El espejo le devolvió su imagen marchita. Cada cana y cada arruga gritaban su historia, pero Luciana solo quería enmudecerlas. Cerró los ojos y se concentró en el tic, tac de los más de cien relojes que necesitaba para atestiguar el momento. En la decrépita mano tenía la copa que contenía aquel brebaje espantoso. Su fiel sirviente, un egipcio de nombre impronunciable y mirada misteriosa, se había retirado dejándola a solas.
La centenaria receta decía que debía deshacer una pieza de oro que hubiera estado diez años en una tumba. Luciana se había asegurado tiempo atrás de tener todo lo necesario: a un vagabundo que pasó por la calle pidiendo de comer, le ofreció refugio en su casa; el hombre comió, bebió e incluso tomó un baño. Por la noche su benefactora lo invitó al lecho y después de hacerle el amor le ofreció una copa de vino que selló su destino. Por la mañana había muerto.
El egipcio tenía ya una fosa excavada en el jardín trasero, lejos de miradas indiscretas. Entre los dos arrastraron el cadáver y antes de enterrarlo, Luciana puso en uno de sus dedos un anillo del oro más puro. Su sirviente tapó la sepultura, que disimuló con un huerto. Luciana esperó pacientemente una década.
Cumplido el plazo, y sintiendo que la juventud la había abandonado de nuevo, decidió recuperar el anillo. Su servidor quitó el huerto de cuajo y excavó hasta dar con la tumba, ante la atenta mirada de Luciana. Al final fue ella quien, poseída por la ansiedad, removió entre huesos y jirones de ropa para encontrar la joya. Esta actividad consumió las pocas fuerzas que le quedaban en su viejo y tembloroso cuerpo, pero al final encontró lo que buscaba.
Deshizo el oro gracias a una fórmula química que un alquimista itinerante le había vendido junto con las instrucciones para recuperar la juventud. Lo mezcló con los demás ingredientes de la receta: algunas hierbas aromáticas y especias. Lo dejó a la luz de la luna durante una noche. Llegado el momento, lo apuró de un trago y de inmediato sintió el embate de la juventud en el cuerpo, como oleadas de placer y vigor que la tuvieron al borde del desmayo. Mientras iba recuperando fuerzas deambuló por la mansión hasta que a las cinco de la tarde, se callaron todos los relojes. Estaba hecho.
La ahora joven y vibrante Luciana marcó en el calendario la fecha de su rejuvenecimiento. Mandó guardar los cien relojes en el desván, incinerar los huesos del vagabundo y cubrir someramente la tumba, que pronto volvería a estar ocupada. Ahora tocaba tejer la red para atraer a otro incauto, depositarlo en la tierra con otro anillo y en diez años tener todo para preparar nuevamente el elixir que la rescataría de la decadencia, como lo venía haciendo desde hacía más de quinientos años.
Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla
Hola, Ana, magnifica historia, un viaje completo a través de la perversión de un personaje al que muchos envidian.
Me ha encantado como desarrollas la historia, un cuento para una tarde de vinos y una noche de amor.
Un abrazo.
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Muchas gracias Ángel!❤️
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Otro deseo de muchos la eterna juventud y esa búsqueda sin importar nada, buena historia, un abrazo
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Gracias!!
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Caray!! para Luciana, lo tenía todo previsto, volver a la juventud una y otra vez. Un relato que has detallado al mínimo detalle. Me gustó desde el principio hasta el fin, fantástico. Abrazos
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Muchas gracias!
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Espero que este terrorífico cuento no se base en una historia real. Un abrazo.
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Hola Carlos! Me inspiró una historia real pero no llegó a tanto… saludos!!
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Así es como nacen y se renuevan las leyendas. Una historia fabulosa.
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Gracias!
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¡Fabuloso y fantástico cuento, Ana!
Mi dilema ahora es «¿Dónde puse yo mi anillo de oro, que me voy a dar una vueltita por el barrio?» 😅😂
Felicidades. Bien contado, requetebien narrado y maravillosamente imaginado.
Un abrazo.🤗😊👍🏻
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Muchas gracias Jasc!
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Sofisticada historia escrita con tu brillantez habitual que no tiene que envidiar al Dorian Grey de Óscar Wilde.
Un abrazo
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Muchas gracias por pasar Dr. Krapp!
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Al menos, el vagabundo tuvo una gran ultima noche ; comió , bebió, se bañó y hasta tuvo sexo…no es mala forma de morir puestos a elegir. Un personaje principal potente y un relato intrigante hasta el final, donde vemos que el circulo no se cierra y la búsqueda continua. Saludos, Ana.
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Muchas gracias por pasar y comentar Pedro, saludos.
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Ya estoy más que convencida de que la constante con tus relatos, Ana, es sorprenderme una y otra vez. Me ha gustado enormemente, sólo una imaginación como la tuya puede encontrar una manera de que una mujer encuentre la eterna juventud con la fórmula más inquietante, nadie lo imaginaría. Encima, buena forma de morir de quien sin saber se sacrificó pero viviendo lo que cualquier otro hubiese deseado.
Saludos cariñosos! 🌹
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Gracias Maty, mis escritos a veces están bien locos. Un abrazote.
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Qué maravilla de historia, Ana! La búsqueda de la eterna juventud…y ese final, 500 años que tenía. Muy bueno, me ha encantado! Felicidades. Un abrazo!
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Muchas gracias por comentarlo, saludos.
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Gran relato, muy retorcido y siniestro. De hecho has revisitado el mito del vampiro que succiona la fuerza vital de otros seres para seguir siendo inmortal.
No sé si has visto la serie Brand New Cherry Flavor… lo que me reí. Está muy bien y toca bastante este tema a su manera.
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No la he visto, la buscaré. Gracias por tu comentario y por la recomendación, saludos…
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Hola Ana,
La eterna juventud….¡Ay! ¡Cómo somos los humanos de vanidosos! Historia narrada con mucho tacto y con esa oscuridad que dejas asomar bien con el tema de las tumbas, las fosas, etc. Me ha gustado cómo has perfilado el perfil de la siniestra anciana-joven para para perpetrar sus planes.
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Muchas gracias por leerlo y comentar Matilde, saludos.
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¡Hola, Ana! Estupendo cuento de terror que entronca con las leyendas de quienes ansían la juventud sobre todas las cosas. El personaje me trajo al recuerdo al de la llamada Condesa Sangrienta, Elisabeth Bathory. Una persona real que se bañaba en la sangre de adolescentes a las que asesinaba para conservar su juventud. Un abrazo!
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Por algunas razón, esas fórmulas parecen ser efectivas pero exigen matar a alguien.
Bien contado.
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Gracias por pasar!
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