—Es un hombre que camina encorvado —me dijo mi primo—, aparece como a las dos de la madrugada, camina un poco por la playa y desaparece a la altura del viejo muelle. ¿No te da miedo verdad? Aquello me sonó a desafío y contesté: —Iré, estoy seguro que no hay nada. Ustedes acá en el pueblo creen cualquier cosa pero cuando vives en la ciudad, eso cambia. Mi primo sonrió divertido ante mis ínfulas citadinas y eso me molestó.
No había luna ni estrellas esa noche, la playa se había convertido en un lugar oscuro e irreconocible salvo por el ruido familiar del mar lamiendo la arena. Saqué mi pequeña linterna y apunté su diminuta luz amarillenta a las tinieblas que me envolvían, pero fue evidente que de poco me serviría.
Caminé en medio de la oscuridad con el mar a mi lado, pensé en quitarme los zapatos, pero los filosos guijarros y conchas marinas que adivinaba incrustados en la arena me disuadieron. Me remonté a mi infancia cuando de la mano del abuelo salíamos en la noche a admirar el fenómeno de bioluminiscencia que a veces hacía que las olas dejaran un rastro de luz verdosa sobre la arena. El haz de mi linterna se topó con un pez globo muerto, que bailaba a merced del suave oleaje. Me quedé observándolo con una fascinación mórbida que no sé explicar muy bien. Cuando alcé la vista, ahí estaba el sujeto, y supe casi de inmediato que no era un ser humano vivo, su cuerpo irradiaba también una luminosidad extraña e irregular, como una estrella exhausta a punto de apagarse.
Estaba frente a mí y su boca se curvaba en una mueca rara que pretendía ser un gesto amigable. Era un hombre entrado en años, llevaba los pantalones doblados a la altura de la rodilla y de su hombro colgaba una red de pesca. En una mano llevaba también una cubeta que parecía pesada a juzgar por la inclinación que provocaba en su cuerpo.
—¿Usted también va hacia el muelle? —me preguntó con una voz rasposa que me acabó de robar el aplomo. Hubiera querido echar a correr, pero la misma fascinación mostrada hacia el pez hizo que mi mente buscara las palabras para contestar, no fue fácil, mi lengua parecía haberse separado de mi cuerpo y haberme dejado abandonado y mudo ante las preguntas del fantasma. —Ehh… Ssí —mis palabras salieron de mí casi sin aliento. Reparé que el muelle al que se refería él, ya no estaba, eran solo unos cuantos pilotes de madera que quedaban como testigos silentes de la estructura que antaño existió en ese lugar.
—Vamos pues— dijo, y comenzó a caminar y yo lo seguí a pesar del martilleo furioso de mi corazón que protestaba ante tal insensatez. Noté con horror que sus pies descalzos no dejaban huellas. El hombre volvió a hablar con esa voz que ponía la piel de gallina: —No sé que me pasa que a veces veo el muelle roto amigo, ahora mismo me pasa algo raro, no siento el mar mojándome los pies. Creo que tengo que ir a ver al doctor. Mi cuerpo temblaba casi incontrolablemente y puedo jurar que estaba al borde del desmayo. —A veces siento que estoy atrapando algunos peces, pero al sacar mi red ya no están, escaparon, o nunca estuvieron ahí. No sé, imaginaciones mías tal vez. Sabe, lo que más me extraña es que nunca veo el sol. Hace mucho que no siento sus rayos sobre mi piel, solo esta negrura. ¡No se imagina usted cómo extraño el sol! En ese momento llegamos al muelle y el hombre desapareció ante mi vista. Me desplomé en la arena.
Mientras regresaba a mi auto, decidí que podía quitarme los zapatos, después de todo no hay nada como sentir el mar y la arena entre los dedos, aunque uno se lastime con los guijarros y si eso pasara, el dolor sería un recordatorio de que aún estoy vivo. Al otro día tomaría un buen baño de mar y sol, y por la noche regresaría a la playa, con suerte quizás podría ver la luminiscencia, aunque evitando el horario donde aquella pobre alma atormentada se aparece, por supuesto mi primo se iba a reír de mí. ¡Qué más daba! También pensé en regresar a vivir a mi pueblo costero y dejar la ciudad.
Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla
Ana qué misterioso,, relato en esta oscuridad que contiene miedos entre pensamientos y realidades, un placer leerte.
Un abrazo
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Muchas gracias por pasar y por tu comentario!
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Brillante narrativa! La descripción autentica del vagar de un «alma en pena», Ana. Un abrazo!
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Hola! Muchas gracias por tu comentario!
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Excelente personaje Ana. Y muy bien narrada la bonita historia. Saludos
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Muchísimas gracias por leerlo y comentar. Saludos!
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Ana, si es para escribirnos cuentos como este, lo mejor es que vuelvas pronto al mar, la arena y las olas te añoran.
Un beso.
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Muchas gracias Ángel, beso también para tí desde este lado del charco😘
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¡Qué interesante tu relato! muy bueno el personaje del fantasma que ni siquiera es consciente de que ya no es de carne y hueso. También me encanta el narrador y cómo describes su reacción cuando ve al fantasma. Un abrazo!!
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Muchas gracias por leer y comentar Cristina!
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Belleza y nostalgia, una de esas historias que se niegan a ser olvidadas. Mi enhorabuena.
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Gracias por pasar Joiel!
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Justamente hace poco oí por primera vez el fenómeno de bioluminiscencia. Muy lograda la imagen y la sensación del relato, por un momento me pareció estar allá y mirar por la espalda a ver si me alcanzaba ese alma atormentada. Un gusto leerte, compañera. Un fuerte abrazo, adelante!
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Muchas gracias por leerlo y comentar Rafalé! Saludos!
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Muy bonito Ana. Un placer leerte tanto aquí en tu espacio, como en el mío, que eres muy bienvenida.
Besicos muchos.
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Muchas gracias por tu visita y comentario Nani
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El fantasma no metía miedo ni penaba. Era más un extraviado entre planos de espacio y tiempo. Me gustó el que no tuviera ribetes macabros. Así la historia se tornó más palpable, más tangible Felicitaciones.
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Muchas gracias por leerlo Oswaldo y por comentar
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Bello relato, sobrecogedora la imagen del alma, y un mensaje importante sobre la vida. Genial Ana¡¡¡ un abrazo
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Mil gracias por pasar Mik!
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