
Esperanzado, escuchaba las buenas nuevas: un remedio maravilloso que prevenía y curaba el virus maldito que tenía a todos de rodillas. Decidí averiguar más sobre ello. Así me encontré entre el grupo de quince personas que bajaron del camioncito tipo turístico frente a una elegante residencia una fría mañana de enero. Tras pasar engorrosos filtros de seguridad pudimos entrar al «Sancto Sanctorum» de «El Gurú de la Salud».
Lo respaldaban millones de vistas y menciones en youtube, twitter, instagram y demás redes sociales. Tanta gente no podía estar equivocada y, ¿cómo dudar de mi compadre? Quien tras asistir a la fiesta clandestina de fin de año del trabajo se había contagiado, y luego toda su familia. A pesar de que habían estado muy graves, pudieron salvarse gracias al Gurú.
Me pareció muy joven, iba vestido con un suéter blanco de punto y pantalones grises. Llevaba barba impecable y estaba sentado frente a un impresionante despliegue de pantallas, computadoras, micrófonos y todo lo necesario para que su evangelio se escuchara fuerte y claro en la blogósfera y reverberara en el mundo exterior: «El Covid tenía cura y Él era la respuesta».
Bajo el peso de nuestras miradas, se levantó y señaló a alguien de nuestro grupo quien tendría el honor de ayudarle a despojarse de la ropa, no toda, solo los pantalones y el calzoncillo. Luego El Gurú empezó a defecar mientras un asistente con una palangana dorada recogía cuidadoso lo que salía del milagroso trasero mientras la habitación se llenaba del tufo a mierda. Otro asistente le limpió con sumo cuidado y alguien más fue señalado para vestirlo de nuevo. Todo fue muy rápido, no se fuera a enfermar. Sonrió benevolente y pidió que nos repartieran quince frasquitos de muestras frescas.
«En nuestra tienda podrán comprar más. Las instrucciones vienen en cada frasco. Entren a mi página http://www.curadelcovidporelgurudelasalud.com y dejen su testimonio. Si quieren iniciar un negocio propio adquieran una membresía, recibirán el producto a un precio superespecial y tendrán la gran bendición de ayudar a otros. Harán del mundo un lugar mejor. Los amo»
Salí con la sensación de haber presenciado una maravilla. Teníamos veinte minutos para hacer como nos pareciera: algunos se tomaron selfies con sus muestras, otros tomaron fotos de la mansión y hubo gente que aprovechó para meditar en los jardines, yo entre ellas. Al final nos reencontramos en la tienda, donde tendríamos una hora para comprar y curiosear entre libros del Gurú, camisetas con su imagen y postales. Yo decidí comprar la membresía y me llevé tres cajas con cien unidades cada una para revender, pero hubo quienes se llevaron más, como una mujer mayor que llevaba diez cajas.
Salimos de la residencia y nos subimos al camioncito, sintiéndonos dichosos e invencibles con nuestros frasquitos de mierda.
AUTOR: Ana Laura Piera / Tigrilla
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Pues se ve que ha agotado todas las existencias que hasta de la web ha desaparecido. Mierda de hombre santo, seguro que solo come de lo mejor y más caro para que sus heces sean pura delicatessen 😂🖐
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Siempre tus comentarios me hacen reír…jajaja! sabes este relato nació del enojo por ver tanta gente creyéndose toda estupidez imaginable. Saludos!
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A mí los predicadores y salvadores, que se aprovechan de la ignorancia y de los miedos de la gente, tampoco me caen nada bien 🖐🏻
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Ana. jajajajaja como me hiciste reír, porque en realidad, esta historia es casi una crónica de la estupidez reinante Enhorabuena Buen relato¡¡¡ Un abrazote¡¡¡
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Gracias Mik!
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Muy bueno, Ana. Me hizo reír. La mierda es causa y solución a todo. Jajaja
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¿No hará qué crezca el pelo? compraría un par de frasquitos.
Un relato muy divertido y bien contado, como siempre.
Un saludo.
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Jaja muy bueno. Se me vienen algunos casos conocidos a la mente
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