Sueños de otro Mundo.

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De pequeñas mi hermana y yo fingíamos estar dormidas, apagábamos la luz y no hacíamos ni un ruido. Mamá pasaba suavemente frente a nuestro cuarto, se detenía un poco para asegurarse que no estuviéramos despiertas, y luego cerraba la puerta de su propia habitación. Era el momento de escabullirnos en medio de la oscuridad hacia el jardín.

A las dos nos gustaba tendernos en el césped y mirar el cielo, pero era Elisa la experta en estrellas, planetas, constelaciones y agujeros negros. Siempre quiso un buen telescopio y fue hasta que creció y estudió astronomía que pudo tener uno. Por mi parte yo la escuchaba sin añadir mucho. Luego de vuelta en la cama, tenía sueños extraños que al despertar me venían como escenas inconexas unas de otras. Me veía vívidamente en la superficie de un mundo lejano, donde del cielo colgaba una luna rojiza de un lado y un planeta con anillos del otro. Había un mar de tintes violáceos que lamía una playa de arena muy blanca. A menudo me veía jugando con la arena hasta que una voz cascada me llamaba de lejos. Entonces yo salía corriendo.

Yo atribuía estos sueños a las pláticas con mi hermana. En ocasiones no la acompañaba al jardín y me quedaba sola en el dormitorio tratando de soñar cosas normales, aunque casi nunca sucedía. Varias veces me vi en compañía del dueño de la voz, « supe» que era mi abuelo y que su nombre era Rak. Tenía ojos grises y mirada bondadosa, sus cabellos eran largos y blancos. Me explicaba las cosas de ese lugar, como el porqué del color del mar, (microorganismos), y como influían la luna y el planeta anillado en la frecuencia de las mareas. Su saber era vasto y le gustaba compartirlo conmigo.

Una noche en que no quise salir a ver las estrellas, Elisa se puso terca preguntándome el porqué y tuve que platicarle mis visiones. Su mente, práctica y ágil dio con una posible explicación:

—Seguramente reencarnaste en la Tierra, pero viviste antes en otro lugar. Tal vez estés recordando tu vida anterior. —En su voz había un ligero toque de envidia.

Sus palabras me cimbraron. Era verdad que esos sueños se sentían muy reales y que yo sentía una conexión emocional con ese sitio que aparecía en mi mente. Entusiasmada, me pidió que lo intentara dibujar, y también a las personas que veía. Le hice caso y llené un cuaderno entero de dibujos equivalentes a un montón de recuerdos.

—¿Por qué habrás reencarnado en la Tierra?

Por supuesto, yo no tenía idea, y no estaba segura de que fuese verdad, a veces sospechaba que todo era producto de nuestra imaginación.

Entonces sucedió el accidente.

Un choque en el auto familiar nos puso a todos en mala situación, llevándome yo la peor parte. Según supe después, estuve internada más de tres meses debatiéndome entre la vida y la muerte. Nadie podía sospechar que aunque mi cuerpo estaba en el hospital, mi conciencia estaba en aquel mundo. De repente todo se tornó más claro y lógico.

El planeta tenía un nombre impronunciable y los habitantes nos comunicábamos unos a otros con el pensamiento. En cuanto a complexión no había mucha diferencia con los humanos. Como mi «abuelo», teníamos todos los ojos grises y los cabellos blancos. Las ciudades eran de cristal y éramos capaces de trasladarnos sin vehículos, usando solo nuestras conciencias. Pasé mucho tiempo con Rak, fue cuando supe con certeza que era un «sanador», había nacido con un don increíble que me había heredado. Fue mi maestro en técnicas médicas y protocolos para tratar diversas enfermedades. Yo absorbía todo como una esponja y día con día iba adquiriendo más sabiduría y destreza.

Un día, ya no me encontraba en el planeta del mar violáceo, sino en una cama de hospital. saliendo de un coma. Nunca más pude volver a soñar con ese lugar.

Mi hermana es ahora una conocida astrónoma y yo una celebridad médica. Ya desde la secundaria fui reconocida como una niña prodigio y entré a la facultad de medicina muy joven. Ahora mismo me encuentro realizando un trasplante muy especial. La cabeza de un cuadripléjico en el cuerpo de una persona con muerte cerebral. Las vengo haciendo desde hace ya varios años y con una tasa de efectividad del cien por ciento. Aunque soy conocida mundialmente por ese procedimiento tengo otros muy novedosos y efectivos. De noche, continúo con la costumbre de observar el cielo nocturno. Evoco en mi mente los recuerdos de ese planeta de nombre extraño, con su mar violeta, su luna rojiza y su vecino con anillos, y el tiempo compartido con Rak. Sonrío. Todo lo atesoro en mi corazón.

Autor: Ana Laura Piera

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Quetzalpilli por Ana Laura Piera — MasticadoresMéxico

Este cuento ya lo había publicado en mi blog. Fue merecedor de un reconocimiento por parte de El Tintero de Oro en su XXVII edición. Si ya lo leíste y te gustó, te pido que lo apoyes en Masticadores, si aún no lo has leído te invito a que lo hagas y me dejes tu opinión.

Quetzalpilli parecía un bultito color canela en medio de su cuna. Sus rasgos indígenas eran muy armoniosos y el negro de sus ojos tenía el brillo de la piedra de obsidiana. Resultó ser un niño fuera de lo común. A los tres meses yo lo vi moviendo de forma […]

Quetzalpilli por Ana Laura Piera — MasticadoresMéxico Editor: Edgardo Villarreal

Bestiario. Cuento para Masticadores.

Imagen tomada de internet     ¿Recuerdas que decías que nunca soñabas nada, y lo mucho que te gustaría recordar aunque fuera un pedacito de algún sueño? Ese día tras varias noches de horror te diste cuenta de que no era que no soñaras, sino que muy dentro de ti preferías que a tus pesadillas […]

Bestiario por Ana Laura Piera

VENENO- Microcuento

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He soñado que, como las víboras, mis glándulas salivales lanzaban veneno. Abrí la boca y tan sólo con pensarlo aventé un chisguete transparente que cegó al vecino que me acosa. Hice una lista y fui por todos…

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

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LIBERTAD

Mateo se acercaba a la jaula y abría la pequeña puerta; metía su arrugada mano y torpemente iba sacando a los canarios. A algunos los atrapaba entre los dedos y podía sentir su diminuto corazón palpitando aceleradamente; otros salían solos, buscando alejarse de aquella mano vieja como pergamino. El grito de Tita siempre lo paraba en seco:
—¡Viejo desgraciado! ¿Qué haces? ¡Deja a mis bebés!
Lo siguiente que veía era el cuerpo voluminoso de su mujer abalanzándose sobre él, rasguñándolo y mordiéndolo con la virulencia de un zombi. Él sentía el rostro húmedo de sangre y los jirones de piel colgándole de la cara.
—¡Para, para!—gritaba el pobre viejo lleno de dolor.
Y en ese momento, se despertaba.


—Otra vez estabas con pesadillas —decía ella—, ajena a la historia truculenta escondida tras los movimientos y espasmos que su marido experimentaba al dormir.
—Si carajo, pero no seas mala y despiértame—decía él enfadado.
Tita ya no le contestaba, para ese momento se había levantado y se dirigía a atender a sus aves. Había mucho que hacer: destapar y limpiar jaulas, (tenía varias). Cambiar el agua, poner platitos con alimento: normalmente fruta, semillas y a veces hojas de lechuga. Sacarlos a la terraza a que les diera el sol.
—Los atiendes más que a mí, vieja…
—¡Cállate! En la cocina te dejé algo para que desayunes.


Mientras desayunaba solo, Mateo pensaba que era agradable oírlos cantar, más resentía el tiempo que Tita les dedicaba, y además estaba mal tener aves enjauladas, ellas pertenecían al cielo. Le hubiera gustado tener otro tipo de mascota, pero nunca se había atrevido a proponérselo a su mujer. Una cosa era segura: jamás haría realidad la fantasía de deshacerse de los canarios. No quería verla enfurecida como en sus sueños.

Una tarde de cielo azul y limpio, salieron, según era su costumbre, a dar unos pasos al parque cercano. Les tocó ver una parvada enorme de loros. Planearon escandalosos sobre sus cabezas, dieron dos o tres vueltas: una mofa verde y veloz dirigida hacia los que desde abajo les miraban entre asombrados y divertidos.
—¿Viste Mateo?
—No soy ciego, mujer.
—¡Pero si se han vuelto una plaga! Se está tardando el Ayuntamiento en hacer algo, además, qué pajarracos tan feos, prefiero a mis canarios—dijo enfática.
Él no estaba de acuerdo, pero era un hombre prudente (y cobarde), y calló, como callaba siempre.

Otro día en que Tita estaba en la cocina preparando el alimento para los canarios, Mateo oyó de cerca el parloteo de los loros. Salió a la terraza justo a tiempo de ver a tres de ellos sobre las jaulas de los canarios, abriéndolas ayudándose con el pico y las garras. Los prisioneros salían volando como raudas flechas amarillas y anaranjadas. De lejos se escuchaban los lamentos de otras vecinas cuyas pajareras también habían sido abiertas por los “loros libertarios”. Al otro día los noticieros hablarían del suceso.

—¿Por qué no lo impediste viejo de mierda? —le increpó Tita, llorando a moco tendido.
—Pero vieja ¡Fue todo tan repentino! Nada pude hacer, lo siento —mintió. En realidad estaba muy contento, de seguro era el fin de sus pesadillas.

—Vieja, ahora que los canarios se fueron ¿Podemos tener un gato?

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Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

COMO UNA SOMBRA

Ella dormía profundamente y no sintió la puerta de la habitación abrirse. Como una sombra, me escabullí dentro y me senté con cuidado al borde de la cama. ¡Era tan hermosa! Sentí mi sangre espesa de amor a causa de esa mujer, que era mi dueña. Aspiré con deleite el perfume a manzanas frescas que anidaba en sus cabellos y volaba en el ambiente. Mis manos, temerosas de despertarla, flotaban sobre su rostro esbozando tenues caricias mientras la boca entreabierta me incitaba a besarla. Posé delicadamente mis labios en los suyos, apenas rozándolos, resistiéndome a la dulce tentación de fundirnos en un beso inmenso.

De pronto, un pensamiento irracional me invadió, pues su serenidad se parecía a la de la muerte. Miré su pecho y el movimiento de olas de sus senos me dijo que respiraba, que estaba viva… soñando. Continué observándola un buen rato, pero llegó el momento en que solo verla no bastaba. Yo quería más: quería sentir el fuego incontrolable producido por la unión de nuestros cuerpos, besarla con besos enfermos de pasión y morir en su piel una y otra vez. No me pude contener y me fui metiendo lentamente en las sábanas tibias. Se movió un poco y esperé que se aquietara, luego continué arrastrándome por esa playa que era su lecho. Ahora la tenía frente a mí.

Respirando el cálido aire que exhalaba, acerqué nuevamente mi boca a la de ella. Al contacto con sus labios sobrevino la desgracia: despertó, y mientras abría los ojos yo me desdibujé de su cama, pues la gente que habita en los sueños de otros, tenemos una existencia breve al capricho de los párpados de quien nos sueña. Por un instante, antes de desvanecerme por completo, nuestras miradas se cruzaron, ella se frotó los ojos y luego… Se olvidó de mí.

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla