Me desperté sintiendo que me observaban. Un resplandor molesto en medio de la oscuridad hirió mis ojos: ¡la pantalla del teléfono! “¡Mierda!”. Extendí la mano y lo puse en suspensión. Pensé que podía volver a dormirme, apenas eran las 6.00 a.m. Las cobijas calientes me tentaban, pero decidí levantarme a hacer café. Dejé el móvil cargando.
Apenas el día anterior me había llegado por Amazon una máquina de espresso semi profesional, con bomba italiana, y junto con ella, una bolsa de café colombiano selecto. Me hacía ilusión probarlos. Mientras me trasladaba de la habitación a la cocina, me pareció ver una sombra escurridiza. “Debo seguir amodorrado”.
Me concentré en accionar mi nueva adquisición. Antes había tenido ese tipo de máquinas, así que no fue difícil. Caté el café recién hecho, aunque me decepcionó un poco. «Nota mental: para mi próxima compra pedir otra mezcla». Añoraba cuando podía salir sin preocupaciones y comprar lo que se me antojara. Ahora Amazon era mi salvación. Saqué un paquete de galletas italianas de almendra para acompañar. De nuevo me invadió la sensación de ser observado, giré la cabeza rápidamente y esta vez la pillé: se trataba de una niña de unos siete años, de raza negra y enormes ojos; el vientre repleto de parásitos sobresalía como un balón de futbol. Vestía un pantalón azul desgastado, camisa a rayas y sus pies descalzos se perdían en mi mullida alfombra. Sus ojos se colgaron de las galletas. Sin pensarlo, le extendí una, que tomó con manos sucias y ansiosas. Corrió a esconderse detrás de uno de los muebles de la sala. Decidí seguirla, temiendo que ensuciara algo, mas ya no estaba. En su lugar encontré un anciano de barba cana hecho un ovillo en el piso, por su indumentaria deduje era alguien de oriente medio. Al verme comenzó a hacer ademán de que me resguardara junto a él y hacía señas de que “algo” estaba a punto de caer sobre nosotros en cualquier momento. Sus gemidos y su rictus de miedo me hicieron retroceder.
El desconcierto me invadió. «Esta pandemia y este encierro auto impuesto me están alterando» —pensé—. Café en mano fui al cuarto que uso como estudio, el lugar está lleno de libros y ahí tengo el ordenador. Navegué un poco en internet: Me explotó en la cara un pleito entre artistas, rumores de guerra, posible hambruna en regiones de África y Centroamérica y el desgraciado virus por todos lados.
Frente a mí apareció de la nada una chica joven, quizás unos quince años, también de raza negra. Llevaba una pañoleta verde, de sus ojos, orejas y naríz corrían hilillos de sangre que iban manchando su ropa de mezclilla. La observé con repulsión. Ella parecía no mirarme, estaba como ausente. Yo sabía que no era real, ¿por qué me estaba sucediendo esto? ¿Hacía cuanto que no tenía una sesión de meditación? Claramente necesitaba una con urgencia. Me levanté para no verla y fui a mi habitación a recoger mi teléfono. Éste seguía en la mesita de noche y conectado al tomacorriente, aún le faltaba bastante para que la batería estuviera al cien por ciento, pero nuevamente aparecía prendido. Miré por la habitación e incluso abajo de la cama, mas no vi nada.
Salí y me dirigí de nuevo a la cocina donde me dispuse a preparar algo para desayunar. Vi un niño de unos doce años, llevaba pantalones rotos a la altura de las rodillas y chanclas plásticas. Él no parecía africano, su piel era de un tono canela y tenía el pelo lacio y rebelde. La puerta del refrigerador estaba abierta y él miraba hacia el interior como perdido en una visión. Adentro había carne, huevos, queso y otras cosas que seguramente él ni siquiera sabía que existían. Me acerqué y me puse a su lado, me señaló un litro de leche, mismo que saqué y puse entre sus manos, él no sabía como abrirlo así que hice ademán de que me lo regresara, se opuso mirándome con desconfianza pero finalmente cedió. Moví la tapa hasta oír el “clic” y se lo di. Se alejó bebiendo como un becerro. En algún punto dejé de verlo. Mi incomodidad crecía.
Regresé a mi recámara para recoger mi móvil y pude sorprender a la culpable de tanta “prendedera”: era la niña de la galleta. Miraba curiosa el aparato, le picaba, se lo ponía en la oreja. Al mirarme corrió. Esto me estaba cansando, yo vivía sólo y nunca fuí niñero. Tomé el aparato, lo desinfecté con una de esas toallitas de cloro tan de moda y me fui a acostar olvidándome del desayuno, con la esperanza de dejar de alucinar.
De repente lo supe, soñaba, bueno en realidad estaba inmerso en una pesadilla: veía mucha gente necesitada y yo tenía de todo. Sentí vergüenza, culpabilidad, recordé mis compras caprichosas y mis quejas por cosas nimias. «Debo despertarme ya»—pensé.
Abrí los ojos y un resplandor molesto en medio de la oscuridad hirió mis ojos aún dormidos, era la pantalla de mi celular. “¡Mierda!”…
Autor: Ana Laura Piera
Si has llegado hasta aquí leyendo, te doy las gracias. Lo que da vida a los blogs son los comentarios así que si pudieras dejar alguno te lo agradeceré. Me gusta ser recíproca así que ten por seguro que te corresponderé. No tienes que escribir cosas que no sientas, una buena crítica siempre es bienvenida, siempre que sea con respeto. Gracias.
Buen relato, me gustó. Interesante trasfondo y desenlace que sugiere estructura circular. ¡Eso siempre me gusta!
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Gracias por leer y comentar!
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Cuentas muy adecuadamente lo que creo que hoy en día sentimos muchos. Muchas veces lo hablo con mi esposa que compramos muchas cosas que realmente no necesitamos, solo por tenerlas, y la verdad es que no creo que sea bueno, ni para nosotros ni para el mundo, no por que sea lo que nos vendan tenemos que seguirles el juego.
Muchas gracias por tu relato.
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Gracias Joshua por comentarlo. Saludos!
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Muy buen relato y muy concientizador, el derroche de unos pocos es la carencia de la mayoría, el hambre y la pobreza. Muy original la forma de presentarlo, te engancha desde el principio. Gracias Ana y un abrazo grande
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Gracias Themis!
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Entre la vigilia y el sueño parece que está el lugar preferido de la conciencia para preguntar: ¿Cuánto es suficiente? Un abrazo.
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Así es Carlos! Gracias por pasar!
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Caray, según iba leyendo me venía a la mente una conversación de unas horas antes con mi hijo, sobre lo privillejados que somos por tener lo que tenemos. A veces aunque solo sea en sueños ese tipo de pesadillas nos hacen reflexionar. Muy bien contado. Un abrazo.
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Muchas gracias por tu visita!
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Estamos rodeados de malas noticias, no me extraña que se tengan pesadillas.
Ana, como siempre muy bien contado, me gusta como el relato se desarrolla para regresar hasta una pantalla que nos despierta.
Besos.
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Muchas gracias por visitarme Àngel y por comentar. Un abrazo!
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Interesante relato lleno de imaginación. Un placer leerte. Un saludo.
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Muchas gracias!
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Un cuento estupendo. Me has hecho desear tener un café vienés entre las manos y una inquietud a mis espaldas.
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Gracias, Joiel!
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Hola Ana , es un buen micro
Es un aviso de que contanta tecnología podemos comprar de todo con un solo click y en unas horas lo tenemos , y sin darnos cuenta estamos matando al pequeño comercio. Me a gustado mucho , ya que provoca un poco de tensión , e intriga .
Te deseo una feliz noche , saludos de flor.
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Gracias Flor!
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Ay Ana, un relato lleno de humanidad, de preocupación por el otro. Cuando iba por esa parte de las alucinaciones pensaba en ese trasfondo: el NO estar ausentes o indiferentes ante lo que les pasa a los demás.
Sentí un poco de todo, con aroma a café.
Gracias Ana, te dejo un abrazo.
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Gracias Maty! Un abrazo!
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Bendita igualdad, bendita quimera. ¿Cuándo llegará?
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Siempre bien contadas, llena de detalles y bellamente expresadas, tus historias nos hacen pensar y reflexionar sobre la vida que se refleja en ellas.
Parece que al final el protagonista despierta de su pesadilla… o… ¿ahora es cuando entra en ella?
Maravilloso relato, Ana. Felicidades.
Un abrazo
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Muchas gracias Jasc!!
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Muy interesante como siempre, Ana.
Además de lo que estamos viviendo, tener pesadillas mientras dormimos es lo peor, una solo desea despertarse…
Y al despertarse y volver a la realidad resulta que es la pesadilla mayor…
Lo haremos lo mejor posible. Saludos y abrazo.
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Hola Amaia, gracias por pasar y comentar. La verdad es que esta pandemia ha hecho que tengamos más pesadillas. Las más recurrentes en mi caso: estar en medio de un montón de gente y no llevar cubrebocas, eso y otras cosas que como dices hacen que uno solo quiera despertar. Gracias de nuevo.
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¡Qué buena narradora de historias eres, Ana! En vilo me has tenido de principio a in. Es el poder de la atmósfera que has creado con esos personajes. Y sí, el cuestionamiento final te cala muy hondo.
Como siempre, un placer leerte.
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Muchas gracias María Pilar, por visitarme y comentar. Saludos.
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¡Hola, Ana! Una pesadilla que parece no tendrá fin, con ese final circular. Leyéndote recordé un cuento que presentaba a alguien que se lamentaba porque solo tenía naranjas para comer, lo que no veía es que detrás suyo alguien recogía las mondas para comérselas. Somos así, quizá tenga que ver con el sentido de supervivencia. Nos lamentamos de nuestros problemas, lo que no vemos es que siempre hay alguien peor. Un abrazo!
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Hola David, creo que nos pasa a todos. Nos negamos a compararnos con la gente que esta peor pero lo hacemos continuamente con la que está mejor y nos lamentamos por no estar como ellos. Gracias por visitarme y comentar. Saludos.
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Estupendo relato, Ana, con una reflexión ¿despierta de su pesadilla o la vida que lleva empieza a ser una pesadilla?
Sabes mantenernos en vilo.
Un abrazo.
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Exactamente, lo leíste perfecto…
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Gracias por compartir
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