
Las manitas acariciaron el regordete y peludo cuerpo. Trazas de polvo se quedaron adheridas en sus dedos, pero ni lo viejo o polvoriento le importaba. La niña aceptó el regalo y lo abrazó con fuerza.
Hacía treinta años que el afelpado bulto no sentía un abrazo así. Recordaba su vida envuelta en una niebla causada por el tiempo: Primero estuvo a la vista de mucha gente, sintió muchas manos acariciarlo; cada una de ellas dejó en él huellas de grasa y suciedad. Escuchó expresiones de ternura, berrinches y regaños. Finalmente alguien lo llevó a casa. Recordaba un vuelo largo. Supo que había cambiado de país, pues tras el vuelo la gente hablaba diferente. Terminó en un cuarto de hospital como regalo para una recién nacida. Una muerte prematura le robó a la que estaba destinada a ser su primera dueña. Se quedó solo en una habitación de bebé, adornando una cuna vacía. Algunos meses pasaron y a la cuna llegó un pequeño bultito llorón que le haría compañía. Al final serían dos hermanas las que jugarían con él y le dirían :»El Oso» o «El Osito».
Fueron días felices: «El Oso» tomó té y galletas, jugó a «la casita» y fue anfitrión de muchas reuniones. Con el tiempo esas agradables celebraciones se fueron espaciando cada vez más y terminó olvidado en un rincón. Nuevamente la soledad lo envolvió, pero el oso era muy paciente y nunca perdió la esperanza. Pasaron treinta años.
—Se llamará Lulú —dijo la pequeña.
—Pero es un «oso» de peluche; no una «osa» de peluche —dijo su hermano, un par de años mayor, con ese aire de autoridad que suelen tener los hermanos mayores.
—No me importa. Se llamará Lulú —dijo la niña con un tono de voz que no daba lugar a dudas.
En la cochera de la casa la última guardiana de Lulú, una de las dueñas originales, dio las últimas recomendaciones a los adultos.
—No olviden pasar por la tintorería, debe tener mucho polvo.
Su nueva propietaria la abrazaba con fuerza, y Lulú sintió que a su pequeño corazón de borra regresaba un calorcillo conocido que la iba llenando toda. Supo con certeza que su vida nuevamente tendría sentido. Además, por fin se habían dado cuenta de que era una osa y no un oso. Se sintió plena y feliz. Lista para nuevas aventuras.
Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla
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Gracias por compartir este prodigio de ternura. Creo que el cuento infantil es un estilo muy difícil de conseguir. Un abrazo.
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Gracias Carlos! Saludos!
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Bonito cuento, en mi casa recuerdo un osito que no sé lo años que nos acompaño, tuerto el pobre y medio destripado.
Un abrazo.
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Gracias Angel, son entrañables esos ositos
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Qué bonito, yo tenía al osito Miguelito y mis nenes comparten a Osías. Mucho amor depositado en esos peludos
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Si, se vuelven entrañables. Gracias por pasar! Saludos!
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Precioso cuento Ana. Es bonito que los juguetes o en este caso la osita sienta de nuevo el calor del abrazo. Lo has contado de una manera muy tierna. Un abrazo.
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Gracias Sabius!! Saludos!
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Que relato tan tierno. Me ha encantado. Un abrazo
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Muchas gracias.
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Es precioso! Mucha ternura pero a la vez genera tristeza… que pasará luego cuando la nueva dueña ya no juegue con Lulú?
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Supongo esperará paciente a la nyeva generación😉. Gracias por tu visita y comentario.
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Hola Ana. un precioso relato, narrando una historia llena de ternura, con un trasfondo triste, por todo cuanto vive este peluche, en cierto modo una retrospección a la infancia, una maravilla de cuento. Saludos¡¡
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Los cuentos infantiles inspiran una ternura especial, que nos hace volver a días pasados. Lulú lo logró, me hizo empequeñecer y disfrutar. Gracias por tu cuento. ¡¡Saludos!!
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Gracias por leerlo y comentarlo. Saludos!
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