
El olor se agazapaba en los rincones de la casa esquivando a mi madre mientras ella esgrimía con determinación maníaca un trapeador empapado en cloro. Era uno de muchos intentos de desterrarlo para siempre. Hacía ya algunas semanas que habían mandado a la abuela al asilo, pero el olor a viejo persistía y esto la volvía loca: lloraba y maldecía su suerte.
Un día se dio por vencida y decidió que era hora de mudarnos. Cuando subimos al carro nuestras últimas pertenencias y arrancamos, mi hermano y yo cruzamos miradas pues el olor se sentía dentro del auto y supimos al instante que siempre había provenido de ella, de mi madre…
Autor: Ana Laura Piera / Tigrilla