LA MAGIA DEL CENOTE

foto tomada por Ana Laura Piera

Una vez dentro del cenote, estuve a punto de gritarle al guía que me arrepentía, que por favor no me dejara sola, pero el orgullo me lo impidió. Llegué a ese lugar buscando experiencias nuevas, no era hora de echarse para atrás.

Había entrado a la concavidad en cuatro patas por la estrecha y baja abertura que daba paso a la caverna. «Tómelo como una reverencia a nuestra madre tierra» me dijo el guía, un joven maya, moreno y esbelto, vestido con un blanquísimo taparrabo, del cuello le colgaba un collar de cuentas verdes tapado parcialmente por el pelo negro y lacio que le llegaba hasta los hombros. El agua helada me lamió las extremidades y no pude evitar soltar un resoplido de sorpresa.

Una vez dentro, fue posible ponerme de pie, pisando aún sobre una plataforma rocosa y con el agua hasta las rodillas. Una débil iluminación azulada me reveló un lugar maravilloso: el techo estaba ubicado unos cinco o seis metros arriba. De lo alto pendían estalactitas, como espadas de Damocles, sobre mi cabeza, y del fondo acuático emergían estalagmitas. En algunos casos, unas y otras se habían encontrado a medio camino y ahora formaban sólidas columnas. Me adentré más, donde ya no sentí el piso. Flotaba ahora sobre un abismo, traté de no pensar en eso y observé las paredes de aquel sitio, que tenían formas peculiares y sugerentes. Me pareció ver un rostro sobre una de ellas, pero en ese momento se apagaron las luces.

«Cuatro minutos» había dicho el guía. «Cuatro minutos en total oscuridad durante los cuales usted solo debe dedicarse a flotar y a dejar que la magia de este recinto sagrado la envuelva».

Oscuridad y un silencio casi total: tan solo se escuchaba el ruido que hacían ocasionalmente las gotas de agua mezcladas con carbonato cálcico que lentamente resbalaban por las estalactitas hasta que alguna de ellas pesaba lo suficiente para precipitarse y chocar contra la superficie líquida. Eso y mi débil chapoteo. Recordé el rostro en la piedra y me llené de inquietud.

Los antiguos mayas apreciaban estos lugares acuáticos debido a que eran su principal fuente de agua y también los consideraban una entrada al inframundo. En muchos casos, algunos eran usados para el desarrollo de rituales. Me pregunté si allí habría tenido lugar en el pasado alguna ceremonia o incluso un sacrificio. Nuevamente alejé aquellos pensamientos y decidí relajarme. Mientras flotaba en esa negrura, acudieron a mi mente imágenes del accidente donde perdí a mi marido e hijo. Pensé tontamente que si hubiera juntado todas las lágrimas derramadas, quizás equivaldrían a buena parte del agua contenida ahí. Habían pasado ya dos años y el dolor seguía siendo inmenso, omnipresente y desgarrador. El dique interior que construí para contener mi tristeza y poder funcionar en el mundo aún guardaba mucha agua.

Me sentí observada y con todo el autocontrol de que era capaz me concentré en las sensaciones que despertaban en mí la humedad y la oscuridad. Me imaginé dentro de un vientre grávido cuyo líquido amniótico me acunaba, amoroso.

Ya no podía ignorar aquella presencia pues ahora me envolvía, abrazándome. Un abrazo líquido, apretado, extrañamente cariñoso. Sentí que el dique se rompía y la tristeza contenida se derramaba en ese lugar. Me sentí conectada con todo: el agua, las piedras, la caverna, la Tierra. Mi mente se limpió de todo pensamiento perturbador y experimenté una sensación de paz, ¡hacía tanto que no la sentía!

Pasados los cuatro minutos las luces se encendieron nuevamente y me quedé un buen rato ahí. Busqué el rostro que creí ver sobre la roca, mas no lo encontré. Tras un tiempo decidí salir.

Esperaba ver al guía y contarle sobre aquella maravillosa experiencia, pero no había rastro de él, ni de las rústicas instalaciones que había visto al llegar al sitio: unos baños, unas regaderas, el anuncio del cenote. No encontré nada. ¡Aquello era imposible! ¡Era como si se hubieran desvanecido en el aire! Confundida y tratando de buscar respuestas intenté entrar de nuevo a la cavidad, pero esta estaba ahora completamente a oscuras. Me alejé y seguí un sendero que se notaba poco transitado en medio de la selva y que me llevó hasta la carretera. Aturdida pero feliz, caminé hasta el pueblo más cercano.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

Nota: Los cenotes son cuerpos de agua de gran profundidad que se alimentan por la filtración de la lluvia y por corrientes de los ríos subterráneos. Hay distintos tipos de cenotes: los de caverna, completamente cerrados, los semiabiertos, con una parte de ellos a la intemperie, y los abiertos, que son los más antiguos, ya que con el paso del tiempo el techo que los cubría terminó cayendo y los deja al descubierto.

Este relato está inspirado parcialmente en mi experiencia dentro de un cenote en Yucatán, donde sí me apagaron la luz por cuatro minutos. No fue algo inesperado, era parte de la experiencia que te ofrecen en el lugar y que realmente me encantó. Lo demás es pura ficción.

No se recomienda nadar en un cenote que no haya sido certificado como «seguro» por las autoridades y en ningún caso meterse sin chaleco salvavidas.

https://bloguers.net/literatura/la-magia-del-cenote-relato-corto/

10 comentarios en “LA MAGIA DEL CENOTE

  1. Las vivencias en los cenotes pueden llegar a ser algo sorprendente, más allá siempre te limpian, es como si absorbieran todas las vibras que has juntado. Pedir permiso para entrar a ellos es algo esencial al igual que bajar la cabeza, es una manera de mostrar humildad y reverencia frente a ese ojo del inframundo. Linda la historia con ese dejo de magia que sin lugar a dudas el lugar posibilita. Un abrazo

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  2. Un maraviloso escrito que me ha mantenido con el alma encogida mientras lo he leído. No, no he llegado a sentir que me acunaban amorosamente. Angustia, sí, y ganas de terminar, de salir de allí.
    He visitado algunos sitios así, pero siempre con luz y nunca sola.
    Un abrazo, Ana.

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