Nina y Pepe – Microrrelato.

Mi participación en el VadeReto de Agosto. Un relato inspirado en una escultura.

Escultura: Los niños del parque Genovés, Cádiz.

—¿Has visto de qué forma se mojan esos chicos? —preguntó Nina divertida.

—¡Sí! ¡No traen sombrilla, como nosotros! —contestó Pepe.

—Es verdad. ¡Apenas puedo creer que el Creador no se los dio!

Nina tenía la cabeza metida bajo el paraguas que sostenía Pepe, gracias a él, ambos estaban muy bien guarecidos de la copiosa lluvia que caía en ese momento empapándolo todo. Tras varios días sin precipitaciones y en medio de un calor infernal, aquella lluvia era una bendición para las plantas, los árboles y los demás seres que precisan del agua para vivir.

—Deben tener un Hacedor muy olvidadizo o descuidado.

—A ver Pepe… ¿Su Creador no es el mismo que el nuestro? —preguntó ella, intrigada. El niño no cambió la dirección de su mirada, ni volteó a ver a Nina, pero esta, de alguna manera, supo que lo había enfadado.

—Nina ¿Es que acaso tienes tan mala memoria? ¿No recuerdas sus manos amorosas moldear nuestros cuerpos con ternura, primero en arcilla, y luego vaciar sobre nosotros ese líquido caliente que al final nos proporcionó la firmeza necesaria? ¿No ves que nos incluyó este magnífico paraguas para evitar que nos mojemos y que también nos protege del sol inclemente. ¡Nuestro Creador es superior al suyo!

Nina calló, ponderó las palabras de Pepe. ¿Eran palabras? ¿Las había acaso escuchado? Pensó que más que escucharlas, las había sentido.

—Mira Pepe, su Creador no les habrá dado paraguas, mas les dio algo, por lo que tú y yo suspiramos, aunque no lo reconozcamos.

Pepe lanzó un resoplido de fastidio, pero Nina continuó:

—Les regaló fuerza para mover sus piernas y trasladarse de un lado a otro. Les dio movimiento. ¡Lo que tú y yo daríamos por poder movernos! Ir a donde nos plazca.

El guardó silencio un buen rato.

—¿Pepe?

—Debo reconocer que quisiera poder hacer eso. —Su voz al principio se sintió muy apagada. Su mirada estaba fija, como siempre, en algún punto del parque. Luego subió de tono y dijo con vehemencia:

—Pero a la vez sé que nuestra existencia, así como estamos, es importante.

—Explícamelo que no lo entiendo.

—Nina, ¿No has visto las miradas de nostalgia que la gente nos avienta? Les recordamos algo valioso para ellos. Quizás esa fue la intención de nuestro Padre al hacernos. Que le recordáramos a la gente algo que han olvidado.

Nina no dijo nada. Su barbilla seguía apoyada en el hombro de su compañero, igual que cuando fueron concebidos en el vientre de arcilla.

—Tienes razón —dijo al fin. En ese momento, una pequeña niña, destilando lluvia, se acercó a la estatua y aprovechando el paraguas sostenido por Pepe, se refugió del chaparrón, riendo a carcajadas, mientras sus hermanos, a lo lejos, le hacían señas y la instaban a unírseles de nuevo.

Los dos niños de bronce guardaron silencio y solo se escuchó el ruido de la gotas de agua al caer y las risas que les llegaban, como jirones, en medio de la pequeña tormenta. Nina ya no quiso agregar nada. Aunque pudiera, jamás abandonaría a Pepe, pero deseó que tan solo un ratito, pudiera bajarse del pedestal donde se encontraban, jugar con esos chicos y empaparse de lluvia.

Autor: Ana Laura Piera

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30 comentarios en “Nina y Pepe – Microrrelato.

  1. ¡¡¡Me encaaaantaaa!!!
    ¡Les has dado vida a «mis niños» del paraguas!
    Hoy los he visto en mi imaginación y mañana, cuando salga a pasear, me acercaré a ellos y les hablaré de tu relato. 😜😍
    Besos por si me ven y me enchironan. 😅😂
    Muchas gracias por este hermoso relato. Un abrazo.

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  2. Bonito relato, ¡me encanta! Pensar que las estatuas nos miran, como lo hacemos nosotros. Pensar que podemos incluso ofenderles con suestra forma de mirarlas… que añoran nuestra condición mientras les observamos… un relato inocente el tuyo, que da para reflexionar.
    Saludos

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  3. Una conversación que sin duda se repetirá en múltiples ocasiones. Mientras, los Niños del Paraguas, ven pasar la vida ante ellos, ven envejecer y ahí seguirán preguntándose por que el creador no fue tan benévolo con los demás como fue con ellos.
    Abrazos.

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  4. ¡¡Qué precioso relato, Ana, lleno de ternura!! ¡¡Me encantó!!
    La idea de que las estatuas nos miren y comenten sobre nosotros, como nosotros sobre ellas me pareció genial. Y esa existencia de un Dios particular «vientre de arcilla», que les ha dado la tarea de hacernos recordar a los humanos algo que hemos olvidado. Tal vez el poder disfrutar de las pequeñas cosas.
    Un abrazo Ana.

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