EL RELOJ

Desde que salió al mercado no he tenido paz. Yo, que siempre he sido muy novedoso, en cuanto lo vi en la tienda de Amazon, me lo compré. Mi amigo Paco me hizo burla: «Pudiste haber comprado el Kindle «Oasis», de última generación, y leer como jeque árabe; pero preferiste comprar esta pendejada. Ay compadre, me late que esto no va a terminar bien».

En mi defensa solo puedo decir que la publicidad era impecable: «El reloj de pulsera que además de pasos, calorías y frecuencia cardiaca, mide también su actividad sexual. ¡Lleve la cuenta del mes! ¡Bata su propio récord!». Por supuesto que tenía que ser mío.

Ha pasado algún tiempo y noté que el desgraciado aparato no sabe contar. Según mi propio registro, (hombre precavido vale por dos), llevo mínimo dieciocho encuentros del «tercer tipo» en el mes y el pinche reloj no me ha contado ninguno.

Marqué al 01-800-AYUDA y la chica me pidió que por favor leyera las letras chiquitas antes de devolverlo:

«El reloj sabe distinguir entre los latidos del corazón cuyo bombeo es provocado por el amor verdadero, de los que son producto del mero deseo animal. Si usted desea desactivar esta función puede hacerlo en la sección de ajustes».

¿Pero qué tonterías eran esas? ¿Amor verdadero? Por supuesto que cambié los ajustes.

Aunque después de cambiar la configuración el aparato ha funcionado bien, he decidido devolverlo. Me prometieron un reembolso completo. Lo necesitaré, porque ahora debo pagar a un psicólogo que me ayude a resolver este hueco horrible que me ha ido creciendo dentro. Un malestar que antes no tenía y que definitivamente no es físico. ¡Qué poca madre!, ¡tan a gusto que estaba yo!

Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla

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