«CACHITO»

Photo by Nick Bolton on Unsplash

Entró el viejo Jacinto a la estancia y se encontró con su nieto Santiago, de ocho años, inmóvil en medio de la habitación. Tenía la mirada fija y envuelta en nubes grises, como en trance. Temiendo una desgracia, salió en busca de «Cachito». Se lo encontró con el morro ensangrentado metido dentro de una gallina. Al sentir la presencia del hombre, el perro mestizo levantó la mirada como brasas de fuego, y enseñando los colmillos le gruñó amenazadoramente. Un collar de perlas rojas se deslizó del hocico hasta el suelo polvoriento haciendo un charco. Con paciencia, Jacinto comenzó a llamarle por su nombre en tono tranquilizador y esperó a que el animal se calmara un poco.

Siempre sucedía: su voz de viejo le amansaba lo suficiente hasta que el perro se dejaba amarrar una cuerda al cuello para llevarlo de regreso a casa. Esa vez el hombre lo ató a un árbol cercano y siguió el rastro de destrucción que había dejado el animal y que llevaba hasta la finca del vecino: entre sangre y tripas aparecían varias gallinas mutiladas: a algunas les había arrancado la cabeza, a otras les abrió el vientre y comió el corazón. De lejos vio acercarse a Ramiro, su vecino, con un fusil entre las manos.

—Te pido una disculpa Ramiro. Te las pagaré —se adelantó el viejo.

—Claro que lo harás Jacinto, y de una vez te advierto: o matas tú a ese animal del demonio o lo mato yo —dijo Ramiro tratando de controlar su exaltación.

—Yo me encargo, Ramiro.

Al regresar Jacinto a su rancho, se encontró a Santiago despierto. El niño, al ver a «Cachito» corrió a abrazarlo y ambos rodaron por el suelo jugando. No se distinguía dónde empezaba uno y dónde acababa el otro, mezclándose piel morena y negro pelaje como en una pelota viviente. Jacinto se sirvió un mezcal y fue a sentarse pesadamente en un sillón. Recordó que ambos, niño y perro habían nacido la misma noche, el mismo día, y que la luna caprichosa los había envuelto en el mismo manto blanquecino. Las madres de ambos desgraciadamente habían perecido en el parto y él tuvo que hacerse cargo de los recién nacidos. Parecían destinados a ser compañeros en la vida, pero tras el último desastre con las gallinas (ya antes había habido otros), Jacinto decidió regalar el perro al hombre que venía mensualmente de la ciudad vendiendo fertilizantes para la milpa.

—¿Y por qué lo regala Don?

—Ya tenemos muchos animales acá. ¿Lo vas a querer o no?

Y así, «Cachito» salió del pueblo y de la vida de Santiago y del abuelo Jacinto y se fue a vivir con Adrián quien lo puso a malvivir en un diminuto patio trasero. Invariablemente, en mitad de la noche, «Cachito» exhibía un comportamiento extraño: aullaba y daba vueltas en círculo como si fuera un rehilete. Adrián salía a darle de patadas hasta que el animal se calmaba. Con el tiempo el perro dejaba de aullar en cuanto veía venir a su nuevo dueño; eso a veces lo eximía del castigo, pero no siempre.

Una tarde, Adrián llegó con una muchacha y encadenó al perro para que no diera lata. Esa noche, al intentar dar vuelta sobre sí mismo el perro se enredó con la cadena y estuvo a punto de asfixiarse. Ya tenía los ojos rojos, inyectados de sangre y a punto de salírsele de las órbitas, cuando con una fuerza impropia para un perro de su tamaño terminó por romperla. Al mismo tiempo, en su rancho, Jacinto no podía dormir. Se levantó para servirse un poco de agua y se encontró a Santiago de pie, otra vez inmóvil y ausente, con la mirada perdida. El viejo comenzó a temblar.

«Cachito» se las había arreglado para entrar en casa de Adrián y sorprendiéndolo en la cama se había ido directo a la yugular de la que ya manaba un río de tibia sangre. Junto a él aparecía su compañera en turno, a ella le había comido la cara y arrancado el corazón.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

https://bloguers.net/literatura/la-maldicion-de-cachito-cuento-corto/

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36 comentarios en “«CACHITO»

  1. Que bueno, me ha encantado la vinculación del niño con el perro. Pobre abuelo, ser consciente de que el comportamiento de Santiago no presagia nada bueno.
    Un abrazo, Ana y que disfrutes de la fiesta.

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      1. La verdad que si lo lograste y con creces, te deja impávido, otra que se te acelera el corazón a medida que lo lees y se te cruzan las escenas de las gallinas. Por otro lado la puntada del niño el genial pues siempre te conduele el sentirlos en una situación así, pero en esta esa conexión se vuelve algo demoníaca. Muy bueno, lindo fin de semana

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  2. ¡Hola, Ana! Un relación como la que muestras entre un perro y un niño es el ingrediente perfecto para una historia de terror al pervertir la inocente naturaleza de ambos. Un abrazo!

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  3. Madremía, Ana. ¡Qué relatazo!
    Al final nos va a gustar el género terrorífico.
    Ya desde el principio se me estaban poniendo los pelos de punta, porque eso de la mascota que se vuelve fiera es terror puro y del grande. ¡¡¡Pero ese final!!! ¡Qué baaaarrrbaro!
    Un relato digno de leerse esta noche en la penumbra de las velas y con mucha compañía. XD
    Felicidades, Un abrazo.

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    1. Muchas gracias por pasar y leerlo, al final tenía duda sobre ese último párrafo, no sabía si dejar el relato donde el abuelo empieza a temblar, pero creo que sí era necesario mostrar en toda su crudeza lo que hacen Cachito y el niño al final. Gracias, te dejo un abrazo.

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      1. Hombre, desde mi humilde opinión, sin el último párrafo las interpretaciones se podrían desvirtuar demasiado. Con ese final queda claro el carácter de Cachito y le da un punto muy dramático y terrorífico a la historia. Además, creo que complemente muy bien el estado en el que cae el pequeño. A mí me gusta mucho.
        Está perfecto, un abrazo.

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  4. Hola, Ana, desde el comienzo esperas que el perro haga de las suyas, pero la historia es mucho más terrorífica de lo que uno se pueda imaginar. Ese niño, Santiago, tan conectado con la bestia. ¡Vaya dilema! Es un relato de terror redondo.
    Saludos.

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