
Juan Pablo movía fascinado su brazo robótico en un intento de conocerlo mejor, saber sus alcances, fuerza y sutilezas. Se concentraba en el movimiento de los dedos de metal, doblaba uno y otro y hacía que se tocaran entre sí. Por un momento sintió como si hubiera nacido con él. La realidad era que se le implantó tras un accidente laboral que lo había dejado manco. Miró agradecido al Dr. Valencia.
Ambos hombres salieron del consultorio y caminaron por un largo pasillo. El doctor se detuvo frente a una puerta e hizo ademán de que entraran, quería mostrarle algo. Se trataba de un gran almacén de partes de repuesto para humanos: piernas, cabezas, dedos, ojos… Juan Pablo estaba asombrado, sabía además que, a diferencia de sus contrapartes humanas, aquellas maravillas eran eternas, perfectas, probadas al límite y sobre todo: bellas.
Hacía tiempo que los ingenieros habían dejado de luchar porque sus creaciones se parecieran a las originales, ya no se usaba darles un acabado «natural»: nada de piel, vellos o consistencia de carne. No se disfrazaba el metal o los circuitos electrónicos, pues se consideraba de mal gusto ocultar la perfección de los mismos y nadie debía negarse el placer que provocaba la contemplación de tanta belleza.
Se sintió orgulloso de su brazo nuevo y a la vez tranquilo y confiado, podía perder cualquier otro miembro, no importaba, todo era reemplazable.
Estando en casa, comenzó a molestarle su brazo natural pues al compararlo con el robótico, aquel le parecía una pieza extremadamente debilucha. Procuraba hacer todo con su brazo nuevo y relegaba su propia extremidad. Empezó a sentirse infeliz de tener ese miembro «imperfecto» y cuando salía a la calle sentía envidia de aquellos afortunados que contaban con dos brazos artificiales. Cayó en una aguda depresión.
Una mañana se encontró nuevamente en el consultorio del Dr. Valencia: «Ya no aguanto más doctor, no soporto estar unido a una cosa tan defectuosa y fea, le ruego acceda a mi petición y me lo cambie». Valencia se negó, los implantes eran solo para personas cuyas extremidades no funcionaran o hubieran sufrido una amputación.
Juan Pablo salió más triste que nunca, pero en el camino a su casa una idea comenzó a bailarle en los sesos. No lo pensó mucho: saco su brazo por la ventana del auto y lo dejó colgando; entonces aceleró a fondo y antes de colisionar con un edificio hizo un viraje brusco de manera que el golpe llegara del lado donde estaba su extremidad. Fue trasladado de urgencia a un hospital.
Despertó con múltiples contusiones en el cuerpo mas eso no importaba. ¡No podía creer su suerte!. ¡Había conseguido otro brazo, pero también un oído nuevo!. Ahora escuchaba mejor que nunca con aquella pieza excepcional de ingeniería, y ahí mismo, en su cama de hospital, empezó a molestarle la idea de que su otro oído fuera tan imperfecto…
Aquella mañana, cuando la enfermera entró en la habitación dio un grito de horror; en el baño se encontraba Juan Pablo, quien blandía una navaja filosa y con ella se mutilaba la oreja derecha. No solo cortaba la parte externa, sino que metía la navaja dentro y se aseguraba de dejar inservible su oído interno. Sus brazos y manos metálicos aparecían rojos y chorreando sangre, que ya hacía un charco en el piso.
Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla
Muy bueno. Salvando las distancias, me recuerda a algunos/as inconformistas que pasan por el quirófano mil veces. Y siguen sin aceptarse…
Un saludo
Me gustaLe gusta a 2 personas
así es la clave es la inconformidad, tan humana aunque algunos la llevan al límite.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Pensé lo mismo
Me gustaLe gusta a 1 persona
Tigrilla, parece que ves el futuro, no dudo que llegará a pasar, si no tiempo al tiempo.
Un saludo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Todo es poco, posiblemente me corte la cabeza pronto; estoy cansada de ella… Muy bueno, divertido y reflexivo texto
Me gustaLe gusta a 2 personas
Enhorabuena, he ahí un mundo lleno de posibilidades, sugerente y fiel reflejo de la imperfecta realidad.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Bien afinado el relato. Lo primero que le tenían que haber puesto era un cerebro artificial porque el suyo si que lo tenía bastante defectuoso. 🖐🏻
Me gustaLe gusta a 1 persona
jajajaj, ¡es verdad!
Me gustaLe gusta a 1 persona
Hola Ana, buen relato, futurista, pero bien cercano a nuestra realidad ¿ cuanta gente en juzga la belleza únicamente por criterios estéticos? El relato es una realidad, Un abrazote ¡¡¡
Me gustaLe gusta a 1 persona
Gracias por padar Mik!
Me gustaMe gusta
Menuda crítica más acertada a la sociedad actual y, tiene toda la pinta de ello a la que está por venir. Hace poco leí que un hombre se instaló un aparato en la cabeza para tener siempre wifi, así que tu relato está demasiado cercano a hacerse realidad. El transhumanismo es una tendencia que se está acelerando y de aquí a nada creo que habrá demasiada gente con aspiraciones a ser el próximo «terminator». Vamos, todo un despropósito de sociedad. Enhorabuena, me encantó tu relato.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Así es, el transhumanismo es una tendencia. Será interesante ser testigos del futuro inmediato. Saludos!
Me gustaMe gusta