HISTORIA SECRETA DEL VIEJO DE ROJO

Lo que no sabíamos del buen «Santa»

(Historia no apta para menores de edad, esto no es un cuento infantil. Es una sátira Navideña)

Una fría mañana en el Polo, en vísperas del «Gran Viaje», Santa Claus se dio cuenta de que uno de sus preciados renos había desertado. El asunto le dolió en el alma, no tanto por el aprecio al animal sino porque el reno fugado era uno de los pocos que conocían su “historia secreta”. Ahora que los medios pagaban buen dinero por chismes de la farándula, temió que sus intimidades le dieran la vuelta al mundo. No estaba tan equivocado.

Conocí a Rodolfo en un bar de mala muerte en la ciudad rusa de Kirovsk, al norte del círculo Polar Ártico. Aceptó hablar conmigo a condición de no tomar fotos, pagar unas cuantas rondas de vodka y darle el dinero suficiente para viajar más al sur. «Un lugar calentito, donde pueda andar en pantalones cortos» —me dijo.

Desde su fuga había cambiado bastante; el hechizo con que Santa mantenía a todos los renos «apentontados» había desaparecido y frente a mí tenía a un enano negro. Se caracterizan por una barba de color negro azabache y una piel del color de la nieve más pura. De su antiguo estado como “Rodolfo el Reno” solo conservaba la nariz roja, aunque por el tufo a alcohol que despedía, pensé que más que por el frío, su «peculiar nariz» se debía a la infinidad de tragos que traía encima.
Olfateando una gran exclusiva, inicié la entrevista preguntándole si los renos de Santa eran todos enanos hechizados como lo había sido él.

—Mira, el grupo de renos del «Viejo de Rojo» —así le decimos todos los que lo conocemos en persona— fuimos una banda de enanos mal portados: fumadores, adictos al sexo y a las fiestas. Fuimos desterrados de nuestro reino y condenados a ser sus servidores, ese fue nuestro castigo.

Otra de las cuestiones que abordé era si Santa era un hechicero o tenía conocimientos sobre el tema; pregunta lógica dadas las circunstancias de sus ayudantes. En ese momento el camarero se hizo presente con las bebidas y traía también un típico pan aromático que Rodolfo rechazó con un gesto.

—No es hechicero, pero un ancestro de él sí lo fue y conserva un libro de artes oscuras que en su familia han venido conservando de generación en generación. Cuando vio que éramos demasiado rebeldes para ayudarlo, decidió lanzar un encantamiento que nos convirtió a todos en renos. Por cierto que el viejo vendió ese hechizo por muy buen dinero y próximamente va a salir en una serie épica de Netflix que va a opacar todo lo visto hasta ahora. ¡Imagínate, no serán efectos especiales sino algo real!

Hice una anotación mental para averiguar más sobre la dichosa serie. Ante la pregunta inevitable de cómo había logrado escapar y se encontraba ahora en Kirovsk contestó:

—Aproveché un descuido del viejo. En vísperas del «Gran Viaje», (la gira mundial anual repartiendo regalos), al pobre hombre le entraron unas ganas inmensas de platicar. Desde que su mujer lo dejó por “voyeur” —últimamente le gustaba mirar dentro de los iglús a horas inapropiadas de la noche; los esquimales casi lo linchan— al viejo le entró una nostalgia enfermiza y como siempre he sido yo su paño de lágrimas…

—¿Su paño de lágrimas? —interrumpí —¿Cómo podías platicar con él siendo tú un reno?

—El viejo me daba un bebedizo, mezclado con un poco de vodka y en cuestión de minutos el embrujo que hacía que yo fuera un animal, comenzaba a desaparecer hasta que dejaba de serlo. Entonces nos poníamos a platicar y a beber como cosacos, y él me confiaba sus cosas. La última vez que esto sucedió, decidí escaparme, y así en cuanto sentí que podía discernir entre derecha e izquierda, aproveché que el viejo había ido a hacer pis y me fugué.

Al ver que Rodolfo ya había terminado la ronda de vodkas, le hice una seña al camarero para que trajera otra. Decidí lanzarle una pregunta inofensiva y le pregunté cuál había sido el último gran disgusto de Santa.

—No estuve presente, pero seguro que cuando descubrió mi fuga debió ponerse como energúmeno. Pero bueno, si he de recordar algún otro momento, creo que jamás lo vi tan enojado como cuando Luis Miguel sacó su disco “Navidades”. Cuando escuchó “Santa Claus está en la Ciudad” se puso como loco, gritó que solo faltaba que el fulano sacara un sencillo titulado “Pimpón es un Muñeco” y que prefería mil veces a Raphael con “El Niño del Tambor”.

Sonreí. Venía ahora una pregunta que, dado el nivel de alcohol que Rodolfo ya traía en la sangre estaba seguro me respondería sin empacho.

—¿Cómo es Santa en la intimidad?

—Muy tierno y cariñoso… ¡Eh!¡No! ¡No pongas eso!

Decidí entonces pedirle que para entender mejor la personalidad de Santa me detallara lo que había en su mesita de noche y debajo de su cama. Medio atolondrado ya por los vodkas contestó:

— A ver, mesita de noche: viagra, una revista Play Boy del año del caldo, una tanga que usó un verano en la playa, cuando tenía 20 años. Un retrato de sus papás y hermanos jugando en la nieve; una foto de la Tierra tomada desde la Estación Espacial Internacional. Debajo de su cama: unos calzones olvidados tamaño “casa de campaña” de la Sra. Claus. Una noche de copas se quedaron ahí atorados y no han vuelto a ver la luz del sol. También hay unas trusas de hombre —seguro, segurísimo son de él—, unos patines de hielo, pues adora patinar, también una caja llena de fotos de niños de todo el mundo. ¡Ah! y su AB Shaper para bajar panza, que por cierto jamás ha vuelto a usar después de una breve sesión de 5 minutos.

—¿Y tú cómo sabes tanto?

Con voz pastosa de borracho y con la lengua ya estorbándole en la boca contestó:

—Ah, este… Bueno es que yo era personal de confianza, no sindicalizado. Mejor ya no sigas preguntando…

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

Esta historia la publiqué originalmente el 21 de Diciembre del 2006. Le he dado una «manita de gato» para actualizarla un poco.