Cuento corto, original.
Ella tenía ya algo de tiempo dedicándose a sus cultivos de flores. Era este un pasatiempo que había llegado a su vida sin querer. En una ocasión una hermosa malva había irrumpido la aridez de su jardín trasero con su espectacular belleza y deliciosas variaciones de violeta; tal vez alguna semilla perdida había ido a parar en medio de aquel páramo. En vez de cortarla decidió conservarla y cuidarla. Descubrió que mirar la flor le traía paz y sentía que algo de la belleza de la flor pasaba a su ser maltrecho. A la malva siguieron crisantemos, rosas, lilas… aprendió a cultivarlas y luego se sorprendió comiéndolas con la esperanza de que aquella belleza la saturara y la transformara por completo.
En toda su vida no había sido más que un ser feo por dentro y por fuera, una criatura maldita. Sabía de sobra que toda belleza es efímera y la del mundo vegetal lo es aún más que la humana. Con todo, algo había de cierto en su teoría, y la belleza le duraba unos cuantos días: su piel marchita rejuvenecía y se ponía suave y tersa como pétalos de flores. Despedía también un aroma peculiar según el tipo de flor que hubiera comido; por ejemplo, el olor a rosas la metía en problemas. El viejo Augusto, el jardinero del rumbo, se sentía atraído por los efluvios de rosa que percibía en el aire e intentaba saltar la enorme verja de la casona inflamado por el deseo de encontrarse con la fuente de aquel olor embriagador. Invariablemente, unos gritos horripilantes lo despertaban del embrujo:
—¡Largo, largo! ¿No sabe que esto es propiedad privada? ¡Fuera! —El pobre hombre se alejaba corriendo, no sin antes hacer la señal de la cruz.
Como siempre, el efecto de las flores no duraba mucho y toda ella se empezaba a marchitar. Era hora de alimentarse otra vez…
Trabajó mucho intentando cultivar flores cuya belleza perdurara y fuera más profunda en el sentido de no solo transformar la carne, sino también el espíritu, pero sus esfuerzos fueron en vano. Un día, en medio de la frustración decidió dejar a un lado las tiernas flores para comer espinas, también comió malas hierbas: lirios, adelfas, belladonas. Mientras se alimentaba escuchó una risa diabólica que flotaba en el ambiente. Intentó parar, pero aquello se volvió compulsión y mientras más comía, una rigidez espantosa empezó a invadirla, filosas espinas la recubrieron de pies a cabeza y sintió sus adentros fibrosos y secos. Quiso gritar, mas de su boca no salió ya ni un sonido. Esta vez el efecto no duró tan solo unas horas, esta vez duró semanas y fue lo más parecido a una muerte lenta y cruel.
Cuando los efectos del envenenamiento pasaron, y volvió a su fealdad de costumbre, aquella que la había acompañado desde su nacimiento y que se había exacerbado con la edad; destruyó los cultivos de flores y malas hierbas. Simplemente se quedó con ella misma.
AUTOR: Ana Laura Piera / Tigrilla
Tengo otro relato con el mismo tema, lo puedes encontrar aquí https://anapieraescritora.wordpress.com/2020/11/29/florifagia/
Muy buen cuento corto!! Una ficción con una narrativa impecable. Un cálido saludo.
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Gracias por pasar!
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Me ha encantado. Tienes una imaginación desbordante y con cada línea que degustaba sobre este banquete floral me ibas sacando una sonrisa al ver cómo iba avanzando con el relato. Una especie de Lady Bathory floral que, al final, se da cuenta de que lo mejor en esta vida es ser uno mismo. Enhorabuena por el relato me gusto muchísimo.
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Gracias Fer!
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Quizás quedarnos como estamos no sea-al final- la peor idea posible. Es un excelente relato que atrapa. Mi enhorabuena. Saludos.
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Gracias!
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Pues sí, quien no aprende a aceptarse como realmente es, no va a encontrar la paz imitando aquello que no es. Saludos 🖐🏻
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En verdad que es impecable tu relato Ana, no dudé un segundo en pasar del que estaba leyendo a este, que también compartiré. Un beso.
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Muchas gracias por pasar y comentar, Maty, lindo domingo
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