Gato.

Mi participación para el VadeReto del mes de Mayo. Para saber las condiciones del reto te invito a entrar en el link.

Bastet por Fiona Hsieh

«Gato» está nervioso, tiene las pupilas dilatadas, el pelaje erizado y los bigotes rígidos. Sí, su nombre no es muy original, pero desde que lo vi en la basura, en medio de sus hermanos muertos, supe que sería simplemente «Gato», pues como todos los anteriores, pasaría por mi vida de manera fugaz y no había necesidad de buscarle otro nombre. Lo recuerdo claramente: negro como el carbón, famélico y con su diminuta boca abierta, de la cual, a pesar de sus esfuerzos, ya no salía ningún ruido.

Me gusta rescatar michos, a menudo los encuentro abandonados, hambrientos… golpeados. Yo los ayudo y luego les busco una familia, aunque por alguna razón él ha sido el único con el que me he quedado.

—«Gato», ¿qué diablos te pasa?

Saco un sobre de comida húmeda, de esas finas y costosas, para ver si al menos logro que cambie su actitud, mas ni siquiera se acerca a su plato. Me tiro en el sofá, estoy preocupado y me siento impotente. «Si sigue así, mañana temprano lo llevaré al veterinario». Trato de relajarme con ese pensamiento, pero caigo en una somnolencia ligera y fatigosa. «Gato» hace sonidos angustiantes que me despiertan. De repente ya no lo escucho y noto que estoy deslizándome en un sueño profundo cuando una voz, como un trueno en la noche, rompe el silencio:

«¡Abre los ojos!»

Sobresaltado, miro para todos lados y lo que veo me deja de una pieza. Un cuerpo femenino con una cabeza felina. Yo conozco esa cabeza, es «Gato». La figura va vestida de lino blanco y fino, tiene un aire majestuoso y me observa con una mirada amarilla e intensa que me pone los pelos de punta. La imagen me es familiar, ¿en dónde he visto algo parecido?

«Es hora.»

Mi lengua no me responde. Solo puedo pensar lo que quiero decir, «¿hora de qué?» Como si leyera mis pensamientos, escucho:

«De la venganza, y tú me ayudarás»

Ahora la identifico: es la diosa egipcia Bastet. Casi no me lo puedo creer y pienso que estoy bajo los efectos de alguna alucinación o pesadilla; cierro los ojos, pero al abrirlos ahí sigue, magnífica y terrible, no sé que papel juego yo en sus planes, solo sé que seré su fiel servidor.

Autor: Ana Laura Piera

nota: Bastet o Bast es una diosa del antiguo Egipto, adorada desde la Segunda Dinastía (2890 a. C.). Representa la protección, el amor y la armonía. Protectora de los hogares y templos. Fue la diosa de la guerra en el Bajo Egipto, región del Delta del Nilo, antes de la unificación de las culturas del antiguo Egipto.​ Se representaba bajo la forma de un gato doméstico, o bien como una mujer con cabeza de gato.

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Las Dos Hadas.

Mi participación en el concurso de relatos de El Tintero de Oro, inspirado en la obra de Giambattista Basile y su obra El Pentamerón, precursor de los cuentos de hadas que hoy conocemos y que en su origen no eran aptos para niños. Te invito a visitar El Tintero para conocer las condiciones del concurso y leer sobre este autor y su obra también llamada «El cuento de los cuentos».

Éranse una vez dos hadas hermanas a las que desde pequeñas se les había dicho que serían «probadas por el fuego». Nadie lo entendió entonces hasta que las niñas se hicieron mayores.

Un día que paseaban por el bosque encantado, encontraron un bebé humano abandonado. Karya pensó que era la cosa más espantosa que hubiera visto: blanco y descolorido, parecía una prenda de vestir que se ha desgastado de tanto lavarse y ponerse al sol. Ptelea, en cambio, sintió compasión y decidió adoptarlo como hijo a pesar del fuerte desacuerdo de su hermana, que creía que lo mejor era dejarlo a su suerte.

Al principio, como todos los humanos, Orio era destructor y se llevó muchos sopapos cuando Ptelea lo sorprendía cortando flores, lastimando animales o robando a los duendes, pero con el tiempo aprendió a respetar. Se convirtió en un adolescente desgarbado, tan paliducho que incluso su pelo era de un rubio apagado. Vestía con una túnica hecha de hojas de árboles.

Desde muy pequeño su madre adoptiva le contó sobre su origen y le explicó que a veces, y por ignorancia, la gente suponía que los seres mágicos del bosque robaban a sus hijos en la cuna y les dejaban un sustituto, entonces, ciegos de dolor, abandonaban al niño que no consideraban suyo. Aun sabiendo eso, el muchacho tenía curiosidad sobre los hombres y a menudo se preguntaba cómo serían sus padres.

Karya nunca aceptó a Orio y resentía la atención que su hermana le prodigaba, así que siempre le acechaba, esperando el momento oportuno de borrarlo de sus vidas para siempre. Ese momento llegó un día que el muchacho, que aún no aprendía que «la curiosidad mató al gato», se acercó demasiado al pueblo. Le acompañaba Milo, un cervatillo huérfano que vivía con él. Karya observó que Orio dudaba en entrar, así que lanzó un encantamiento para que Milo se le desprendiera de los brazos y se internara en el poblado. Como el hada esperaba, Orio siguió al animalito.

«Ahí seguramente lo matarán» —pensó y se alejó muy contenta. Cuando vio a su hermana, le contó que su «amado» hijo la había abandonado y que se encontraba en el pueblo, con los de su clase.

—¡Debiste impedirlo! —dijo Ptelea alarmada, pero Karya simplemente sonrió de una manera maligna. Ptelea supo en ese momento que su hermana era en parte culpable del incidente.

La gente del pueblo se llenó de temor ante la visión de aquel ser tan pálido, vestido con hojas, paseándose por sus calles. Orio, en cambio, estaba encantado viendo aquel lugar tan diferente y de un puesto tomó algo esponjoso que se metió a la boca y que le resultó exquisito. Iba caminando y comiendo cuando escuchó voces detrás de él:

—¡Ladrón! ¡Agárrenlo! ¡Me ha robado pan!

La gente empezó a seguirlo y a tirarle piedras. Una mujer, pálida y desteñida como él, gritó diciendo que seguramente se trataba de un brujo que venía a robarse bebés, como había pasado con su hijo.

—¡Aprésenlo!

Orio estaba muy asustado. Las piedras y palos que le aventaban le hacían daño, y un grupo de hombres tenía sujeto a Milo y ya se imaginaban el banquete que se darían con su tierna carne. Apareció entonces, en medio de todos, una mujer muy bella que lanzó un hechizo que paralizó a la gente.

—¡Madre! —dijo el muchacho aliviado

—¡Vamos a casa! ¡Rápido! ¡El hechizo no durará mucho!

Camino a su hogar comenzaron a oler cómo el bosque se quemaba. Los árboles lloraban y los animales huían de las llamas. La gente había decidido acabar con el bosque y las criaturas que tanto temor les causaban. Apareció Karya, con el rostro desencajado.

—¡Te dije que este humano nos iba a traer problemas!

Orio se veía muy angustiado pero habló con valentía:

—Madre, llévense a Milo y sálvense. Yo propicié esto, deja que me encuentren y me maten y quizás con eso se calmen.

—¡Sí! ¡Deja que lo maten! —exclamó Karya.

Ptelea ignoró a su hermana e hizo que Orio y Milo subieran a un gran castaño y lanzó un hechizo protector alrededor del área. Karya miró a su hermana con rencor y luego comenzó a correr. Karya corrió y corrió, pero un conejo cuyo pelaje iba en llamas saltó hacia ella prendiéndole fuego a su vestido. Karya intentó escapar, mas ninguna magia tuvo efecto y en poco tiempo murió abrasada, experimentando gran dolor. Cuando la turba encontró el cuerpo retorcido y carbonizado del hada, se sintieron satisfechos y regresaron a sus casas.

Mientras tanto, Ptelea había ayudado a otros seres del bosque a salvarse y al final se reunió con Orio quien nunca quiso volver a saber de los hombres. Ptelea lloró a su hermana, pero comprendió que el fuego las había probado al fin y Karya obtuvo lo que se merecía, ya que «los delitos llevan a las espaldas el castigo».

Autor: Ana Laura Piera.

816 palabras.

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Libertad – Microrrelato.

Mi participación en Escribir Jugando del mes de Abril. Condiciones: Inspirarte en la carta para crear un microrrelato de cien palabras. Deberá incluír lo que representa el dado: «piscis» y opcional, incluir algo relacionado con la invención del globo aerostático (el mismo invento, su inventor o el año de su fabricación).

Antes de inventar el globo aerostático, el otro Joseph Montgolfier, (que a pesar de ser del signo de piscis no era nada sensible ni empático), pensaba usar cierta raza de pequeñísimas hadas voladoras a las que amaestraría para que elevaran una canastilla en el aire. Necesitaba muchas y las fue apresando.

—¡Jamás seremos simples proovedoras de fuerza motriz! —dijeron, y procedieron a arrancarse las alas.

Cuando las vio sin alas, Joseph las liberó de mala gana e imaginó alternativas para elevar su invento.

Las hadas se alejaron caminando, sus muñones aún en carne viva, rotas, pero libres.

98 palabras incluyendo el título.

Autor: Ana Laura Piera

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La Revelación – Microrrelato

Mi participación en el reto lanzado por Lidia Castro Navás: escribir un relato de no más de cien palabras inspirado en la imagen y que incluya el elemento del dado (runa berkana, relacionada con la fecundidad y el nacimiento). Opcional: que el relato tenga algo relacionado con la flor de alhelí, que en terapia floral tiene varios usos siendo uno de ellos para la incertidumbre frente al camino a seguir. 

Antes, la runa berkana la ha hecho sospechar, y Thyra, la vidente, recurre ahora al oráculo del agua. Al tocarla, un estremecimiento helado la recorre mientras se le revela que, dentro del vientre real, se gesta aquel que traerá la fatalidad al pueblo.

Conocer el futuro hace que sienta el peso del mundo en sus hombros, y, temblorosa, saca de la alforja un cuerno lleno de infusión de alhelí, que bebe esperando que la ayude a escoger el camino.

Lentamente lleva su mano a la empuñadura de su espada.

Ya sabe lo que tiene que hacer.

98 palabras incluyendo el título.

Autora: Ana Laura Piera.

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Arpista – Microrrelato.

Mi participación en el reto de Lidia Castro «Escribir Jugando» del mes de Enero. Consiste en crear un microrrelato no mayor a cien palabras, inspirándonos en la carta, debe aparecer el mineral ópalo y opcional algo relacionado con la flor hibbertia.

La llegada del solsticio marca su retorno. Por un año ha deambulado sobre la tierra haciendo música con un arpa de regazo* y se ha asomado al futuro. Ahora tiene muchas cosas que contar y advertir a sus contemporáneos del pasado. Abandona el arpa sobre una roca y se dirige al derruido círculo de piedras que ya refleja la luz del sol. En una mano lleva un ópalo, que potenciará la magia, y en la otra, la flor hibbertia, recordatorio de que debe compartir su saber sin pretensiones. Le espera el esplendor del monumento, milenios atrás.

97 palabras incluyendo el título.

Autor: Ana Laura Piera.

*Nota: Las arpas de regazo son mucho más pequeñas que otros tipos de arpas, generalmente con menos cuerdas que las arpas que descansan en el piso para tocar y son perfectas para «viajar» con ellas.

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EL TESORO

A falta de inspiración en estas fechas, republico esta entrada de hace dos años. Ustedes perdonen la repetición. Si ya la leíste, sáltatela, pero si no, asómate a ella y dime qué te parece.

Photo by Made Caesario on Unsplash

Lucas Rodríguez cerró su carpintería y empezó a andar hacia su casa, iba distraído pensando en su último trabajo, pues era algo muy especial: la cuna para su hijo. Aún faltaban algunos detalles para terminarla.

«El niño se llamará Mateo», la decisión fue de Lucas, pero también de las innumerables y antiguas voces de sus antepasados, susurrándole al oído. Lo de poner nombres tomados de la biblia era toda una tradición, en especial aquellos de los evangelistas, razón por la cual en la familia de Lucas había muchos «Mateos», «Marcos», «Lucas» y «Juanes». Su niño no sería la excepción y tendría la cuna más linda de todas.

Absorto, como había estado elaborando la cuna, poco se había dado cuenta de las dificultades de la pequeña isla donde vivía. San José era un lugar remoto y dependía del gobierno para que les hiciese llegar la gasolina necesaria para poder salir a pescar y ganar el sustento de las familias. La situación era mala, pues el gobierno llevaba ya varios meses fallando con dicho suministro y la gente estaba desesperada.

Su mujer, Socorro, lo recibió en la puerta, con su panza de ocho meses, moviéndose nerviosamente junto con ella. —¡Lucas por fin llegas! ¡Vete para la playa! —había urgencia en su voz. Lucas tenía ganas de descansar un poco y quizás tomarse una cervecita, así que puso los ojos en blanco y preguntó—:

¿Qué pasa ahora mujer?

—¡Están encontrando oro en la playa! —dijo emocionada—. Ildefonso fue el primero: se encontró una esclava de oro, luego Servando que andaba por ahí se encontró un anillo. ¡Apúrate hombre o no nos tocará nada! —dijo mientras lo empujaba a la puerta con la fuerza de un tren.

Sin entender mucho, Lucas se fue para la playa, era un camino cuesta abajo y parecía una carrera: mucha gente del pueblo también iba hacia ahí. Vio rodar a Heliodoro, el panadero, que tras un paso en falso fue a acabar con su obesa humanidad contra al monumento que señalaba la entrada pública al embarcadero. Quiso pararse a ayudarlo, pero la inercia de la muchedumbre se lo impidió, todos acabaron a la orilla del mar, moviendo aquella arena dorada con pies y manos, a gatas, haciendo hoyos enormes, con la esperanza de encontrar algo.

En un rincón se encontraba doña Angustias, una de las beatas del pueblo, recitando a pleno pulmón y con voz aguda, como graznidos de pájaro, versículos de la biblia que se sabía de memoria.

«El Señor es mi fuerza y mi escudo; mi corazón en él confía; de él recibo ayuda…»

Gritos de júbilo… ¡Alguién había encontrado una pulsera!

«Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido…»

Parecía como si la arena pariera oro. Lucas estaba escarbando también y se encontró una copa de oro macizo.

«Te doy gracias de todo corazón; me alegro contigo.
¡Cuántas maravillas has realizado en mi vida, Señor mío.»

Hasta el golpeado Heliodoro estaba sentado, llorando de alegría y entre sus manos varias monedas doradas.

«… Quiero dar testimonio de tu bondad y ternura para conmigo y cantar,
Señor Jesús, lo que tú has hecho con mi historia…»

Lucas pensó que el verdadero milagro era que nadie golpease a nadie, que todos se alegraran por los hallazgos de los otros. En verdad aquel hecho inexplicable le daría de comer a la gente del pueblo por varios meses más; hasta que se regularizara lo de la escasez del combustible. Él tendría dinero para sortear los tiempos que se avecinaban y el nacimiento de Mateo.

En otro tiempo y en otra vida, unos sabios lanzaban maldiciones. El tesoro para el niño, cargado trabajosamente en los camellos, se había ido desparramando inadvertidamente en una playa del Golfo Pérsico por la que pasaron camino a Belén. Las embestidas del mar ya lo habían devorado. Solo quedaba incienso, mirra y casi nada de oro.

AUTOR: Ana Laura Piera / Tigrilla

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El pequeño nagual.

Desde el blog Acervo de Letras, Jascnet nos reta a participar en el VadeReto del mes de Diciembre con un cuento donde haya fantasía, donde aparezcan obligatoriamente, un niño o niña y una criatura fantástica. Nos sugiere también que esta criatura salga de nuestras tradiciones locales y finalmente, el cuento debe contar con un final feliz,

En las creencias mesoamericanas, un nahual (también llamado nagual, del náhuatl: nahualli ‘oculto, escondido, disfraz​) es una especie de brujo o ser sobrenatural que tiene la capacidad de tomar forma animal. El término refiere tanto a la persona que tiene esa capacidad como al animal mismo que hace las veces de su alter ego o animal tutelar.

Foto de Jan Kopřiva en Unsplash

Pedro miró a Don Luis y con los ojos negros arrasados de lágrimas le dijo:

—Abuelo, ¡algo extraño me pasa! —el hombre dejó a un lado el libro que estaba leyendo, alzó al pequeño sin dificultad y lo sentó sobre sus piernas. —A ver, cuéntame… —La voz, tranquila y el cálido abrazo de ese hombre, todavía fuerte a pesar de las canas y de las arrugas, hicieron que Pedro se tranquilizara un poco.

—De noche me convierto en «algo», dejo de ser yo y siento urgencia de salir de casa. —Pedro acomodó su cabeza coronada por pelo muy corto y grueso en el pecho de Don Luis, el cual, como un volcán, soltó una larga exhalación.

—Hijito, eso que experimentas, también me pasa a mí desde que tenía tu edad. Somos «naguales» y tenemos la capacidad de transformarnos en un animal.

—¿Tú también? —dijo el niño abriendo mucho los ojos. —¿En qué animal te conviertes?

—Yo me vuelvo un búho. ¡Me encanta surcar el cielo nocturno! ¿Y tú?

—No estoy seguro, pero cuando sucede, camino en cuatro patas, escucho y veo mejor que nunca, y a mi nariz llegan olores de muy lejos.

—Quizás seas un lobo, o un perro. ¿Y a dónde has ido?

Pedro bajó la cabeza, avergonzado. —No me he atrevido a salir, me escondo en mi cuarto y espero que se me pase. Don Luis acarició con ternura aquellos cabellos parecidos a púas que tenía su nieto.

—¡Ay Pedro! ¡Ser «nagual» es un privilegio! Y hay una razón por la cual tú eres uno; debes averiguarla. La próxima vez que te conviertas, deja que tu instinto te diga qué hacer, no tengas miedo.

Otra noche, Pedro empezó a sentir un curioso hormigueo en todo su cuerpo y supo que vendría uno de sus «cambios». Siguieron calambres y espasmos que, curiosamente, no le causaron dolor. En medio de crujidos, sus miembros se alargaron o acortaron, según el caso; su piel morena y lampiña se cubrió de pelo. Al cesar la transformación, recordó las palabras del abuelo y con un ágil salto alcanzó la ventana de la habitación y de ahí, con otro salto, aun más osado, aterrizó en la calle.

Era una noche de luna llena, y aunque se moría de ganas de correr, se dirigió cauteloso a la salida del pueblo y cuando vio que iniciaba el bosque arrancó con un paso veloz que pronto se convirtió en una carrera: saltó árboles caídos, brincó cañadas y salvó pequeños cuerpos de agua; en uno de ellos se detuvo a beber y pudo ver su reflejo: ¡Era un lobo! Tenía un hermoso pelaje acerado y ojos color del fuego. Sintió una euforia indescriptible y continuó corriendo, saboreando aquella libertad recién descubierta.

Sus pasos le llevaron a un claro del bosque donde había una cabaña bastante descuidada. Sintió el impulso de asomarse y no le fue difícil entrar por la puerta desvencijada. Adentro dormían una mujer y un niño más o menos de su misma edad. Supo que algo raro pasaba con él y se prometió volver a la luz del día, ya no en su forma de lobo, sino como humano.

En la primera oportunidad, Pedro volvió. El niño se llamaba Rubén y no podía caminar, su madre lo cuidaba, pero la señora no tenía fuerzas para moverlo. Rubén se arrastraba por el piso de la cabaña para trasladarse de un lugar a otro, mas nunca salía al exterior. Se hicieron amigos, y otro día Pedro regresó con Don Luis y ambos ayudaron a la señora con algunas reparaciones muy necesarias en la vivienda, sobre todo porque el invierno se acercaba. También hicieron un trineo para divertirse en la nieve.

—¡Está increíble! —dijo Rubén al verlo—, pero no tengo a nadie que me jale.

—Tú no te preocupes por eso —dijo Pedro guiñándole un ojo.

Algunas noches de invierno, un joven y enérgico lobo jala un pequeño trineo ocupado por un niño que ríe a carcajadas, mientras desde el aire los sigue un búho muy viejo y muy sabio, que sabe que el pequeño «nagual» va descubriendo su razón de ser en el mundo.

Autor: Ana Piera.

Tengo otro cuento que habla de un nagual, se titula «Nahual Enamorado» si te interesa puedes leerlo AQUÍ.

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El Gran Viaje. Microrrelato.

Desde su blog, Lidia Castro Navás nos invita a crear un microrrelato a partir de la siguiente imagen, donde deberá estar incluído el elemento del dado (bastón) y opcional que aparezca en la historia algo relacionado con el cheque: el año de su invención, su inventor o el propio cheque. Todo en cien palabras o menos. Dado que inicia un mes de lo más amable, dejamos atrás los temas sombríos.

Para ir al reto de Lidia, da clic AQUÍ

Había llegado diciembre, pero el cheque de su exmarido, no. «Sinvergüenza»—pensó. Entonces se montó en el vehículo y decidió irle a reclamar la pensión. Fue por aire y por tierra hasta llegar al Polo Norte, donde se encontró al Sr. Claus muy ocupado preparando su Gran Viaje. Se bajó y alistó el bastón para darle unos buenos bastonazos al viejo gordo. —¡Sabía que vendrías! —dijo él y, esquivando los golpes, le plantó un sonoro beso. —Ven, ¡Ayúdame como antes! ¡Te extraño!

Esa Navidad todo estuvo más organizado y nadie en el mundo se quedó sin regalo.

100 palabras incluyendo el título.

Autor: Ana Laura Piera.

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El Agradador – Microrrelato de cien palabras.

Mi participación en el reto de Lidia Castro «Escribir Jugando» correspondiente al mes de Septiembre. Se trata de hacer un microrrelato de máximo cien palabras, inspirados en la imagen de la carta, donde debe aparecer el mineral «howlita» o turquesa blanca. Opcional: que aparezca algo relacionado con la flor de Bach: Centaury. (Esta esencia ayuda a las personas que quieren complacer a todo el mundo y ello les conlleva una gran carga, pues ceden antes los deseos de los demás, olvidando incluso sus propios sueños).

Tras el dolor, sobrevino el frío y la negrura. No alcanzó a percibir ya el aroma sanador de Centaury. Atravesó el Valle de las Sombras y llegó a la Sala del Juicio. Envuelta en un fulgor cegador le esperaba Justicia, quien con voz pavorosa anunció:

—Tú eres el «agradador», y por olvidarte de ti mismo, te condeno.

Silencio…

Apareció un gran bloque de turquesa blanca surcada de vetas, como venas azuladas. Si alguien hubiera podido acercarse, vería sangre circular por esas «venas» y si ese alguien pudiera poner su mano encima, sentiría el palpitar desbocado de un corazón.

100 palabras incluyendo el título.

Autor: Ana Laura Piera.

Te invito a visitar el blog de Lidia donde hay un montón de cosas interesantes para ver y también podrás participar en sus retos. Da clic AQUÍ.

https://bloguers.net/literatura/el-agradador-microrrelato-de-cien-palabras/

¿Dónde habitan los dioses?

Photo by David Besh on Pexels.com

El arquitecto principal del Templo de la Luna hablaba dormido, y reveló sin querer el pasaje secreto que llevaba directamente a la cámara sagrada. Itzel tenía una petición para la Diosa, y tras varias noches de escuchar balbucear a su padre en sueños, reunió la información que necesitaba.

La noche elegida, desde la puerta de su casa, vislumbró la colosal silueta del basamento que se recortaba a la tenue luz del cielo nocturno y hacia allá se encaminó. La chica conocía ya la rutina de los guardias, gracias a muchas horas de observación previa, por lo que pudo burlarlos con relativa facilidad. Encontró el acceso al edificio y se introdujo en las entrañas de piedra sin que nadie lo advirtiese.

Al principio se vio envuelta en tinieblas, pero al acostumbrarse sus ojos, pudo percibir un resplandor fantasmal emitido por un mineral luminiscente incrustado a intervalos en las paredes de roca, estos marcadores señalaban una angosta vía que la llevaría al recinto más importante. Mientras la seguía, notó que el camino iba en descenso, más abajo del nivel del suelo.

El corazón de Itzel latía furiosamente, si la encontraban, ella y su familia estarían automáticamente condenados a una muerte lenta y cruel. Solo a los varones de las jerarquías religiosa y gobernante se les permitía el acceso, y únicamente en fechas muy específicas para realizar rituales de fertilidad. Aún más preocupante que la ira de los hombres, era hacer enojar a la Diosa. ¿Cómo tomaría la Luna su atrevimiento?

Notó que el mineral luminiscente ahora aparecía a menor distancia uno de otro, aumentando la claridad. También empezaron a aparecer «guardianes» de piedra: estatuas de guerreros de tamaño natural que la miraban pasar con ojos pétreos y actitud impasible. El estrecho camino desembocó en una enorme galería inundada de un líquido blanco-plateado; por su padre, sabía que se trataba de mercurio, un metal muy preciado que traían de tierras lejanas en forma de polvo y que luego era tratado hasta convertirlo en un líquido de propiedades raras. Debió haberles llevado mucho tiempo y esfuerzo reunir la cantidad suficiente para poder crear aquel «lago» del cual emergían rocas que parecían montañas. Su mirada se paseó por el recinto y todo él estaba tapizado de puntitos fosforescentes que semejaban el firmamento de noche. Había una monumental media luna tallada en el techo presidiendo aquel extraordinario conjunto, pero no había ninguna presencia. Aquel lugar maravilloso se sentía vacío.

El regreso le resultó más difícil, pues iba cuesta arriba. Itzel no dejaba de pensar en lo fútil que resultaba la construcción de aquel magnífico santuario si la Diosa no lo habitaba. Reflexionó que si la Luna estaba en el cielo quizás era un error pretender que «viviera» bajo la tierra. Cuando emergió del edificio y logró evadir la guardia por segunda vez, se dirigió a su casa, iba triste y desconcertada. Una vez en su habitación, enterró la cara en el lecho y lloró con lágrimas amargas al sentir que su fe se tambaleaba.

A la siguiente noche de luna llena, la joven se escabulló al campo y se sentó a esperar a que el cielo se despejara un poco para ver al astro. Por fin, los jirones de nubes que le arropaban se disiparon y el círculo de plata apareció con gran esplendor; su luz blanquecina, se posaba suavemente en todo lo que tocaba. Itzel sintió su caricia y confirmó que aquella majestad no podía encerrarse en un recinto hecho por los hombres. La chica le reveló el deseo de su corazón: que Canek regresara sano y salvo. La embargó una sensación de paz muy profunda y supo que de algún modo había sido escuchada.

El día del regreso de los guerreros, Itzel atisbaba ansiosa entre la muchedumbre por si lograba distinguir a Canek, y de repente ahí estaba él: venía caminando por su propio pie, lleno de heridas, su noble rostro no revelaba ninguna emoción a pesar de la victoria. Muchos guerreros habían perecido en aquella incursión e Itzel sabía que él estaría triste por los que no habían vuelto. Rodaron por las mejillas de la chica lágrimas de agradecimiento al verle vivo.

La siguiente noche de luna llena, Itzel hizo su propio ritual de adoración y confesó otro anhelo: que Canek fuera su compañero de vida. Ni siquiera tuvo que salir, los hilos de plata entrando e iluminando su cuarto bastaban, la Diosa, sin duda, la escuchaba.

Autor: Ana Laura Piera

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