El personaje de Greta Sánchez de alguna extraña forma me llama para hacerle algunas «escenas». Su debut fue en un concurso del blog El Tintero de Oro donde el relato protagonizado por ella obtuvo un «Tintero de Plata». He tratado de hacer una «secuela» sin que sea necesario leer el relato anterior, pero si gustas puedes leerlo AQUI, se titula: El Caso Olvera. Ahora, vamos con un nuevo relato de esta peculiar detective.

—¡Me han robado!
El típico ruido de la tienda de autoservicio: carritos rodando, timbres de cajas registradoras, murmullo de personas haciendo sus compras se detuvo por unos segundos. Greta volteó a donde ya se arremolinaba un grupo de empleados, algunos guardias de seguridad y uno que otro curioso. Los más avispados lanzaban miradas hacia las puertas de la tienda esperando detectar a algún sospechoso. Greta terminó de pagar sus medicinas: somníferos, algo para la gastritis y aspirinas. Luego se enfiló a donde estaba el alboroto.
En medio de aquel caos y gracias a su altura, pudo ver perfectamente a la víctima: era una mujer menuda, muy blanca, con cara de susto y ojos llorosos. Se le figuró un pequeño ratón indefenso. Todos los empleados se habían bajado el barbijo obligatorio, era como si fuera muy importante que las emociones no quedaran ocultas en sus esfuerzos por consolarla.
—¡Me encontraba buscando unas nueces! Había puesto mi bolsa en mi carrito… Cuando me di la vuelta ya no estaban ni mi cartera ni mi teléfono. ¡Tengo que cancelar mis tarjetas! ¡Debo avisar a mi esposo! —rompió en llanto.
Greta le ofreció su propio teléfono para que hiciera las llamadas pertinentes. Luego volviéndose a uno de los guardias preguntó:
—¿Será posible ver las grabaciones de la cámara de seguridad?
La expresión de impotencia del hombre, le habló de que las cámaras no funcionaban, o de que la tienda no movería un dedo para aclarar el robo. Poco a poco la gente se dispersó mientras la mujer usaba el móvil. Cuando estuvo más calmada, Greta le dijo:
—Soy una detective síquica, si gusta, puedo ofrecerle mis servicios.
La afectada, con los ojos irritados y colgándole mocos de tristeza de la nariz, se le quedó viendo, sorprendida.
—Sé cómo suena, pero créame, le puedo ayudar a recuperar lo perdido —sacó una tarjeta de presentación y se la dio—. Llámeme si le interesa.
La mujer bajó la vista hacia la tarjeta, no era nada especial, se notaba hecha a las prisas con una impresora casera. Tras unos segundos, sus ojos volvieron hacia esa enorme mujer de aspecto descuidado, cuya mirada, aunque gris e insípida, le inspiraba confianza.
—Acepto. Dígame, ¿qué sigue?
En ese momento se aproximaba la gerente de la tienda con cara compungida. Greta fue tajante:
—Permítanos acceso a un sitio silencioso. Soy una detective síquica y lo que sus empleados no pudieron hacer quizás yo pueda remediarlo.
—¿Qué dice? ¿Detective Síquica? —la gerente estaba a punto de protestar, pero la mirada de la víctima que parecía decirle: «No se atreva a decir que no» la disuadió.
—Claro, pueden usar mi oficina, aunque debo advertirles que tengo una junta en veinte minutos…
—No se preocupe, estaremos fuera antes —le aseguró Greta.
El lugar no tenía nada especial, excepto un raro olor que Greta relacionó con sexo. No porque ella tuviera mucho últimamente, sin embargo, sus habilidades empezaban a «ponerse a tono». Sentó a la mujer en una de las dos sillas que había y mirándola fijamente le preguntó:
—¿Cómo se llama?
—Esther Galindo
—Mucho gusto. Ya sabe, mi nombre es Greta. Concéntrese en el momento del robo, por favor—. Su mirada se quedó fija en Esther; quien lo intentó con todas sus fuerzas, pero su mente se iba a imaginar las horas perdidas en oficinas de gobierno tratando de recuperar sus documentos de identidad, en los trámites engorrosos que el banco le haría pasar para renovar sus tarjetas de crédito, pero sobre todo en la retahíla de regaños que su marido seguramente tendría reservada para ella.
—¡No divague! —dijo Greta con autoridad—. ¿Quién se le acercó? ¿Usted qué estaba haciendo?
La mujer ya iba a decir algo cuando Greta le hizo señal de que se callara. Empezaba a llegarle información y debía concentrarse. Por momentos, su enorme humanidad se tambaleaba y parecía a punto de caer. Esther estuvo a nada de llamar al personal de la tienda y que llamaran a Emergencias, pero veinte minutos después ambas se encontraban en el coche de Greta siguiendo una pista.
—No entiendo cómo puede identificar al ladrón.
—Vi un hombre que se acercó por detrás mientras usted estaba distraída, la bolsa estaba abierta, no fue difícil para él meter la mano y sacar su cartera y su teléfono. Cuando usted volteó, no relacionó a esa persona con el robo, pero quedó en su memoria. Yo tuve acceso a esos recuerdos. Pude ver un bordado en la camisa, el nombre de un casino cercano. Tengo la descripción del ladrón en mi mente.
Esther se le quedó viendo a Greta con admiración.
—Es usted una mujer increíble, aunque no lo parezca.
—Gracias por la franqueza —dijo Greta, divertida, mientras metía su camioneta, de un modelo no muy reciente, en el estacionamiento del casino —debo decir que usted fue muy valiente en confiar en mí y hacer algo por su caso, pero aún no cantemos victoria, esperemos haber atinado al turno de trabajo del sinvergüenza.
Ambas se bajaron y entraron al casino. Tras caminar un poco, Greta identificó al culpable tras la barra del bar. Era un hombre joven y bien parecido que primero lo negó, luego al verse confrontado con los detalles, confesó y pidió perdón. Regresó la cartera intacta y el teléfono, Greta le dijo que si volvía a hacerlo perdería su trabajo. Como un «plus» el empleado les ofreció bebidas gratis. Esther declinó, pero Greta se tomó un whisky en dos tragos ante la mirada inquisidora de Esther.
—No se preocupe, le aseguro que puedo manejar de vuelta —dijo con desparpajo.
Regresaron a la tienda de autoservicio, donde Greta aparcó su vehículo de forma impecable.
—Greta Sánchez, usted me ha ahorrado muchos quebraderos de cabeza. ¿Ahora dígame, a cuánto ascienden sus honorarios?
Greta sonrió.
—¿Le parece si me paga una botella de whisky, algunas aguas minerales y me reembolsa mi compra de hoy? No es mucho.
—¡No faltaba más! —dijo Esther, sacando su chequera—. ¿Está segura?
—Sí —dijo Greta— Aunque pensándolo bien, ¿podría recomendarme con sus amistades? Algunos clientes nuevos no me vendrían nada mal.
Más tarde, en su descuidado departamento, mientras paladeaba un whisky con agua mineral, Greta reflexionaría en que pudo haber cobrado algo extra, a ese paso, su negocio de investigaciones síquicas iría a la quiebra.
Autor: Ana Laura Piera.
Gran Cuento, me ha gustado.
Yo tengo un blog y quiero invitarte a que visites y comentes mi post se que alguno te puede gustar o ayudar, me apoyarías demasiados, nos apoyaríamos mutuamente: https://epya.com.co/blog/ gracias.
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Claro! Ya la otra vez leí un post tuyo y te lo comenté en bloggers. Luego me paso por tu blog. Saludos.
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Una detective de primera. Tendría que haber más en los supermercados. Un abrazo 😘
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Muchas gracias por leerlo y comentar, te mando un abrazo!
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Lo del whisky está bien porque dicen que el alcohol abre la mente.:)
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Bien padre relato, me hizo reír el final, me gustan mucho los cuentos que te van llevando, que aumentan el misterio y el suspenso, que quieres por un lado llegar al final y por otro que no se acaben, gracias Ana, abrazo grandotototeee
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Diría que el caso ha sido resuelto de manera impecable. Aunque me temo que el ladronzuelo sea reincidente. Un abrazo.
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¡Qué bueno, Ana!
Me encanta esta detective, aunque me gustaría verla en misiones más intrigantes. Me paso a leer el otro relato que aunque sé que ya lo leí, mi memoria de pez de acuario disecao no lo recuerda.
Felicidades, un Abrazo.
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¡Hola Jasc! Gracias por leerlo. Y gracias por la sugerencia, la tomaré en cuenta. Gracias por visitarme, ¡Saludos!
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Me gusta que haya regresado este personaje.
Espero que tenga más historias.
Un abrazo.
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Gracias por visitarme! Saludos!
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