El Gramófono

Mi participación en «Escribir Jugando» del mes de febrero. Consiste en crear un microrrelato de hasta cien palabras, inspirándonos en la carta y que incluya el objeto del dado (un capazo). Opcional que aparezca algo de «Los Miserables», ya sea el libro, el autor o el año en que se escribió.

Contra todo pronóstico, el bebé gramófono pudo desarrollarse dentro de aquella horrible jaula. De pequeños, las cornetas de los pequeños gramófonos son blanditas y maleables, y por ello, la suya pudo pasar entre los barrotes de su prisión. Como una flor extiende sus pétalos, así pudo al fin extender su corneta y pudo emitir las primeras notas musicales.

Un libro cercano, el de «Los Miserables», se estremeció de placer en medio de una nube de polvo. Dentro de un capazo, varias pelotas olvidadas comenzaron a saltar. El desván nunca volvió a ser el mismo.

95 palabras

Autor: Ana Laura Piera

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La hazaña del Tlacuache.

Una segunda participación para el reto del blog El Tintero de Oro, hay que escribir un micro de hasta 250 palabras inspirado en algún mito. Yo me he basado en un mito prehispánico que tiene como protagonista a un tlacuache, que es un tipo de zarigüeya.

Con sigilo, el tlacuache se acercó a la hoguera de los dioses. No era la primera vez; ya que era adicto a ese calorcito que le calentaba los huesos y el alma, muy parecido al efecto de su otra gran adicción: el aguamiel robado a los hombres y del que tanto gustaba.

«Si la gente tuviera un poco de este fuego, no morirían de frío y no cazarían tantos animales para cubrirse con sus pieles, ¡y quién sabe qué otras cosas podrían hacer con él!» —pensó, y siendo muy impulsivo, metió su cola en la lumbre; al contacto con las brasas, chilló de forma tan aguda y escandalosa que varias de las divinidades voltearon y lo descubrieron, pero lo vieron tan insignificante que no le hicieron mucho caso.

El tlacuache corrió con la cola encendida como una estrella titilante. Aquella luz le levantó ampollas, que luego se reventaron causándole dolores horribles, pero no paró hasta llegar a la aldea de los hombres, donde, desfallecido, les ofreció aquel regalo. Encendiendo a toda prisa ramas y grasa animal, recolectaron aquella dádiva y luego sofocaron el incendio de la extremidad del animalito y lo curaron; este vio con tristeza que su cola estaba completamente pelada y en carne viva.

Agradecidos, las personas le prometieron no cazar tlacuaches, se hicieron figuras de arcilla del héroe y murales para que nadie olvidara su hazaña. Además, le premiaron, dándole permiso de beber todo el aguamiel que quisiera.

Autor: Ana Laura Piera

245 palabras.

Notas:

El tlacuache es un animal que habita exclusivamente en América. Se le llama de esta manera particularmente en México, en otros países se conoce, entre otros nombres, como zarigüeya.es uno de los tipos de marsupiales que habitan en el nuevo mundo.
En México, el tlacuache tiene un importante significado legendario que forma parte de la cultura popular en algunas áreas de la región. En principio, podemos mencionar que el nombre proviene de la lengua náhuatl, pero, ¿cuál es el significado de tlacuache? Originalmente era “tlacuatzin”, donde «tla» significa «fuego»; «cua» es «comer» y «tzin» se traduce como «chico». En este sentido, el significado hace alusión al «pequeño que come fuego» El mito del tlacuache que roba el fuego y lo regala a los hombres seguramente se inspiró en su cola que carece de pelo a diferencia del resto de su cuerpo.

Aguamiel: es una bebida mexicana tradicional. Esta se extrae del maguey desde el año 200 a. C. y se puede beber directamente de la planta o dejar que se fermente y convertirla en pulque. 

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Instinto – Microcuento

Desde Twitter, @EstherMagar convocó a contar qué historia nos inspira esta imagen. Si se te ocurre algún relato déjamelo en los comentarios.

El perro pastor se interpuso con valentía entre sus ovejas y el peligro. Se turbó al sentir la mirada del licántropo sobre él, que despertó un instinto lobuno dormido por generaciones.

Entre ambos acabaron con el rebaño, no tuvieron piedad.

Autor: Ana Piera

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Los Pesares de Milos – Microcuento

Mi participación en el reto de Lidia Castro Navás, Escribir Jugando, del mes de Noviembre. Un relato de no más de cien palabras inspirado en la carta, que incluya la gema (amatista) y opcional que aparezca la flor Trompeta de Ángel, una flor muy bella pero demasiado tóxica, incluso mortal si es ingerida o inhalada.

De noche, Milos debía ser un fogoso amante, y de día, como sastre real, supervisar que las telas utilizadas en el vestuario de la reina no tuvieran imperfecciones. Amatista no tenía tolerancia a las fallas y podía condenarlo a muerte si su desempeño en ambas funciones no era el esperado. «Me quedaré ciego y se me caerá el miembro» solía pensar mientras con una lupa se aseguraba que todo estuviera bien. Cuando quería renunciar, recordaba a su antecesor, quien había fallecido intoxicado con un té bien cargado de «trompeta de ángel», regalo de la Reina.

99 palabras con todo y título.

Si quieres visitar el blog de Lidia da clic AQUÍ. Tiene cosas muy interesantes para ver y también puedes participar en sus retos mensuales.

Autor: Ana Laura Piera

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Nina y Pepe – Microrrelato.

Mi participación en el VadeReto de Agosto. Un relato inspirado en una escultura.

Escultura: Los niños del parque Genovés, Cádiz.

—¿Has visto de qué forma se mojan esos chicos? —preguntó Nina divertida.

—¡Sí! ¡No traen sombrilla, como nosotros! —contestó Pepe.

—Es verdad. ¡Apenas puedo creer que el Creador no se los dio!

Nina tenía la cabeza metida bajo el paraguas que sostenía Pepe, gracias a él, ambos estaban muy bien guarecidos de la copiosa lluvia que caía en ese momento empapándolo todo. Tras varios días sin precipitaciones y en medio de un calor infernal, aquella lluvia era una bendición para las plantas, los árboles y los demás seres que precisan del agua para vivir.

—Deben tener un Hacedor muy olvidadizo o descuidado.

—A ver Pepe… ¿Su Creador no es el mismo que el nuestro? —preguntó ella, intrigada. El niño no cambió la dirección de su mirada, ni volteó a ver a Nina, pero esta, de alguna manera, supo que lo había enfadado.

—Nina ¿Es que acaso tienes tan mala memoria? ¿No recuerdas sus manos amorosas moldear nuestros cuerpos con ternura, primero en arcilla, y luego vaciar sobre nosotros ese líquido caliente que al final nos proporcionó la firmeza necesaria? ¿No ves que nos incluyó este magnífico paraguas para evitar que nos mojemos y que también nos protege del sol inclemente. ¡Nuestro Creador es superior al suyo!

Nina calló, ponderó las palabras de Pepe. ¿Eran palabras? ¿Las había acaso escuchado? Pensó que más que escucharlas, las había sentido.

—Mira Pepe, su Creador no les habrá dado paraguas, mas les dio algo, por lo que tú y yo suspiramos, aunque no lo reconozcamos.

Pepe lanzó un resoplido de fastidio, pero Nina continuó:

—Les regaló fuerza para mover sus piernas y trasladarse de un lado a otro. Les dio movimiento. ¡Lo que tú y yo daríamos por poder movernos! Ir a donde nos plazca.

El guardó silencio un buen rato.

—¿Pepe?

—Debo reconocer que quisiera poder hacer eso. —Su voz al principio se sintió muy apagada. Su mirada estaba fija, como siempre, en algún punto del parque. Luego subió de tono y dijo con vehemencia:

—Pero a la vez sé que nuestra existencia, así como estamos, es importante.

—Explícamelo que no lo entiendo.

—Nina, ¿No has visto las miradas de nostalgia que la gente nos avienta? Les recordamos algo valioso para ellos. Quizás esa fue la intención de nuestro Padre al hacernos. Que le recordáramos a la gente algo que han olvidado.

Nina no dijo nada. Su barbilla seguía apoyada en el hombro de su compañero, igual que cuando fueron concebidos en el vientre de arcilla.

—Tienes razón —dijo al fin. En ese momento, una pequeña niña, destilando lluvia, se acercó a la estatua y aprovechando el paraguas sostenido por Pepe, se refugió del chaparrón, riendo a carcajadas, mientras sus hermanos, a lo lejos, le hacían señas y la instaban a unírseles de nuevo.

Los dos niños de bronce guardaron silencio y solo se escuchó el ruido de la gotas de agua al caer y las risas que les llegaban, como jirones, en medio de la pequeña tormenta. Nina ya no quiso agregar nada. Aunque pudiera, jamás abandonaría a Pepe, pero deseó que tan solo un ratito, pudiera bajarse del pedestal donde se encontraban, jugar con esos chicos y empaparse de lluvia.

Autor: Ana Laura Piera

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La Pesadilla – Relato Corto

Photo by Jordan on Unsplash

Me desperté sintiendo que me observaban. Un resplandor molesto en medio de la oscuridad hirió mis ojos: ¡la pantalla del teléfono! “¡Mierda!”. Extendí la mano y lo puse en suspensión. Pensé que podía volver a dormirme, apenas eran las 6.00 a.m. Las cobijas calientes me tentaban, pero decidí levantarme a hacer café. Dejé el móvil cargando.

Apenas el día anterior me había llegado por Amazon una máquina de espresso semi profesional, con bomba italiana, y junto con ella, una bolsa de café colombiano selecto. Me hacía ilusión probarlos. Mientras me trasladaba de la habitación a la cocina, me pareció ver una sombra escurridiza. “Debo seguir amodorrado”.

Me concentré en accionar mi nueva adquisición. Antes había tenido ese tipo de máquinas, así que no fue difícil. Caté el café recién hecho, aunque me decepcionó un poco. «Nota mental: para mi próxima compra pedir otra mezcla». Añoraba cuando podía salir sin preocupaciones y comprar lo que se me antojara. Ahora Amazon era mi salvación. Saqué un paquete de galletas italianas de almendra para acompañar. De nuevo me invadió la sensación de ser observado, giré la cabeza rápidamente y esta vez la pillé: se trataba de una niña de unos siete años, de raza negra y enormes ojos; el vientre repleto de parásitos sobresalía como un balón de futbol. Vestía un pantalón azul desgastado, camisa a rayas y sus pies descalzos se perdían en mi mullida alfombra. Sus ojos se colgaron de las galletas. Sin pensarlo, le extendí una, que tomó con manos sucias y ansiosas. Corrió a esconderse detrás de uno de los muebles de la sala. Decidí seguirla, temiendo que ensuciara algo, mas ya no estaba. En su lugar encontré un anciano de barba cana hecho un ovillo en el piso, por su indumentaria deduje era alguien de oriente medio. Al verme comenzó a hacer ademán de que me resguardara junto a él y hacía señas de que “algo” estaba a punto de caer sobre nosotros en cualquier momento. Sus gemidos y su rictus de miedo me hicieron retroceder.

El desconcierto me invadió. «Esta pandemia y este encierro auto impuesto me están alterando» —pensé—. Café en mano fui al cuarto que uso como estudio, el lugar está lleno de libros y ahí tengo el ordenador. Navegué un poco en internet: Me explotó en la cara un pleito entre artistas, rumores de guerra, posible hambruna en regiones de África y Centroamérica y el desgraciado virus por todos lados.

Frente a mí apareció de la nada una chica joven, quizás unos quince años, también de raza negra. Llevaba una pañoleta verde, de sus ojos, orejas y naríz corrían hilillos de sangre que iban manchando su ropa de mezclilla. La observé con repulsión. Ella parecía no mirarme, estaba como ausente. Yo sabía que no era real, ¿por qué me estaba sucediendo esto? ¿Hacía cuanto que no tenía una sesión de meditación? Claramente necesitaba una con urgencia. Me levanté para no verla y fui a mi habitación a recoger mi teléfono. Éste seguía en la mesita de noche y conectado al tomacorriente, aún le faltaba bastante para que la batería estuviera al cien por ciento, pero nuevamente aparecía prendido. Miré por la habitación e incluso abajo de la cama, mas no vi nada.

Salí y me dirigí de nuevo a la cocina donde me dispuse a preparar algo para desayunar. Vi un niño de unos doce años, llevaba pantalones rotos a la altura de las rodillas y chanclas plásticas. Él no parecía africano, su piel era de un tono canela y tenía el pelo lacio y rebelde. La puerta del refrigerador estaba abierta y él miraba hacia el interior como perdido en una visión. Adentro había carne, huevos, queso y otras cosas que seguramente él ni siquiera sabía que existían. Me acerqué y me puse a su lado, me señaló un litro de leche, mismo que saqué y puse entre sus manos, él no sabía como abrirlo así que hice ademán de que me lo regresara, se opuso mirándome con desconfianza pero finalmente cedió. Moví la tapa hasta oír el “clic” y se lo di. Se alejó bebiendo como un becerro. En algún punto dejé de verlo. Mi incomodidad crecía.

Regresé a mi recámara para recoger mi móvil y pude sorprender a la culpable de tanta “prendedera”: era la niña de la galleta. Miraba curiosa el aparato, le picaba, se lo ponía en la oreja. Al mirarme corrió. Esto me estaba cansando, yo vivía sólo y nunca fuí niñero. Tomé el aparato, lo desinfecté con una de esas toallitas de cloro tan de moda y me fui a acostar olvidándome del desayuno, con la esperanza de dejar de alucinar.

De repente lo supe, soñaba, bueno en realidad estaba inmerso en una pesadilla: veía mucha gente necesitada y yo tenía de todo. Sentí vergüenza, culpabilidad, recordé mis compras caprichosas y mis quejas por cosas nimias. «Debo despertarme ya»—pensé.

Abrí los ojos y un resplandor molesto en medio de la oscuridad hirió mis ojos aún dormidos, era la pantalla de mi celular. “¡Mierda!”…

Autor: Ana Laura Piera

Si has llegado hasta aquí leyendo, te doy las gracias. Lo que da vida a los blogs son los comentarios así que si pudieras dejar alguno te lo agradeceré. Me gusta ser recíproca así que ten por seguro que te corresponderé. No tienes que escribir cosas que no sientas, una buena crítica siempre es bienvenida, siempre que sea con respeto. Gracias.

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EL EMPRESARIO – Microrrelato.

Dorian estaba muy orgulloso de sí mismo y agradecía a la vida ser alguien tan ordenado y sistemático, sin duda eso le había ayudado a la hora de montar la fábrica. Un estruendo se escuchó y la monstruosa maquinaria inició operaciones. Se puso sus anteojos para observar mejor a sus robots operarios alimentar con cuerpos humanos sin vida, a aquella bestia metálica.

El producto final eran unas adorables galletitas del tamaño de una moneda espolvoreadas con fina azúcar.

Un pensamiento feliz lo invadió: sin duda merecía una recalificación por parte de la institución mental de donde se había fugado: de psicópata a empresario ecologista, (por aquello del reciclaje). Tomó una de las galletas y se alejó comiéndola alegremente.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

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Tlacuache Lunar – Microcuento

En medio de la carretera, el tlacuache a duras penas esquivó el ruidoso camión de cervezas y alcanzó el otro lado. Necesitaba llegar a la seguridad del abedul donde tenía su madriguera. Cual torpe trapecista, caminó por un cable de luz para acercarse a una de las ramas que lo llevaría a su hogar. En un momento dado, su figura se recortó perfectamente en la luna llena que desplegaba esa noche especial.

En otro tiempo y lugar, alguien visualizó la imagen. Era la señal de la que hablaban los libros.

El Guardián sacó su espada. ¡Era hora de cumplir la profecía!

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

Nota: El tlacuache es un mamífero marsupial oriundo de México, conocido también como zarigüeya y deopossum.

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NUEVO COMIENZO – Microrrelato de 100 palabras.

Mi participación en el reto de Lidia Castro «Escribir Jugando»: Crear un microrelato de no más de 100 palabras, inspirándose en la carta, en el relato debe aparecer el objeto del dado: lira. Opcional: que aparezca algo relacionado con la flor de madreselva. Si gustas saber más de su reto o participar, te dejo el enlace a su blog al final.

La tristeza flotaba en el aire junto con el olor a quemado de cuerpos y casas. La dulce Myra y el valiente Kilian se guarecieron bajo mis hojas. De mi tronco bajó una rama joven que unió sus manos y ellos pronunciaron un solemne juramento. Mis raíces avisaron a otros árboles y pronto nos rodeaban más seres de la floresta. Un fauno tocaba la lira y un gorrión traía en el pico la flor de madreselva para que la nueva pareja pudiera dejar atrás los malos recuerdos del ataque a su aldea. El bosque los bendijo en su nuevo comienzo.

100 palabras.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

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La Pócima – Microcuento

Mi participación en el reto de Lidia Castro «Escribir Jugando»: Crear un microrrelato o poesía de máximo 100 palabras inspirándote en la carta y donde aparezca el objeto del dado, un escarabajo. Opcional: que aparezca algo relacionado con «huellas digitales» (año, huellas o descubridor).

¡Tres días convertida en escarabajo! No era divertido, la podían pisar o usar de ingrediente para una pócima de mala calidad; como su torpe intento de convertirse en lechuza bebiendo de aquel frasco que prometía transformaciones a voluntad. ¿Cuánto tiempo vive un escarabajo?, se preguntaba. Una sombra la cubrió y sintió su duro exoesqueleto atrapado entre dos dedos de huellas digitales casi imperceptibles.

Despertó en su cama y ¡ya no era un insecto! A su lado la anciana profesora aparentaba estar muy molesta, pero en realidad trataba de contener la risa. «Para la próxima ten más cuidado Amanda». (100 palabras)

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla