Un perro entabla un diálogo con una serpiente de piedra en la moderna Ciudad de México. ¿De qué hablarán?
La vida en la Ciudad de México es muy ajetreada: todos los días por el centro de la ciudad hay un interminable ir y venir de personas, vehículos y perros callejeros. Un día por la esquina de las calles de Pino Suárez y República de El Salvador, pasaba uno de estos perros, en tan mala condición que no se advertía a simple vista que se trataba nada menos que de un Xoloitzcuintle, una raza endémica de México, muy apreciada y con una estrecha relación con la antigua cultura mexica.
El perro fue a echarse justamente en la esquina del edificio que alguna vez fue el palacio de los Condes de Santiago de Calimaya y después se convirtió en el Museo de la Ciudad. Donde hay una talla prehispánica con la imagen de una cabeza de serpiente. Esta pareciera querer salir del interior del edificio, se asoman sus fauces y sus fosas nasales, pero sus ojos y el resto de su cuerpo están ocultos.
La serpiente de piedra olió al “xolo”, (como se les dice cariñosamente en México a esta raza en particular), y se estremeció, pero no dijo nada. El animal empezó a rascarse la oreja, llena de desagradables granos. Así pasó un rato.
—¿No te molesta no poder ver? —preguntó al fin el “xolo”.
—No —dijo la serpiente—, me dejaron libre lo más importante, mi nariz. A través de ella puedo oler y así percibo todo. Muchos de mis hermanos ni siquiera tienen eso —dijo refiriéndose a otras cabezas de ofidios talladas y que se encontraban ocultas, desperdigadas bajo los cimientos de las primeras construcciones edificadas por los españoles tras conquistar Tenochtitlán, capital de los Mexicas.
—¿Hueles la ciudad? —preguntó el “xolo”.
—Sí. Y no me gusta. Extraño los olores antiguos: el olor a copal mezclado con el olor a sangre, por ejemplo, o el olor a flores y a limpio combinado con el olor de la muerte.
El perro fijó la mirada en la lejanía, parecía saborear también aquellos recuerdos.
—Acabo de pasar por el lugar donde alguna vez estuviste. Se refería a un muro que delimitaba la ciudad sagrada y que había estado decorado con muchas cabezas talladas en piedra exactamente iguales a su interlocutora.
La serpiente suspiró. Fue un suspiro largo y nostálgico. Llevaba casi quinientos años «incrustada» de forma humillante en aquel edificio colonial.
—Si quieres —dijo el “xolo”—, te puedo liberar. Lo sabes bien.
—No, déjame un rato más aquí. Tengo la esperanza que un día caiga esta ciudad. Quiero deleitarme en el olor de su derrota, saborear con mi lengua su destrucción.
—No apostaría a eso —respondió el “xolo”—, pero bueno, es tu elección. Me voy. Regresaré después a ver si ya quieres irte al inframundo, ya sabes que yo seré quien te guíe. Ese día descansarás.
La serpiente suspiró nuevamente y luego calló. La gente que pasaba no advirtió que aquel perro lastimero se alejaba y conforme lo hacía se transformaba en un precioso ejemplar: su piel ceniza, llena de granos y descuidada, mudaba a piel obscura, sana y sin pelaje; excepto por un mechón desafiante que surgía de su cabeza. Antes de convertirse en humo y desaparecer por completo, el perro sufrió otra transformación: su cuerpo de perro cambió a cuerpo de hombre pero conservando su cabeza de animal. Era Xólotl, el dios prehispánico del ocaso y de los espíritus, el cual ayudaba a los muertos en su viaje al Mictlán, el inframundo.
Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla
https://bloguers.net/literatura/xoloitzcuintle-relato-corto/
Muy linda historia, esa transformación que se va dando del personaje de «xolo», me gustó mucho hasta presentarse como el dios. Gracias Ana por ella, un abrazo
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Gracias a ti Themis, por leerla.
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Hola, no conocía esta raza de perro, he aprendido algo nuevo, además de una buena lectura de un relato muy original. Un abrazo.
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Muchas gracias!
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Bonita historia la que nos narras, Ana! Me ha gustado mucho y he de reconocer que desconocía la existencia de esta raza de perro. Como dice Mar, siempre se aprende algo nuevo. Felicidades! Un fuerte abrazo!
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Es un perro muy curioso, algunos lo consideran «feo» pero es tan solo diferente. Los mexicas los usaban para calentarse pues tienen una temperatura más alta de lo normal, también eran criados como alimento y el dios Xolotl tenía la forma de ellos. Saludos.
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