Para este cuento me inspiré en la migración de la mariposa Monarca.
—¡Ya vienen!
Su corazón se regocijó evocando cielos anaranjados y árboles cubiertos de pequeños fuegos vivientes. Como un olvidado eco de su niñez perdida, creyó escuchar otra vez la sabia voz del abuelo:
—Son las mariposas Monarca, Juanito: “Papalotl”. Así le decían los antiguos mexicanos. No hay insecto más valiente que ellas, ¡No señor, no lo hay!
Y aquella tarde, como tantas otras, abuelo y nieto habían espiado el horizonte para verlas llegar, cada uno con la ilusión de ser el primero en anunciar su retorno. Juan Manuel recordaba quedarse dormido, para después despertar ante el grito jubiloso del anciano:
—¡Niño, levántate, ya están aquí!
Entonces, sus ojos jóvenes y sedientos, se abrían inmensos para beber sin medida el espectáculo fascinante de millones de pequeñas mariposas llegando a los bosques de Oyamel en tierras Michoacanas.
—Vienen del norte hijo, de muy lejos. Vienen huyendo del frío. Son increíbles, recorren muchos, demasiados kilómetros para llegar aquí. Si hubiera ido a la escuela te podría decir cuántos, pero no lo sé.
La voz del abuelo sonaba diferente cuando hablaba de las Monarcas. Juan Manuel pensaba que parecía otra persona, rejuvenecido por la emoción y el asombro. Al igual que un terrón de azúcar diluyéndose lentamente en la boca hasta que solo queda un dulce regusto, así se desdibujó el recuerdo del viejo. Ahora, Juan Manuel ya no era el niñito de 8 años, sino el joven de 17, soñando con emigrar como las mariposas. “Quiero ser como ellas” pensaba. “Elevarme y recorrer todo el camino hasta el norte, ganar mucho dinero con mi trabajo”.
Le habían hablado de los peligros que enfrentaban los migrantes que viajaban a los Estados Unidos, pero cuando pensaba en las Monarcas todo le parecía posible: “Ellas son tan osadas, tan fuertes y resilientes. Algo me habrán enseñado todos estos años de observarlas”.
Y Juan Manuel se fue de su tierra natal sintiendo aletear dentro de él, un par de hermosas y simétricas alas. Tenía la voluntad puesta en un solo objetivo: llegar y triunfar. Había iniciado el viaje al mismo tiempo que las mariposas regresaban al Norte después de cumplir con parte de su ciclo de vida en el refugio boscoso. El cielo azul de abril se tiñó entonces de inquietos anaranjados, y siguiéndolas iba él. ¡Que importaban los pies sangrantes, la sed perenne, el hambre, los peligros y los maltratos! Él era una Monarca, como las que llegaban a su tierra y al igual que ellas, llegaría a su destino.
El “Norte”, la tierra prometida y sus habitantes, le recibieron cual pequeña y repulsiva larva, pero luego él se había vuelto una crisálida llena de promesas, para después emerger imago, adulto, alcanzando un modesto éxito como forastero en tierra ajena. Así, se había forjado una vida, se había reinventado a sí mismo, pero nunca había olvidado México, su tierra, cuya voz constantemente escuchaba por las noches, llamándolo: “Juanito, Juan, Juan Manuel…”
Igual que las mariposas, un buen día emprendió el viaje de regreso. Juan Manuel espera hoy nuevamente a las Monarcas. Las arrugas surcan su rostro, su pelo se ha teñido de blanco. Ya no sueña con irse o regresar, sino con ser como esos guerreros mexicas de los que su abuelo le hablaba. Aquellos que, muertos en batalla, se elevaban hasta el sol, y después de ayudarlo a andar por cuatro años, se iban al paraíso. Ahí, eran transformados en pájaros o mariposas, y pasaban el tiempo libando miel de las flores. Él sabe qué clase de mariposa desea ser: Quiere ser una Monarca, lo desea con toda su alma.
Autor: Ana Laura Piera Amat / Tigrilla
Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla
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