caricias, me refrescaba el cuerpo. Me sentía perdido, pero uno que apodaban “el borrego” se acercó a mí y me dijo amablemente lo que tenía que hacer, cómo hacerlo y además me presentó a los compañeros.

Ser lavador de autos es un asunto ingrato. Laborar bajo el sol ardiente no es fácil y luego los clientes nos tratan mal, o nos quieren pagar menos si ven alguna falla. Vamos todos vestidos con horribles camisas naranja chillón y tenis a juego. El pantalón invariablemente es un jean propio que todos destinamos para ello: el más desgastado de nuestro pobre guardarropa.

El borrego sin embargo, parecía disfrutar mucho la faena. Era un hombre algo mayor, bajito y simpático. El apodo se lo habían puesto después de que platicara muy emocionado que un tío le heredaría una “lana”, o sea, un dinero, pero el hombre al morir, heredó a otra persona. Las burlas y chistes dieron origen al apodo: “el borrego”. Se le veía lavar vehículos con interés, los trataba, no como seres inanimados, sino como si tuvieran personalidad y eso me llamó la atención.

—Los carros dicen mucho de sus dueños—, me dijo mientras lavaba uno compacto color cereza con vidrios polarizados de baja calidad—, este me dice que el dueño es un Don Juan con pocos recursos. Los asientos están manchados de pasión, el piso tapizado de latas de cerveza y uno que otro condón tieso.

Me dio mucha risa y desde entonces, cuando coincidíamos me acercaba a él para trabajar juntos. Un día estábamos lavando una camioneta de lujo. El borrego parecía acariciarla como si se tratase de una mujer.

—Esta pobre me dice que tiene una vida cómoda pero aburrida. Deja a los niños en la escuela, va por ellos, hace súper, deja a su dueña en el café con las amigas. Muy monótono. La única vez que tuvo emoción fue un día que de reversa, dobló un poste municipal—. Me señaló un golpe que tenía la camioneta detrás.

—Este es de un cura —, me dijo con ojos traviesos mientras lavábamos un auto deportivo color rojo. El hombre es todo un gigoló. Predica con fuerza, regaña y no tolera llantos de bebés o ruidos fuera de lugar. Saca a la gente de la iglesia en medio del sermón si algún detalle no le parece. Pero en su tiempo libre vive pasiones que se contradicen a su condición. Supongo que su jefe —señaló al cielo—, es más tolerante con él, de lo que es él mismo con sus feligreses. Me pareció muy aventurada su opinión, pero al fijarme en los detalles observé dentro una sotana, un gazné de esos que usan los señores muy elegantes y un estuche de lentes caros.

Un día llegué y no me lo encontré. Alguien me dio una nota de su parte: “Querido Luis, he llegado a apreciarte, eres un muchacho muy noble. Quiero que sepas que una modesta camionetita me dijo que deseaba huir. La trataban con desprecio pues era el recuerdo de alguien no muy grato para su dueño. Las llaves estaban puestas, así que me fui en ella. Sé que está mal pues estoy tomando algo que no es mío, pero créeme, no podía dejar a la pobre en manos de un maltratador. Espero arreglarla y tratarla como se merece. Cuídate mucho”.

Nunca alcancé el nivel que tenía mi amigo para entender a los autos. Pero los trato con respeto como él me enseñó. Ahora mismo le doy su lavadita a un Volkswagen, de esos que ya no se ven, con placas de colección, una verdadera reliquia. Me dice que tenga cuidado con su pintura, sus molduras y sus gomas o me las veré con su dueño que es un mamón insufrible.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla